Chile

27 F 6 años después: ¿En qué nos cambiaste?

Los habitantes del centro-sur del país vivimos una situación que nos dejó vulnerables frente a la naturaleza. Esto trajo consecuencias, principalmente, en las decisiones relacionadas con la vivienda y las precauciones que tomamos cuando estamos cerca del mar.

Por: Carolina Palma Fuentealba.
Fotos: Agencia Uno.
A las 3:34 AM del 27 de febrero de 2010, gran parte de los chilenos vivimos momentos de miedo debido al terremoto grado 8.8, con epicentro en el mar, frente a las localidades de Curanipe y Cobquecura. Siempre hemos sabido que vivimos en un país sísmico, pero coincidirán en que pocas veces sentimos una vulnerabilidad tan grande. Este sábado se conmemoran 6 años, y quisimos conversar con dos expertos para analizar en qué hemos cambiado. ¿Cómo nos afectó este episodio? ¿Tenemos ahora otras prioridades?

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Uno de los más reconocidos en el tema –y que aparece constantemente en memes que se toma con humor– es Marcelo Lagos, académico del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Específicamente sobre ese tema asegura que los planes reguladores aún no incorporan ninguna restricción al desarrollo urbano. «Aquí prima la invisibilidad de los riesgos. Cuando tú no los ves, te expones. Cuando andas en moto, y sientes que es segura, andarás a 200 kilómetros por hora hasta que tengas una caída importante que provoque que te quiebres hartos huesos», ejemplifica.

El profesor enfatiza que el Estado debe garantizar la seguridad de la población, y se ha avanzado sólo en la gestión de desastres, no así en la gestión del riesgo. «El Estado pone sus esfuerzos en gestionar la emergencia, en sirenas, en señalizaciones del peligro, en simulacros, en alerta temprana; pero no en causas de fondo. Obviamente si evito la urbanización cerca de la costa no tengo por qué poner la señalización de que hay peligro. Si disminuyo las condiciones de desigualdad del país, disminuyo la pobreza, si tengo una población con más educación, las causas de riesgo son atacadas, y en ese sentido a Chile le queda un camino gigante que recorrer todavía».

Todo pese a que como población hemos avanzado en tomar conciencia sobre el tema, la que adquirimos tardíamente porque no sufríamos un terremoto y maremoto tan fuerte desde 1960, exactamente 5 décadas atrás. «Claramente hay un antes y un después. El terremoto y tsunami le dieron visibilidad a un peligro natural inminente, y el tsunami dejó en evidencia la orfandad de nuestro borde costero, quedó claro su peligro. Siento que la gente ahora entiende que quien rige donde vivimos no somos nosotros, sino la naturaleza, comprende las señales. Antes la sensibilidad decía que sí, había temblores, pero la duración del terremoto del 2010, de más de 2 minutos, invita a darte cuenta que el planeta es dinámico, está vivo».

Por lo mismo Lagos asume que la sociedad está más empoderada y que las conductas de autocuidado se han visto potenciadas al momento de acampar cerca del mar o comprar una vivienda. «La sociedad del 2016 es otra. No había pasado que generaciones completas tuvieran la oportunidad de vivir tantos terremotos en diferentes partes del mundo. Nuestros hijos o nietos tienen otra sensibilidad, y saben que pueden producirse, a diferencia de antes», expresa el geólogo.

 

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Asegura que hemos tenido suerte, porque todos los desastres naturales han ocurrido en momentos donde la exposición ha sido baja. «El terremoto del 2010 fue un viernes en la madrugada con familias reunidas en la casa, con la marea más baja del año y al final de la época estival, cuando muchos habían regresado a sus lugares de origen. Si esto hubiese sido el 14 de febrero a las tres de la tarde, con todas las playas llenas, sería otra la historia. Lo mismo en Illapel el año pasado. Todo pasó cerca de las ocho de la tarde, cuando el Instituto Teletón ya no estaba con los niños en rehabilitación. Si pasaba a las 10.30, habría otra sensibilidad. Como no ocurrió, ahora el peligro es invisible. Lamentablemente, somos una sociedad en la cual tienen que existir muchas víctimas para tomar decisiones estratégicas y disminuir los niveles de riesgo», puntualiza.

