Apareció en la pauta de VeoVerde el tema del polémico festival chino de Yulín, donde la mayoría de los habitantes de esa ciudad come cerca de 10.000 perros al año. El solo hecho de pensar en semejante sentencia parece una barbaridad.
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Día a día estás acompañado de tus mascotas, ya sea perro o gato, y jamás pensarías en comer un estofado o asado de tus compañeros. Es simplemente impensable y un poco retorcido.
¿Qué deben pensar esos chinos? ¿Qué se les pasa por la cabeza al momento de asesinar perritos o gatos para comérselos? Las asociaciones animalistas y defensores de los animales alzan sus voces en contra del festival mediante el hashtag #stopyulin2015.
Sin duda este evento es una de las cosas más crueles en contra de los animales que se puede ver en videos o fotos, que abundan por toda la red. incluso podría ser más escalofriante que la matanza de ballenas piloto en las Islas Faroe o que la caza anual de delfines en Taiji, Japón.
Los perros son mascotas, son “el amigo del hombre”, ¿pero por eso deberían correr mejor suerte que otros animales? ¿La vida de un perro vale más que la de un pollo, una vaca o un delfín? ¿Qué pasa si esos perros fueron criados para comérselos? Al menos, esa es la justificación de algunos de los vendedores de perros.
Eventos como el de Yulin, Islas Faroe o Taiji son parte de una cultura, de una tradición. Para nosotros es “anormal” comer un perro, pero sí alzamos los tenedores y cuchillos para comer un asado de cordero, vaca, cerdo o pollo.
Cada vez que vas de compra al supermercado te ahorras ver los litros de sangre que significaron degollar al animal que posteriormente disfrutarás en un asado, probablemente viendo la Copa América, acompañado de cervezas y amigos.
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Probablemente tu perro también esté en el living mirando el televisor, lo miras y piensas que “jamás te comerías a tu perro”, que no eres tan cruel, pero finalmente sigues siendo ese “asesino silencioso” que contrata a una empresa de sicarios para faenar y obtener tu corte favorito sin ningún tipo de pudor. Nos criaron así.
Al final, lo que vemos en China es una realidad desde otra perspectiva, sin fábrica ni envoltorios que oculten el grado de crueldad animal al que estamos llegando como humanidad.