Hay miradas que intentamos evitar: la de alguien a quien le fallamos, la de un viejo amor que súbitamente se presenta frente a nosotras, la de alguien que usa el mismo vestido; pero hay una mirada definitiva que evitamos más que a ninguna otra: la de los libros que no hemos leído, la de aquellos que se apilan en nuestro librero.
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Y es, personalmente, la que me genera un terrible dolor en el estómago. Tengo esa angustia típica de aquellos que saben que el tiempo es limitado y los libros, infinitos. A veces pienso que ojalá los libros fueran como mi propia versión del amor: le dedicas tu vida a uno y nadie más importa.
Pero no es así, con los libros está permitida la infidelidad, los triángulos amorosos, los divorcios que te dejan en la calle.
Desde que comenzó el año me propuse leer un libro al mes, que fuera totalmente de mi elección. Estamos en el cuarto mes del año y llevo veinticinco libros leídos; ninguno ha sido por decisión propia, todos por trabajo. Entonces vuelve ese hueco en el estómago.
¿Qué hago con aquellos que me hicieron estremecer pero que tuve que dejar a las cien primeras páginas? ¿Cómo repongo el tiempo perdido? ¿Acaso me tengo que reportar enferma de algo que dure el mismo tiempo que necesito para terminarlos? Y, sin embargo, sigo acumulando libros, sigo creyéndome capaz de soportar ese terrible dolor de abandonarlos. Una vez más regresa a mí esa mirada inclemente.
Por otro lado están los libros que ya leí, aquellos que hojeo buscando el consuelo que me dieron en el momento en el que nos conocimos, porque eso hacen aquellos libros que te dejaron sin aliento: regañarte, golpearte, sacudirte, enamorarte, abrazarte; te regresan a aquellos lugares utópicos donde amaste, amarás o amas la vida.
Quiero volver a sentir eso, y no es que me la pase mal leyendo libros que no esperaba, al contrario, me encanta; pero necesito recordar lo que es subrayar con locura un libro y esperar a encontrarme furtivamente con el o la protagonista, porque eso hace la ficción: darte un respiro de un mundo real del que quieres escapar, no porque seas infeliz, sino porque necesitas habitar las pieles de muchos otros. Imaginarte náufrago, alma en pena, asesino serial, virgen suicida, persona normal.
Antes de dormir les prometeré a aquellos libros en espera que lo lograré, que pondré en orden mi vida, porque no son ellos, soy yo. Y en esta etapa de mi vida los necesito más que nunca, necesito olvidar que sólo soy un ser humano, y que con ellos tengo posibilidades ilimitadas, de volar en caso de ser necesario.