Todas las mañanas al despertar doy gracias por un nuevo día. Por todo lo que tengo, por todo lo que no tengo y por la valiosa oportunidad que tengo para compartir con ustedes temas que me gustan. Me levanto de la cama, tomo un vaso de agua y me pongo a meditar; 5 minutos, 10 minutos, 15 minutos, lo que tenga disponible. Hasta entonces me siento lista para comenzar.
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Hace unos 9 meses comencé a meditar por mi cuenta. Tenía experiencia en mis clases de yoga, donde se reserva un espacio para tranquilizar la mente. Había tomado sesiones de vipassana y pranayama, siempre con la guía de un maestro. Una experiencia muy distinta a tener una practica consciente, en un espacio personal.
Existen diversos métodos y diversos maestros que hablan sobre meditación. Desde el Dalai Lama hasta Osho, desde el budismo zen hasta el budismo tibetano. Al final todos tienen un mismo propósito que es tranquilizar la mente y conectarnos con la conciencia básica, ese niño interior del que nos hemos alejado por todo “el ruido del Mundo Moderno” y el discurso mental repetitivo.
Durante este tiempo he descubierto que el camino de la meditación no es sencillo, ni hay una fórmula mágica, ni un atajo. La dispersión de nuestros pensamientos, nuestras frustraciones, nuestros miedos, nuestro dolor son obstáculos que intervienen en nuestra búsqueda de la felicidad. Se encargan de confundirnos, presentando la felicidad materializada fuera de nosotros, cuando en realidad debemos buscar dentro.
Han sido varios los obstáculos que he enfrentado en el camino, en la práctica y quedan muchos más por venir. De repente pasa que “no hay tiempo” para meditar o se siente forzado, hasta resulta difícil soltar el discurso. Caemos en una ilusión, un estado de satisfacción, cuando no debemos aferrarnos a algún resultado.
La meditación se trata de conocer nuestra mente. Entre más practicamos la meditación, nuestra mente se encuentra más tranquila. Somos más compasivos con nosotros mismos y con los demás. Gracias a la meditación es posible reconocer nuestros problemas, miedos y frustraciones, nos hacemos sus amigos. Así comenzamos a romper nuestros patrones y nos abrimos a nuevas posibilidades.
Con un poco de confusión al inicio, aprendí a meditar en cualquier en diversos lugares, en diversas situaciones. No hablo de quedarme quieta, cerrar los ojos y llevar la mente en blanco, sino generar conciencia de lo que estoy haciendo en ese instante. Así he logrado meditar mientras manejo, al cocinar o durante la comida. Por lo general, estamos en automático y nos olvidamos de saborear, de percibir, de reconocer todos nuestros sentidos.
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Una práctica comprometida nos ayuda a cambiar patrones creados, desde pequeños. Cambiamos nuestra forma de percibir el mundo y a las personas que nos rodean, a nuestra comunidad. Con el paso del tiempo tendremos cada vez más entendimiento y compasión, que será de ayuda a los demás. Es así cómo ahora entiendo que la meditación es el camino a la felicidad.
Apenas estoy dando mis primeros pasos.