Un fenómeno que ha ido acentuándose o al menos en los defectuosos de mi tipo: el círculo vicioso de fijarse en chicos que, debo admitir, ni les paso por la mente, y de desdeñar a todo aquel a quien le gusto. Permítanme ilustrar el contexto en su versión fatal y masoquista, es decir con el soneto de Sor Juana:
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Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata,
maltrato a quien mi amor busca constante.
Comprendo que actuar de esta forma denota inmadurez y parece un juego de adolescentes. Pero entenderlo no me ayuda a ubicarme en un terreno neutral, un equilibrio entre lo que hay y lo que quiero; esos dos tan excluyentes.
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Nada me causa más aversión que un pretendiente, nada me causa más atracción que un imposible. Y antes de que me revienten los lectores, a mí los papeles de diva no me van y asumo que quizá en el fondo no estoy seriamente interesada en conocer o salir con alguien.
Lo peor del caso, es que a veces respondo muy poco diplomáticamente cuando se acerca el chico al que le gusto y ni así deja de insistir, llevándome al borde de cierta desesperación. En cambio, el que realmente me atrae, me martiriza cuando tiene el más ordinario gesto conmigo.
Este fenómeno, según Ana, es de lo más común. Ella me comentó las teorías de un señor con el que yo no tenía el gusto: Matthew Hussey. En este artículo lo explica a detalle, pero por lo pronto destaco esta aseveración:
Cuando alguien te atrae, tiendes a bajar tus estándares. Algo grave porque recuerden que los hombres están condicionados a ganarnos, y, adivinen qué, pues eso hace que nos aprecien un poquito menos; y tiendes a dejar pasar ciertas cosas que a otros hombres no les pasarías.
Tiene sentido. Lo bueno es que estos rollos de las relaciones tienen su explicación. Lo malo es que yo no tengo remedio.