Yo no leo libros, yo los bebo y los vivo. No hay sensación más hermosa que el poder sentir cómo vibran en mis manos, llenos de historias y cuentos. Hay en cada hoja una evidencia jeroglífica de personas maravillosas, de espíritus aventureros, de amores entrañables, de memorias que no se quieren olvidar.
No sólo leo libros, yo dejo en cada uno de ellos mis preguntas y mis rayones fosforescentes con notas al autor, como si pudiera hablarle.
Cada libro es un camino que no quiero que se acabe. Encuentro en ellos una pequeña parte de mi vida, ese gancho que me obliga a seguirlo hasta el final, en donde me estremezco con el personaje y me arrepiento como se arrepiente el escritor al final, cuando trata de justificarme de mil maneras por qué escribió lo que escribió.
Admiro a cada uno de los que se han atrevido a compartir. El oficio de escribir no es nada fácil. Siempre hay un momento en el que quieres salir de las hojas, pararte frente al lector para que te toque el alma, porque solo así es como profundamente se pueden asimilar: con el alma desnuda.
Los libros no están hechos de palabras, en ellos se esconde todo lo que una persona no es capaz de ver físicamente; hay dolor, hay sufrimiento, hay insomnios y velas encendidas hasta consumirse, hay cenizas de cigarro y manchas de café, borradores, lágrimas y sonrisas, hay hojas que se arrugaron y desarrugaron una y otra vez, manchas de tinta que borraron lo imborrable. El proceso de un libro está lleno de besos y despedidas, de mujeres en el sofá del escritor, de hombres sin camisa caminando en un pasillo, de niños haciendo ruido y mascotas explorando los espacios.
Un libro no es más que el resultado de todas las cosas que ya no caben en el corazón y necesitan extenderse en una mesa. Las letras solo intentan darle forma a la frustración del autor, a todo eso que quiso decir y no pudo porque no supo cómo.
Hoy el aplauso es para las personas detrás de las hojas, de la tinta y de las imprentas. Es un aplauso en honor a todas las historias de las que, como lectora, he sido parte. A los que han logrado arrancarme el alma, sacudir mis debilidades y hacerlas fuertes, por regalarme el abrazo que no pude encontrar en nadie más, por arrullarme en las noches, por ser cómplices de los días difíciles y fáciles.
Un aplauso a todos los libros que no queremos que se acaben, que queremos leer una y otra vez, que viven en nuestro buró, que han curado una herida y han entendido las sonrisas.
Un agradecimiento especial a la magia que cada libro me regala cuando, con un suspiro termino la última página, cuando lo cierro al fin y pienso “lo tengo que leer otra vez”.