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Top Flavor: la historia de Carmen Freile, una repostera que hornea y enseña con sabor y pasión

Con más de 30 años de experiencia, Carmen Freile no solo hornea pasteles: construye recuerdos, comparte saberes y contagia su pasión por la repostería. Su taller Top Flavor es un espacio abierto para aprender, crear y disfrutar del arte dulce sin límites.

Carmen tiene más de 30 años de experiencia en repostería.
Carmen Freile, el rostro detrás de Top Flavor Carmen tiene más de 30 años de experiencia en repostería.

Detrás de cada postre hay una historia y la de Carmen Freile es tan cálida como sus tortas recién horneadas. Con 52 años, esta repostera ecuatoriana lleva más de tres décadas dedicada por completo a su pasión: endulzar la vida de las personas a través de la repostería.

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Su especialidad son los macarrons, ese delicado y colorido postre francés que Carmen ha convertido en su sello personal, después de años de práctica, ensayo y perfeccionamiento.

Un flechazo con una torta de cumpleaños

Su historia comienza mucho antes, cuando a los 9 años preparó su primer pastel para el cumpleaños de su hermano. “Hice todo como si fuera un gran evento”, recuerda con una sonrisa. Desde entonces, supo que su vocación estaba en la cocina, entre harina, azúcar y creatividad. Con su emprendimiento ‘Top Flavor’, nombre que representa “el sabor más top”, Carmen no solo hornea delicias: también enseña. Adultos mayores, niños, jóvenes o cualquier persona con ganas de aprender tiene un espacio en sus clases.

Carmen habla con brillo en los ojos cuando se refiere a sus jornadas. Lejos de quejarse del cansancio, dice que no le importan las noches largas o las madrugadas si está decorando un pastel. “Para mí, desde que nací, tenía marcado esto”, afirma con seguridad. El amor por lo que hace se nota en cada detalle: desde los sabores personalizados hasta las decoraciones minuciosas. Su vida gira en torno a la repostería y lo vive como una celebración diaria.

Ciencia y arte en cada sabor

Los procesos que siguen sus tortas son cuidados al milímetro. Un pastel sencillo puede tardar entre cuatro y cinco horas en estar listo. Hornear un bizcocho, esperar a que enfríe, rellenar, decorar... todo con precisión de reloj suizo. Pero cuando se trata de los macarrons, la técnica se vuelve casi científica: “el proceso hay que seguirlo exactamente”, advierte. Aunque ahora puede hacerlos en unos 45 minutos, admite que dominar esta receta le tomó casi diez años de práctica constante.

Su negocio no es solo un espacio de trabajo, es una escuela viva. Allí enseña pavlovas, galletería tradicional ecuatoriana —como las melvas, quesadillas o alfajores— y clases de pastelería general. Incluso invita a especialistas para enriquecer la experiencia. “Siempre estoy dando cursos. No hay ningún límite. Toda persona que quiera venir está bienvenida, desde los niños hasta los adultos mayores”, afirma con orgullo.

El enfoque de Carmen no es solo profesional, sino profundamente humano. En cada clase busca conectar con sus alumnos, responder sus dudas, motivar sus sueños. Y siempre repite un mensaje: que se dediquen a lo que les gusta. “Si algo te apasiona, no te cuesta hacerlo. La repostería no tiene límites”, insiste.

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Su sueño: enseñar

La meta más próxima de Carmen es consolidar su escuela de enseñanza. Ya tiene su taller, pero sueña con expandirlo como un lugar donde las personas encuentren alegría, distracción y, por supuesto, mucho sabor. No se trata solo de formar profesionales, sino de compartir una pasión que, como ella dice, puede convertirse en un hobby sanador.

En redes sociales, Carmen mantiene una comunicación constante con su comunidad. Publica novedades, cursos, responde preguntas y acompaña los procesos de quienes confían en su enseñanza. “Lo que más me importa es que la gente disfrute. Que no sea solo poner un pastel en una fiesta, sino saborearlo con alegría”.

Carmen Freile es más que una repostera: es una artista del azúcar, una educadora del sabor y una mujer que ha logrado construir una vida plena a través de su vocación. En cada dulce que prepara hay una historia, una anécdota, una lección. Y si hay algo que tiene claro es que el verdadero ingrediente secreto de su éxito es el amor con el que cocina cada día.

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