Las niñas de la etnia rohingya viven una tragedia permanente, sus familias tratan de salir de ellas cuanto antes para ahorrarse un plato de comida en medio de una gran pobreza.
Puede parecer una historia de ficción escuchar que niñas son negociadas en matrimonio por sus padres, pero es una realidad en Bangladesh y la razón es tener la manera de paliar la miseria y protegerlas de las mafias de trata.
La especie de negociación busca apagar la desgracia que padecen y aliviar el dolor que puede conllevar a la niña a formar parte de mafias que negocias su cuerpo, su vida, su dignidad.
Esta es una de muchas historias que a diario se viven en la zona, esto con el propósito de explicarle al mundo lo que en esos campos sucede y tratar de limpiar la moral de los padres que pueden ser juzgados por una decisión brusca.
Nur Fatema tiene 15 años y su tía Hamida Begum, decoró con henna los brazos y piernas para ponerla bonita para la ocasión… Sentada sobre una estera en la choza de caña y barro donde residía con su familia, esperaba a que su próximo marido, Nur Hakim, viniera a recogerla. A las 4 de la tarde el novio se presentó en la chabola y condujo a su futura esposa entre callejones marcados por canales de agua pestilente y pilas de basura hasta su nueva residencia: un chamizo tan paupérrimo como el de su propio clan, que tendrá que compartir con los 8 miembros de su nueva familia.
Allí, durante horas, Fatema fue asignada a la «habitación de los novios», una sencilla habitación que la separado del resto por otro panel de cañas revestidas con papel de periódico y plásticos. La habían adornado para la ocasión colgando guirnaldas rosas del techo. La pequeña tuvo que esperar durante horas aposentada en el suelo, con el rostro cubierto por un velo, a que su esposo concluyera la ceremonia religiosa en una casucha contigua.
Durante la espera, otra niña intentaba aliviarla del calor sofocante con un abanico:
«La tradición dice que los recién casados pueden disfrutar de una habitación privada durante algunos días. ¿Después? Ya nos arreglaremos», explicó Hakim.
Como el resto de los rohingya que se hacinan en estas colinas del campo de refugiados de Kutupalong, Fatema, sus 4 hermanos y sus padres, tuvieron que huir de Birmania bajo la brutal campaña de limpieza étnica que lanzó el ejército de ese país a partir de agosto del año pasado. Consiguieron salvar la vida pero sus pertenencias quedaron reducidas a varias ollas de metal, los sacos de ayuda humanitaria que han conseguido apilar en su barraca y cuatro ejemplares del Corán que guardan con esmero en una repisa fabricada con trozos de bambú.
Su padre, Abdul Rahman Dildar no oculta la razón principal que le llevó a acordar el matrimonio de Fatema con Hakim en menos de 2 meses:
Bajo unos parámetros en los que la miseria y la tragedia parecen haberse convertido ya en norma de vida para esta minoría musulmana de Birmania, la opción de que Fatema pudiera elegir a su pareja o esperar hasta ser mayor de edad ni siquiera constituyó una hipótesis. La muchacha no podía ocultar la turbación que le producía todo. «¿Estás contenta?», le inquirió uno de los visitantes extranjeros.
“Ha sido una decisión de mi madre. Si ella es feliz yo también lo estoy», respondió entre susurros y con el mismo rostro taciturno que mantuvo durante la ceremonia.
Aunque los matrimonios de menores son una tradición de larga data entre los rohingya, los casos se han multiplicado a consecuencia de la crisis humanitaria que ha generado la última expulsión de más de 700.000 miembros de este colectivo de Birmania y las deplorables condiciones en las que han terminado hacinados en Bangladesh, según alertó a finales del año pasado la Organización Mundial de Inmigración (OMI).Fatema todavía se puede considerar afortunada.
La indagatoria de la OMI descubrió matrimonios en los que las novias no superaban los 11 años, y confirmó que muchos de los progenitores aducían también que se veían «forzados» a casarlas para disponer de más comida.