Son mujeres power, fuertes, que tienen su lado femenino intacto pero que, reconocen, el verse enfrentadas a momentos extremos las ha hecho más frías frente a ciertas situaciones. No tienen alternativa…
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Hay que ser una adolescente fuerte para pararte frente a tu familia y decirles que quieres dedicarte a perseguir o cuidar criminales. Así fueron en su momento, fuertes, la teniente Natalia Díaz (30), la inspector Vanessa Inostroza (32) y la mayor Mónica Herrera (38), pertenecientes a Gendarmería, la PDI y Carabineros de Chile, respectivamente. Protagonistas de sus historias, a lo largo de sus carreras han vivido momentos buenos, malos y extremos. Las tres optaron por instituciones de orden y seguridad, un servicio al país muchas veces no reconocido y pocas veces comprendido.
Para ninguna fue fácil convencer a sus familias de su vocación, lamentablemente, peligrosa. “Nunca quisieron que ingresara, me decían que no era para mí, que me buscara otra alternativa. Tampoco quería ser una carga para ellos, necesitaba independizarme y dedicarme a lo que había decidido para mi futuro. Ahora me apoyan porque ya estoy en esto, pero mi familia siempre siente que es riesgoso, y es entendible”. Natalia lleva 10 años en Gendarmería, y tiene 2 niños.
Vanessa Inostroza, inspector de la PDI, era muy buena alumna en el colegio, y sus padres creyeron que se dedicaría a la medicina. Error. “Al principio fue difícil, porque soy la menor, mis dos hermanos me llevan por varios años. Desde chica manifesté la intención de estudiar Medicina, por eso mi papá se negó, porque era muy peligroso. Pasé todo un año postulando y finalmente quedé”, recuerda.
“Soy la primera ‘oveja verde’ de mi familia, muchos entran por una tradición familiar, pero en mi caso no fue así. Tenía 16 años cuando postulé, y una de las primeras limitantes fue debía tener 17 para acceder. Pero eso al contrario hizo que deseara estar con más fuerza. Mi familia lo tomó bien”, cuenta la mayor de Carabineros Mónica Herrera.
HECHOS QUE MARCAN
Son funcionarias jóvenes, pero con una vasta experiencia en las áreas en que se desempeñan, experiencia que les ha dejado momentos imborrables. Vanessa, por ejemplo, es inspector de la Brigada de Delitos Sexuales y Menores (Brisexme) de la PDI Región Metropolitana, y hoy está de lleno en el caso Sename. Por razones obvias no da detalles del tema, pero sí reconoce que “muchas veces es difícil convencerse de que seres humanos puedan cometer ciertos delitos. El tipo de crimen que se ve en esta unidad (Brisexme) es muy fuerte. Tenemos acceso a lo peor del ser humano, son crímenes transversales, se ven en todas las clases sociales, en todos los rangos etareos y géneros. Son delitos que impactan por la crudeza. Los que trabajamos acá tenemos un perfil distinto, tenemos que manejar técnicas de liberación de la carga emocional diaria, de lo contrario sería insostenible. Debemos ser capaces de sacar eso… No de borrar, uno nunca borra las cosas”. Vanessa tiene un hijo de 6 años y una bebé en camino.
Natalia también enfrentó un momento extremo: el incendio de la cárcel de San Miguel, el 8 de diciembre del 2010, cuando 81 internos fallecieron calcinados. Días antes la gendarme se había enterado que estaba embarazada de su primer hijo. “El incendio me marcó para toda la vida. Yo trabajaba allí, pero me habían destinado al C.P.F. de San Joaquín tres días antes. Igual tuve que concurrir a prestar apoyo, con toda esa carga emocional y el riesgo latente de que pudiera pasarme algo… Era un mega incendio. Fue impresionante todo… Los rostros de mis compañeros, la desesperación de los familiares, las madres de los internos. Trabajamos al máximo, pero ese no era un procedimiento normal. Había vidas involucradas, y todos nos veían como culpables”.
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¿Qué pedirías para las cárceles?
Más recursos económicos. Con lo poco que tenemos hacemos mucho, pero no nos llegan muchas herramientas para trabajar mejor con la población penal. En infraestructura se requiere más, al igual que la necesidad de contar con más contención para los funcionarios, ayuda psicológica permanente en cada unidad y cursos de perfeccionamiento para nuestro personal.
No tan trágico es el hecho que más recuerda la mayor de Carabineros Mónica Herrera. “El 2003 me enviaron a Iquique. En primer lugar debía ir a una comisaría, pero luego me derivaron a un hogar de menores. Tenía 24 años y una hija de 2 que me acompañó. Fue una experiencia que me hizo crecer como persona y carabinera, me hice cargo de 44 niños de todas las edades”. Hoy esos hogares los administra la Fundación Niño y Patria, no Carabineros. “Viví la última etapa a cargo de carabineras”. ¿Lo más difícil? El caso estafa. “Ha sido terrible, triste… De un momento a otro las cosas cambiaron, y se notó mucho al interior. Estábamos muy bien respecto a la credibilidad y respeto hacia la institución, pero cambió todo. En más de una oportunidad la gente nos gritó cosas cuando tomábamos un procedimiento. Duele mucho cuando uno ha entregado todo por Carabineros, hubo un quiebre en nuestro ánimo”.
Y tu reacción, ¿cuál fue?
Básicamente pensar que de esta situación debíamos salir fortalecidos, crecer, hacer cambios, y sobre todo mejorar. Esto nos ha afectado a todos los carabineros por igual, a nuestras familias. Es un caso que si bien involucra a personas de la institución, la mayoría de los carabineros no somos así.
Estas tres mujeres también enfrentan, como todas las trabajadoras, ese difícil equilibrio entre trabajo y familia, el ser buena profesional pero tener poco tiempo para los hijos. “Antes mi mayor preocupación era saber manejar bien los procedimientos y destacarme en el trabajo. Hoy lo más complejo es el hecho de lidiar con el poco tiempo que le dedico a mis hijos, que tienen 2 y 6 años. Me pierdo varios momentos importantes, como ir a buscarlos o estar con ellos antes que se duerman”, explica Natalia. El trabajo de gendarme es estresante y complejo, por su naturaleza. “Hay peleas, la carga de estrés es sumamente fuerte, y si bien contamos con asistentes sociales con las cuales se puede gestionar algún tipo de ayuda psicológica, no siempre es suficiente”.
Vanessa siente una mirada diferente en el “mundo civil”, fuera de la institución. “En la PDI estamos súper integradas y a la vez somos respetadas dentro de nuestro trabajo; la labor como detectives se lleva a cabo igual, independiente si son hombres o mujeres quienes las realizan. La diferencia está cuando se sale a la calle, el comentario es ‘nunca me imaginé que eras detective’”.