Chile

Chilena realiza emprendimiento textil con reas y les da una nueva oportunidad

Su iniciativa comenzó como un taller de reutilización textil en la cárcel de San Joaquín. Un año después, el proyecto se transformó en Minka, una línea de accesorios que da empleo a un grupo de internas y artesanas de Estación Central a través del diseño y el reciclaje.

Ignacia recuerda cuando entró por primera vez a la cárcel. Iba cargando una maleta llena de retazos junto a un grupo de amigas para dar inicio a un taller voluntario –junto con la Corporación Abriendo Puertas– en el Centro Penitenciario de San Joaquín. Cursaba los últimos semestres de Diseño Industrial, y con más tiempo para dedicarse a otras ideas, comenzó a tomar fuerza una inquietud social que no había considerado hasta ese momento. «Quería democratizar el diseño, no me acomodaba que fuera tan elitista».

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En un principio la idea era crear un blog con tutoriales para las personas que querían crear productos de diseño; sin embargo, el proyecto terminó derivando en un taller voluntario para mujeres de la cárcel. «Me interesaba el tema; siempre he sido de las personas que arregla su ropa, en mi casa somos cuatro mujeres, todas traperas. De hecho en algún momento quise entrar a Diseño de Vestuario, pero no me gustó ninguna escuela y al final me incliné por el Diseño Industrial».

Comenzó el taller con un grupo de 8 internas que tenían entre 23 y 60 años. Fue un período de tres meses en el que obtuvieron muy buenos resultados confeccionando carteras y accesorios. «El grupo que me tocó fue muy bueno, entonces eso me entusiasmó mucho a seguir involucrándome con el taller; quizás si no hubieran estado motivadas, nunca hubiera seguido en esto». Incluso comenzaron a vender algunos productos sin afán de iniciar un emprendimiento, sino simplemente porque habían personas interesadas en comprarlos. «En ese momento estaba en una búsqueda de intereses personales, de mis motivaciones, no buscaba un negocio para nada».

Sin embargo, durante el período de vacaciones posterior a esos tres meses, Ignacia se planteó la posibilidad de hacer algo más con el taller. «Volví con la idea de hacer una empresa y que todo se produjera dentro de la cárcel para darles empleo e ingresos a las mujeres que participaban». De esta forma surgió Minka, que en quechua significa «trabajo colectivo con un fin social».

Empezó a encargarse sola de esta nueva aventura, y tuvo que enfrentar las dudas y temores de la responsabilidad que significaba. «Decidimos hacer pulseras, collares, aros, ese tipo de cosas, porque era más fácil de enseñar y producir. La ropa en cambio es más difícil de aprender a confeccionar y se necesitan máquinas de coser». Los primeros meses no fueron fáciles, y aunque varias de las mujeres tenían experiencia con las manualidades, necesitaban capacitaciones más largas para crear productos comercializables.

Además de utilizar género reciclado decidieron incorporar terminaciones de metal para dar más valor a los productos. «La industria en Chile desecha mucha tela, así es que retiramos estos retazos desde las empresas una vez a la semana», cuenta.

Debido al aporte social que estaba generando, el 2012 la invitaron a asistir al Foro Económico Mundial de Latinoamérica que se realizó en México. Durante una semana pudo compartir con líderes mundiales junto a otros tres jóvenes chilenos. «Yo no sabía nada de networking, fue una experiencia muy estimulante. Aprendí mucho conversando con gente experta».

Lo que más le sorprendió fue el respeto con el que la trataron, pese a su edad y poca experiencia. «Soy joven, me veo joven y me he sentido discriminada en muchos lugares por mi edad y por ser mujer. Cuando fui a México, sólo por estar allá, los asistentes me trataban igual que al resto. Acá muchas veces me ha pasado que una persona mayor me mira en menos sin saber ni siquiera lo que hago. En ese sentido creo que faltan más espacios para los jóvenes», explica.

Como cualquier emprendimiento, Minka ha tenido éxitos y fracasos. Durante 2014 Ignacia se vio sola, con pocos recursos y sobrepasada emocionalmente por las situaciones que se vivían en la cárcel. «Quería solucionar todos sus problemas, les compraba lo que necesitaban para llevárselo a la cárcel y eso era demasiado absorbente, no estaba poniendo mi energía en el foco, que era generar empleo para ellas». Finalmente se tomó un tiempo para replantearse la forma en que estaban trabajando y regresó con una postura más profesional. «Hacer cosas manuales abre un espacio súper especial, genera lugares de confianza y así nos hemos conocido mucho, pero ahora tenemos una relación mucho más profesional, les exijo que cumplan».

Cuando se embarcó en este proyecto no sabía nada de administración, de finanzas ni de contabilidad, todo lo ha aprendido en el camino. Y desde hace un tiempo tiene el apoyo de su hermana, que se convirtió en socia de Minka. «Trabajar con ella me permite tener flexibilidad y confianza. Nos hemos ganado dos fondos y ahora contamos con un equipo de diseñadoras que realizan los talleres y desarrollan los productos».

Actualmente funcionan con 7 mujeres dentro de la cárcel y con 5 artesanas de Estación Central. «La idea es que cuando las internas salgan, se puedan reinsertar con ellas». Las ventas de Minka se incrementan cada año, y esperan durante el próximo seguir creciendo.

Ignacia tiene además un nuevo desafío: es la nueva Directora de Innovación Social de la Universidad Finis Terrae, donde está creando un programa para fomentar que los alumnos hagan empresas sociales.

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