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Frente a predicciones de terremotos futuros, piensa que en sociedades educadas este tipo de aviso no tiene ninguna cabida, ningún espacio. «La gente siempre necesita respuestas, así se sustentan las religiones, los partidos políticos, todo. La incertidumbre se termina con la educación. El tema de fondo es que tenemos vacíos importantes relacionados con los eventos naturales extremos que afectan a nuestro país. Esto hace que un porcentaje importante de la población le dé cabida. Es una irresponsabilidad, debería estar normado y deberían existir consecuencias que castiguen estos avisos. Si vas a California, y un brasilero, colombiano o peruano dice que habrá un terremoto mañana, va a la cárcel inmediatamente. Acá cualquiera puede decir lo que quiere sin consecuencias. Los medios también tienen responsabilidad en esto, y no todos ayudan».

Además recuerda que en nuestro país los terremotos no matan gente, porque usualmente la infraestructura soporta grandes movimientos; lo que mata gente son los procesos colaterales, como los deslizamientos o tsunamis. Por ejemplo, en el terremoto de septiembre pasado, en Illapel murieron 15 personas, 10 por los efectos del tsunami. Lo único claro es que los terremotos y tsunamis son inevitables y, por lo tanto, debemos aprender a convivir con ellos.

FUERA DE NUESTRO CONTROL
Desde su área, Raúl Carvajal, sicólogo de Clínica Santa María, coincide en que hubo un quiebre, un antes y un después, en la sociedad chilena. De alguna forma se estableció una sensación de incertidumbre, de pérdida de control para muchas generaciones que no sentían nada parecido desde 1985. «De pronto zonas donde uno se sentía seguro no existían. Ahora te genera inseguridad vivir en la costa. Antes estar en primera línea, a orillas de la playa, era considerado lo mejor para vivir, pero ahora es más un problema».

En términos más profundos, agrega que «salimos del estado de certeza que nos hace ser más petulantes. Hubo un baño de humildad, ya que, pese a que se supone que estamos preparados, nunca lo estamos totalmente. Se prendió una luz amarilla que dice que la vida es bonita, pero también vulnerable. Así que la vives, la disfrutas, o te la vas a perder».

 

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En su consulta recibió a pacientes tras el evento, e incluso hace un par de meses una mujer acudió con un cuadro de angustia detonado por el temblor que afectó al norte, el cual tuvo su origen el 2010. «La teoría es que nosotros tenemos registros positivos y negativos, y cuando de alguna forma las circunstancias los vuelven a presentar, se activa. Por ejemplo, si siendo chica fuiste de vacaciones a Algarrobo y lo pasaste fantástico, seguramente si vas se activará alguna imagen o buenas sensaciones, pero no tendrás claro por qué está pasando», detalla Carvajal.

En el caso del terremoto se actualiza con cada temblor fuerte, nos podría recordar el sentimiento de desprotección, la angustia. Por supuesto, otros ven el terremoto como una situación sólo llamativa. De todas formas, ya no deberíamos sentir miedo del tema, pero si por un temblor pasamos un mes y medio con síntomas como insomnio o angustia, hay que consultar, porque posiblemente se deban tratar otras aristas de la vida.

«Los que lo pasan mal son los que vivieron una situación traumática o tienden siempre a dramatizar más las cosas. Alguien con un perfil más temeroso o tendencia obsesiva puede estar muy pegado», explica. Pese a que se cree que las mujeres sufrimos más, el sicólogo aclara que nosotras verbalizamos más, decimos que nos asustó; en cambio los hombres se hacen más los valientes.

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