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Un tipo duro

Guapo y talentoso, un hombre complicado convertido en mito… y una teoría freudiana.

Se acaban de cumplir 10 años de la muerte de Marlon Brando, divino, guapo, ícono de una generación, actor de indiscutible talento. Un hombre adorado por millones de personas por su rudeza, su carácter firme y su mirada de pantera.

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Su vida personal fue  algo menos “adorable” y el famoso actor que encarnó como nadie al hombre recio y rebelde,  llegó a tener más de una docena de hijos con distintas mujeres de los cuales uno acabó suicidándose, otro en la cárcel y varios un poco intoxicados.

El trabajo más comentado de  Brando es sin duda la encarnación de Stanley Kowalski en Un tranvía llamado deseo, su película clave, mil veces citada, imitada y venerada. Yo la primera vez que la vi me quedé con los ojos como platos. La historia es criminal con las mujeres (con todas), con un grado de violencia que me tuvo con el estómago recogido mucho más que Alien.

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Un griterío bestial durante toda la cinta porque Marlon en el rol de macho cabrío y vulgar está fantástico. No para de vociferar y repartir amenazas y bofetadas enfundado en una camiseta blanca que luego se convertiría en el uniforme de los “rebeldes sin causas”.  Me gusta. Es una muy buena película, recomendable sobre todo porque resulta inolvidable.

Le volvían loco las chicas lindas (y más de algún chico). Un amante compulsivo con un deseo irrefrenable, pero con unos métodos bien cuestionables según cuentan algunas de las  mujeres que le conocieron, incluidas sus tres esposas y Maria Schneider, que tuvo la “bendición” de actuar con él en El último tango en París, donde aparece el Brando más fiel a la realidad.

No logró nunca adaptarse muy bien al sistema de Hollywood a pesar de llegar a ser el actor mejor pagado y gozar del ansiado reconocimiento. Con un temperamento volcánico, se permitió incluso rechazar el Óscar que le dieron por su papel en El Padrino.

Descrito como un hombre complicado y permanentemente contrariado e insatisfecho que buscó la felicidad en las mujeres, en  Tahití, en la comida y bastante menos en la actuación que, según sus propias palabras, acabó por no gustarle. Un hombre difícil que intentó ser feliz, pero que no pudo, y aquí es donde viene lo bueno: por culpa de su madre.

¡Ay, los ídolos!, alguien los encumbra ahí y luego uno viene y los adora no más, sin saber muy bien porqué.

La madre de Marlon era actriz (primer problema porque una madre con profesión en aquella época, mal asunto), con una “personalidad inestable y tendencia a beber demasiado”, según varias biografías. Vale, puede ser, aunque en los años 40 ve tú a saber qué era una mujer inestable y que bebía demasiado.

Pero bueno, supongamos que su entorno familiar enrarecido por la conducta errática de una madre loca y borracha marcó profundamente al  joven Brando… también habría que decir que para ser un tipo tan duro, tenía poca capacidad de sobreponerse y esto no es que sea nada condenable, sobre todo porque él es el primero en reconocer algunas de sus debilidades, pero para crear el mito no podían hacerlo sin cargarle la culpa de todos sus males a la mujer que lo parió.

Yo no conozco gente que haya crecido en un invernadero libre de contaminación afectiva.

Todos arrastramos nuestros traumas y nos armamos una vida lo mejor que podemos sin por ello ir atropellando personas o andar tirándonos a todo lo que se mueve, justificando nuestras fechorías porque mamá no nos dio lo que esperábamos. Vamos, que para ser un modelo de hombre fuerte lo que quieren vender, veo un poco blando aplicar la teoría freudiana de que todo es culpa de la madre.

Es cómodo, pero poco certero.

En estos días en que también se conmemoran los 75 años de la muerte de Freud, confío en que el padre del psicoanálisis haya estado equivocado, porque como a mi hijo le dé por repartir gritos o hacer  el “salvaje”, ya sabemos a quién le van a echar la culpa, aunque el niño tenga 40 años.

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