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El catecismo de Pilar Sordo

“Me cuesta entender cuál es el real aporte de Pilar Sordo”, dice Alvaro Peralta.

Hace charlas motivacionales a empresas; escribe exitosos libros de autoayuda y columnas de opinión en la prensa; participa en paneles de televisión y hace asesorías al Ministerio de Educación y el SERNAM; además de ser la flamante rectora de un nuevo instituto profesional y –cuando le queda tiempo- ayuda a Coco Legrand en una que otra rutina de humor. Más encima, cuando alguna tragedia como el terremoto de marzo o los mineros atrapados sacude al país, no duda en trasladarse hasta el foco mismo de los hechos para, como ella dice, “estar con la gente”.

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Me cuesta entender cuál es el real aporte de Pilar Sordo. Porque de que tiene seguidores, los tiene. Sin embargo, he leído algunas de sus columnas, la he visto opinando en televisión y hasta he ojeado sus libros. Y, siendo muy honesto, en su discurso solo he encontrado algo de sentido común, muchas buenas intenciones y un barniz de moral católica que le da un particular brillo a cada una de sus palabras. Salvo por uno que otro término ligado a la sicología, el resto de sus consejos y reflexiones son prácticamente lo mismo que podrían articular mi madre o mis tías a la hora de darme un consejo. Así, al final del día, lo que Pilar Sordo entrega no es más que un catecismo de vieja escuela con un par de retoques cosméticos de sicología puesto en un envase postmoderno: el de los medios de comunicación. Nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo, a pesar de mis aprensiones, su gran éxito comercial es una clara señal de que a los chilenos les gusta escuchar o leer sus consejos. Es curioso lo que pasa con Pilar Sordo y su público. Da la impresión que se mueven por un carril aparte que el de muchos otros chilenos. Porque mientras muchos miramos con atención los debates valóricos que comienzan a discutirse en el país, como la entrega masiva de la píldora del día después, el aborto terapéutico o las uniones civiles entre homosexuales; esta sicóloga sigue con un discurso que pareciera haberse quedado suspendido en el tiempo, unos veinte o treinta años atrás.

No lo sé. Tal vez no es efectivo que existen estos carriles separados en la sociedad chilena y al final somos una manga de hipócritas que cultivamos el doble estándar. No creo. Pero lo único que tengo claro es que Pilar Sordo y su catecismo no me convencen para nada.

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