En la mañana del 23 de julio de 2025, Edgar Allan García fue reconocido con el prestigioso Premio Iberoamericano Cervantes Chico, un galardón que honra la trayectoria de escritores destacados en la literatura infantil y juvenil en idioma español.
Pocos días después, el domingo 27 de julio, su familia anunció su fallecimiento tras una larga batalla contra el cáncer, dejando al país sumido en nostalgia y admiración por su legado.
Su partida, anunciada oficialmente el mismo 27 de julio, marcó el ocaso de un creador incansable que dedicó décadas a imaginar mundos para niñas, niños y adolescentes. Autor de más de setenta obras entre cuentos, poesía, novela, ensayo y literatura infantil‑juvenil, García fue y seguirá siendo una de las voces más influyentes de la letras ecuatorianas.
Una trayectoria llena de letras
Desde Guayaquil —ciudad donde nació el 17 de diciembre de 1958— hasta Quito, donde residió las últimas cinco décadas, su vida fue un viaje creativo sin pausa. Ejerció como viceministro de Cultura, presidente del Consejo Nacional de Cultura y gerente del Plan Nacional de Lectura, y cultivó estudios en Sociología, Ciencias Políticas y Psicología Transpersonal, además de aprender idiomas como quichua, inglés, francés e italiano.
El Cervantes Chico 2025 fue su última distinción, y llegó solo cuatro días antes de su fallecimiento. Este reconocimiento, concedido por el Ayuntamiento de Alcalá de Henares junto a la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), lo convierte en el tercer ecuatoriano en recibirlo, después de Edna Iturralde (2020) y María Fernanda Heredia (2023) .
Este galardón, además de valorar la calidad literaria, honra el compromiso social: celebrar a través de la palabra el fomento de la lectura y la formación de futuros lectores. Para García, esta misión fue una vida entera dedicada a transformar la infancia en un espacio de magia, reflexión y construcción de identidad.
Los libros que ilusionaron a grandes y chicos
Entre sus obras más emblemáticas están Leyendas del Ecuador, texto de referencia en escuelas ecuatorianas, y El rey del mundo, incorporada al Plan Nacional de Lectura de Argentina. También fueron muy conocidos Rebululú, Patatús, Cazadores de sueños y Palabrujas, títulos que llevaron su voz a generaciones de lectores.
Desde guías de lectura hasta programas de radio, talleres escolares y conferencias, su estilo cercano, creativo y lleno de humor situó la literatura infantil como espacio de reflexión crítica y cultural. Fue autor de más de ochenta obras, su texto se tradujo a otros idiomas y apareció en antologías internacionales.
Los mensajes llenos de conmoción
La reacción de colegas, lectores y la comunidad cultural fue inmediata y emotiva. Leonor Bravo escribió: “Edgar Allan García no se va, descansa en un arrecife y vuelve al mar”, evocando su conexión con el imaginario ecuatoriano y la inmortalidad simbólica de su palabra . En redes, la editorial Libresa expresó: “Una de las voces más queridas… su palabra desafió moldes”, y su pérdida fue sentida como un adiós a un amigo literario de generaciones.
Su legado institucional también perdura: en los premios nacionales al que fue distinguido varias veces —como el Darío Guevara Mayorga, Bienal de Poesía de Cuenca, y el Ismael Pérez Pazmiño— y a nivel internacional con el Premio Pablo Neruda y el Premio Plural en cuento.
Un escritor para estudiar
Más que un autor, fue un puente entre generaciones: sus libros acompañaron aulas escolares, hogares y corazones literarios. Con su muerte, Ecuador despide a un narrador cuya obra se lee con emoción y cuyos libros transforman la mirada de los lectores. Pero su palabra seguirá viva en cada libro que abra la imaginación de un niño, un joven y también un adulto.
Así, el último premio que recibió, el Cervantes Chico, no fue solo un homenaje; fue una despedida en vida, un reconocimiento que subrayó su misión y que ahora resuena en cada texto que escribió. Y aunque su voz física se haya apagado, su legado iluminará caminos de lectores por muchas generaciones más.