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Lo que hay que decir

Quiero prevenirte, hermoso lector, que las siguientes líneas expresan de la manera más desordenada (situación intencional) mi estado emocional. Por motivos no tan recientes, me he visto en la necesidad de todo el tiempo estar analizando las cosas que suceden, tanto en mi cabeza como fuera de ella y llego a conclusiones que me resultan confusas y son las que te quiero plantear.

Quiero confesar que no me gustan los viernes, la paso mal, son difíciles. Largos. Pesados.  Los viernes es cuando todo me recuerda que mi vida es diferente y duele.  Ya te lo había dicho, el duelo no es fácil, nunca lo ha sido, y menos cuando no eres parte de la decisión. Los viernes duelen. Duelen los pulmones. Hay presión en el pecho. Un dolor real, nada imaginario. Los viernes me duelen.

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Es entonces cuando, para no irme en una espiral descendente, empiezo a contemplar a las demás personas, todas siendo un universo completo en nuestras cabezas, todas viviendo un dolor y un duelo diferente de la mejor manera que pueden y empiezo a entender más cosas al toparme con preguntas como “¿Por qué una mujer como tú no tiene novio?” o “¿Por qué las mujeres (o los hombres) son tan así?”, etc. ¿Qué nos pasó? ¿Dónde quedaron las ganas de querer? Y es que sí, ya nadie quiere querer y los que sí quieren, se topan con la disyuntiva de que la persona a la que empezaron a querer, no los quiere de vuelta. Nos pasa a todos, nos está pasando ahorita, ¿lo sientes?

Esa melancolía con la que vivimos todos, que nos orilla a experimentar una y otra vez acciones o sentimientos del pasado que ahora no existen, es eso, justo eso, lo que nos impide querer, porque ya una vez nos lastimaron, porque ya una vez dolió. No, no sólo una vez, más bien tres. Porque ya tres veces dolió, porque ya tres veces te entregaste y las tres veces te regresaron, porque ya no tienes nada que dar porque todas las piezas de las que te construiste desde la última vez son efímeras, hechas de momentos que ni existen y que tú inventaste y sin embargo, no están hechas de ti.

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Y es cansado, resulta muy cansado no dejarnos querer por nadie, por todos y todas a quienes una y otra vez les decimos que no porque no queremos, porque estamos cómodos solteros,  porque estamos mejor así, porque nada más queremos divertirnos, porque ahorita no estamos buscando nada serio, etc. Me cansa que a todos nos canse, me cansa que todos nos vamos, que no nos queremos quedar, ¿cuántas personas más estamos dispuestos a ver salirse de nuestra vida?

Hasta parece que está de moda ser soltero, que es la mejor opción. Todos se juntan para separarse después, se juntan para luego alejarse alegando “diferencias irreconciliables” y vemos eso todos los días, y nos acostumbramos y nos resulta normal. Lo aceptamos y lo enfrentamos, pero cuando en la noche estamos acostados en nuestras camas lo único que queremos es que nos tengan bien agarrados, bien apretados y no hacemos nada para remediarlo. Y pues ¿para qué? si luchar por las cosas requiere de un esfuerzo que no estamos dispuestos a tomar porque es más fácil. Porque intentar arreglar lo que está roto ya no llama la atención en una época en la que todo es maravillosamente inmediato.

Por lo pronto, yo me miento.  Me miento todos los días cuando juego a que nada de esto me importa. Me mentí cuando dije que estaba bien, me mentí cuando ese día no di a entender cuán quebrada estaba y me miento todo el tiempo para protegerme de mí. La verdad, si quieres leerla, es que lloro cada vez que puedo y a veces logro hacerlo sin que me vean. ¿y tú, persona que me lee, cuál es tu verdad?

Foto: imgfive

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