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Dalí y Gala, una historia de amor mágico entre dos almas libres

Juntos vivieron una de las relaciones más apasionantes de la historia del arte

Por Andrea Sánchez

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Cuando Dalí conoció a Helena Diakonova, mejor conocida como Gala, aún era virgen y se temía homosexual, Gala quedó prendada de él aun estando casada con el poeta Paul Éluard, uno de los mejores de su época. Corría el año 1929 y el amor llegó de manera abrupta. Ambos cayeron ante los encantos del otro. Formalizaron su relación en 1949, pero eso no impidió que ambos cayeran en una serie de infidelidades.

Gala fue todo para el pintor, a tal grado que en la rúbrica de muchos de sus cuadros se lee Gala- Dalí, porque según el artista, ‘Él no existiría sin su alma gemela, Gala’. Cuando se conocieron él tenía 25 y ella 10 años más. Los padres del español se opusieron a la relación porque ella era divorciada y mayor. Además, estaba fuertemente vinculada al surrealismo, en sus círculos cercanos se encontraban los artistas plásticos más importantes y polémicos de la época.

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Su relación fue intensa, ambos lo eran, Gala no era sólo su mujer, también era su musa, su más grande inspiración. Lo mismo la pintó desnuda que vestida, de frente que de espalda, interminables eran las poses para su amada. Gala inspiró ‘Assumpta Corpuscularia Lapislazzulina’, ‘La mujer visible’, la ‘Leda atómica’, obras sin las que no concebiríamos al pintos español.

Se casaron en 1934 por lo civil y años más tarde, con el permiso del Papa Pío XII, se casaron por la iglesia. Tanto era el amor que sentía Dalí por ella que le compró un castillo, cada que quería verla debía solicitarle permiso. Ahí, en ese espacio mágico quedó el cuerpo de Gala, quien murió en 1982.

Años más tarde, en este mismo lugar encontraron un diario en el que Gala escribió: «Me importa poco si Dalí me ama o no. Personalmente yo no amo a nadie». Dalí, por su parte, la amaba a tal grado que con su muerte se hundió en una profunda depresión. Se encerró en el castillo que había comprado para su mujer hasta que un incendio lo obligó a mudarse. Sin Gala, Dali no quería vivir. A pesar de haber mandado a hacer dos tumbas juntas, Dalí decidió que su cuerpo descansaría a 40 kilómetros de su amada en el museo de Figueras.

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