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La bruja de Rapunzel

No puedo callarme, qué tal que me intoxico con tantas cosas que decir, que gritar, que susurrar.

No sé muy bien por qué, pero últimamente me encuentro más incorrecta que nunca. De buenas a primeras me descubro con todos los filtros apagados y diciendo cosas improbables de las que me arrepiento (casi siempre) inmediatamente después de que salen de mi boca. Este talento, casi siempre termina por generar risas y una subida peligrosa en el pantone de mis mejillas. No lo puedo evitar, es un casi delictivo placer decir lo que se me da la gana, mi chingada gana. Curiosamente, no es una cosa de valor, no es que agarre vuelo y me suelte a decir tonterías; es completamente involuntario, no discriminatorio y filoso como cuchillo de taquero. Se me sale, pues.

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Esta forma de terrorismo verbal ocurrió por primera vez cuando, muy pequeña, a mi mamá se le ocurrió llevarme de compras. Me quedé sentada en el carrito haciéndome tonta (algo para lo que también tengo talento) mientras ella escogía cebollas y jitomates. Todo fue calma y una niña ejemplar hasta que se acerco una señora a chulear al bello espécimen que lograba la hazaña de estarse sosiega mientras su mamá hacía la compra. Miré fijamente a la mujer y, sin más, me solté como loca a gritar “¡MAMÁ, LA BRUJA DE RAPUNZEL. MIRA MAMÁ, LA BRUJA DE RAPUNZEL!” Un dedito acusatorio señalaba a la pobre señora y mi mamá despavorida corrió a taparme la boca y a acomodarme dos cachetadones por andar de inadecuada.

En ese momento no entendí cuál era el problema; yo había visto a la bruja de Rapunzel, había dicho la verdad y, si algo me habían enseñado los cuentos, es que a las brujas hay que dejarlas pendejas en cuanto las ves porque sino te convierten en barbacoa. ¿Por qué la hacían de tos? No era mi culpa que una bruja estuviera así como así circulando por el súper. Hubo un fuerte regaño y una lección que aún no acabo de entender: te pinches callas.

No aprendo, como cuando vi a la bruja, las palabras se apretujan en mis labios y se obligan a sí mismas a salir despavoridas, ahora sí que yo las canto como las veo y no reparo en nada más que en quitarme la presión de las letras, en no sentir que me ahogo por tener unas ganas locas de decir algo. No puedo callarme, qué tal que me intoxico con tantas cosas que decir, que gritar, que susurrar. Qué puedo decir, es como si  me topara, una y otra vez,  con la bruja de Rapunzel.

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Si quieres que nos digamos algo me encuentras en twitter como @jimenalacandona

Para más fábulas, mentiras y monstruos en www.fabulasmentirasmonstruos.tumblr.com

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