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Sólo con plata baila el monito: radiografía de los egos en la gala del Festival de Viña

Una pantalla, celebridades hambrientas de elogios y un público registrando hasta el mínimo error para convertirlo en meme.

Imaginemos que los eventos de alfombra roja y las galas son un circo. Antes de que empiece el show, todos corren de un lado para otro para que la carpa —que en estos casos, es un pedazo de tela rojo que llaman alfombra— no se desprenda, para que los animales no escapen cuando salgan a escena.

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Tiene ser estar perfecto, después de todo, es la función que muchos critican, pero que sigue siendo parte del imaginario colectivo de las personas, y específicamente, de los chilenos. Con las redes sociales, el circo no sólo tiene a esos espectadores presenciales, sino que a millones de personas que esperan que el acróbata se caiga o que el payaso falle en su rutina.

Sabemos que el Festival de Viña no es lo mismo que era antes. Algunos tratan de echarle la culpa a la decadencia de la televisión, y aunque tiene bastante sentido, eso no es lo que critica la gente. El derroche excesivo de dinero en las actividades previas y paralelas al show mismo es lo que enfurece.

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Es como un circo que trata de mantener en pie su espectáculo vendiendo golosinas o merchandising antes de la función, pero que tiene fardos de paja en vez de butacas para los asistentes. Ya no importa si al público le gustan los artistas, sino que la idea es montar una alfombra roja parafernálica que, a ojos de los demás países latinoamericanos, sea “un ejemplo de glamour” a lo Hollywood.

De todos los invitados, uno de los más criticados fue Di Mondo, un chileno que vive en Nueva York y que caminó por la alfombra roja con una máscara con muchos cristales (no me acuerdo y no me interesa cuántos eran, sólo era algo muy caro).

A pesar de que no me gustó su look, por lo menos él admite que tiene múltiples caras, no como los demás famosillos que caminaron por ahí, simulando que la televisión es la vía para ser muy cool.

Pero, lamentablemente, estamos muy lejos de eso. Sí, puede que los vestidos y las joyas sean caras, pero eso no quita que la gala del Festival de Viña sea un espectáculo bizarro que no tiene nada que ver con lo que somos. O quizás, es la prueba efectiva del prototipo de chileno aspiracional, que gasta más de lo que vale el sueldo mínimo sólo para aparecer un segundo en televisión.

No digo que sea malo tratar de ponerse a la altura de otros eventos internacionales, pero si vamos a imitar todas las cosas modernas que se instalan en los Grammy o los Oscars, al menos que tengan un sello más personalizado. Si vas a copiar la “mani-cam”, esfuérzate y cámbiale el nombre (así todos podemos entender).

Podrán decirme: “pero oye, si a la gente le gusta”. Bueno, quizás le gusta porque con la foto que se saquen con ese famoso, sus seguidores en Instagram crecerán a la velocidad de la luz. Pero estoy segura de que les dejaría de gustar si supieran la cantidad exorbitante de plata que gasta cada uno de ellos para que ustedes alimenten su ego.

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