Chile

Pascuala Ilabaca: la emergente voz porteña ¡de Chile al mundo!

Partió tocando en una feria el 2003. Cinco años después lanzó su disco en homenaje a Violeta Parra y comenzó a concretar una carrera musical que hoy la sitúa como una de las voces femeninas más destacadas del medio local. En 5 años hizo 12 giras por Europa; hoy mira a Chile y Latinoamérica, porque ante todo se siente “muy porteña y chilena”.

Por: Jessica Celis Aburto. Fotos: Gonzalo Muñoz F.

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El arte, la música y los viajes han sido parte de la vida de Pascuala Ilabaca (31) desde que nació, en Gerona, España. Es hija de los reconocidos artistas Gonzalo Ilabaca y Pilar Argandoña, a quienes acompañó desde niña en sus viajes por el mundo. Y desde que lanzó su primer disco, «Pascuala le canta a Violeta» (2008), se ha posicionado como una de las voces femeninas de la música chilena con mayor proyección. Fue la ganadora del Premio Pulsar 2016 a la Mejor Cantautora y también se llevó el premio Guitarpin de Oro del Festival Huaso de Olmué 2010. Sólo dos de sus varios reconocimientos.

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Hoy su foco está en Chile y Latinoamérica. «Teníamos una cuenta pendiente con América Latina, y ahora estamos viajando una vez al mes a algún país latinoamericano. Ir a Europa era más fácil y estimulante cuando estás partiendo, pero ahora, que hemos ido 12 veces, decidimos que era momento de mostrar nuestra música acá», detalla.

Llevas 6 discos editados y una fuerte actividad en el extranjero, ¿cómo ves tu relación con el público chileno, te sientes reconocida?
Me siento muy querida. Cuando decidí ser cantante nunca pensé en la fama; decidí por la música, por materializar mis deseos artísticos, y eso ha permitido que se haya ido armando un nicho de gente de apoyo. Nunca he tenido el objetivo de la masividad ni se ser famosa.

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¿Cómo te han marcado los viajes?
Me siento muy porteña, muy chilena, no me siento de cualquier parte. Siento que estoy marcada para bien y por toda esta cultura. Por una parte siento que estoy marcada por la resistencia, por una fortaleza como la que tiene la verbena. Eso me representa mucho y habla un poco de cómo he llevado mi vida. Por otra parte, ese humor negro y esa cosa medio fatal que tenemos los chilenos, la crítica, también la tengo, y trato de combatirla en la parte que es dañina, no en la creativa. En ese sentido siento que los viajes me han dado la distancia para ver en perspectiva mi cultura, para ver qué es lo que quiero dejar y rescatar de ella.

Dentro de ellos recuerda con especial nitidez los 2 años que vivió en la India, donde estudió canto con un maestro que era como «la Margot Loyola de la India. Hay una frase que me encanta y que dice que ‘el aventurero es el que transforma los lugares por donde pasa’. Asumir el viaje así es muy bonito», reflexiona.

¿Por qué elegiste el acordeón como tu instrumento?
Tocaba piano, pero al viajar tanto desde niña me di cuenta que tenía que dejarlo por mucho tiempo, porque no siempre disponía de uno. Eso me daba una pena terrible, por lo que encontré una salida: aprender a tocar el acordeón. El acordeón es un piano-mochila, pertenece a todas las culturas y, por lo mismo, también es una puerta de cariño para entrar a ellas.

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UN MATRIMONIO MUSICAL
Fue en la universidad –estudió Composición y Licenciatura en la Católica de Valparaíso– donde conoció a Jaime Frez, su marido y «partner», como lo define. Es el baterista de su banda y llevan juntos 12 años.

¿Cómo ha sido trabajar con tu pareja de manera tan cercana?
La gran comprensión que tenemos nos ayuda mucho. Creo que cuando no existe, es la principal razón por la que las parejas se separan. Lo difícil que nos ha pasado es que en general en Chile se le da mucho más valor a la música cantada que a la música instrumental. Hay una carencia hacia los instrumentistas tremenda, y eso como pareja nos afectó en algún momento porque era como «ok, vamos a hacer juntos esta vida para siempre, pero la que resalta es la que canta».

¿Se sintió en un segundo plano, olvidado?
No sé si olvidado, pero creo que a todos los instrumentistas les gustaría tener más reconocimiento.

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SU LOOK: UNA MARCA REGISTRADA
Desde que comenzó, Pascuala ha cultivado un look muy especial que se ha convertido en un sello personal, muy reconocible. Tras él hay un interés profundo: reivindicar a la mujer latinoamericana. «Quiero rescatar que la mujer no sólo hace arte, sino que lo viste y lo come. Me gustan las mujeres que se relacionan con la naturaleza, como las de Bali, que uno las ve y son una obra de arte. Todo lo que comen tiene un color, está adornado de una forma especial y no es un lujo, sino una relación con la belleza y la naturaleza maravillosa. Tienen delicadeza en todo. Muchas veces siento que las mujeres por ser empoderadas, fuertes, perdemos esa tradición femenina, esa conexión. A mí me gustan esos rituales de la mujer del campo. Por ejemplo, peinarse el pelo con un cepillo y que tenga pétalos de rosas.

¿Tus trenzas tienen que ver con eso?
Sí.

Tu look recuerda al de Lila Downs.
Ella está muy conectada con su tradición mexicana. Viví en México un año y me llegó esa parte también: la vida del mercado, meterse en la vida de una persona en la que todo lo que hace tiene que ver con cómo come, cómo viste, donde hay una integralidad en todo lo que dice y es una maravilla. Me encanta que la ropa sea hecha a mano.

En ese contexto, ¿consumes diseño nacional?
Sí. Este vestido que ando trayendo es Roberta, una marca que es de una diseñadora de Valdivia. Si ves mi vestido tiene que ver con eso: los cisnes de cuello negro y el imaginario de la noche valdiviana. En Valparaíso he trabajado con Amorío, Mala Mujer, Bazar La Pasión, y con Arte Origen trabajé mucho tiempo. Uso zapatos Gaytán.

¿Tienes mucha ropa, te gusta?
Sí, pero me da lata tener muchas cosas. Cuando más feliz soy es cuando estoy viajando y tengo una mochila de este porte (con sus dedos hace el gesto de tener algo pequeño).

¿Regalas ropa?
En Valparaíso la vida de la feria es lo más entretenido que hay. Llegar con ropa y venderla es increíble. Voy y le vendo ropa a la gente que la vende en la feria. Tu vas, por ejemplo, con una mochila llena de ropa y ellos te dicen: le compro la mochila por $7.000. Antes lo hacía más, ahora no tanto porque no tengo tiempo. Iba con mi hermana. Yo partí tocando acordeón en la feria el 2003. Ahí empecé a hacer música.

 

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