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El enemigo más fuerte

Nuestro enemigo no siempre está detrás de una mirada, puede vivir en nosotros, dormir con nosotros, caminar, comer y convivir.

Yo siempre he escuchado que hay que saber elegir a los amigos, como lo que comes, como lo que amas y como lo que haces.

Con el tiempo, también debemos aprender a elegir a nuestros oponentes: aquellas personas o cosas que, lejos de representar algún mal, llegan a nuestra vida para darnos alguna lección. Desde enseñarnos a superar alguna inseguridad, hasta —simplemente—  sacar un poco de nuestro carácter.

En el mundo terrenal, hay una regla básica que rige la mayoría de los éxitos y fracasos del ser humano: mente fuerte domina mente débil. Y, honestamente, eso de “mente fuerte” parece más bien algo con lo que se nace. No es hasta que entras en el juego de ser el mejor cuando surgen los miedos, frustraciones y contrincantes. Inicia el verdadero entrenamiento.

Empiezas a conocer esa dinámica irónica y cruel, en donde la emoción y la suerte combinada con un poco de astucia te pueden abrir puertas a cosas que antes pensabas inalcanzables y al mismo tiempo, un montón de envidias, egos destrozados y tus propios demonios internos salen a relucir.

Hay una frase del gran escritor argentino Jorge Luis Borges, que dice:

Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos.

Y claro, no hay que tomárselo a la ligera.

En el momento en que decidimos tener un oponente, es porque estamos de acuerdo en otorgarle el beneficio de la duda, en que quizá podemos equivocarnos, fallar y retractarnos, y que sea esa persona/cosa ante la que nos queremos exhibir. Sin olvidar que siempre estará latente nuestra victoria.

No encasillemos el papel del enemigo solo en alguien a quien debemos demostrarle algo. Hay oponentes de altura a los que vale la pena confrontar, con los que hasta es rico entrar en discusión, y hay otros a los que solo debemos darles una palmadita en la espalda. Créanme, a veces eso es suficiente.

Hablamos de personas, pero también de pensamientos mal intencionados que nos quieren desconcentrar y siembran dudas, cuestionan nuestros talentos y capacidades, pensamientos que no nos dejan avanzar. Dentro de todo ese montón, también debemos saber elegir cuál es el que nos va a ayudar a llegar o cuál nos va a terminar venciendo.

Es real, nuestro enemigo no siempre está detrás de una mirada, puede vivir en nosotros, dormir con nosotros, caminar, comer, convivir. A veces no es tan fácil de identificar, pero cuando podemos elegirlo, le quitamos algo de poder y lo volvemos más vulnerable.

Deja de ser anónimo porque podemos prever cuándo y de qué forma va a aparecer, conocemos su forma y su estrategia, aunque la cambie mil veces.

No importa a lo que te dediques, cómo luzcas, cómo pienses ni qué prefieras, él está ahí todo el tiempo, en forma de otra persona, a veces también en algo intangible. Lo más importante es recordar que somos nosotros los que decidimos hasta dónde llega, hasta dónde nos intimida y hasta dónde nos detiene.

Gracias por ser, estar y compartir.

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