El tráfico está atorado. Nadie avanza. Es obvio que el problema lo hicieron kilómetros adelante. Pudo ser cualquier cosa: un choque, el conductor del camión que se sintió muy listo y trata de colarse a un retorno sin dejar pasar a nadie por ningún otro carril, la lluvia, o cualquier otra cosa que pueda alterar el frágil equilibrio del tránsito. Sin embargo, sin importar qué tan obvia es la situación para todos los involucrados, nunca falta la persona que se pone a tocar el claxon como maniaca. Nunca me ha quedado claro si espera que a todos de repente se les haya olvidado cómo avanzar y gracias al ruido que causa lo recuerden, o si esperan que todos saquen sus hélices de helicóptero portátiles y las pongan a funcionar (porque también se nos escapó), o si sólo buscan sacar su ira y dejar que sea libre para reventarnos los tímpanos a todos.
PUBLICIDAD
Felicidades, bienvenidos a las grandes ciudades. Una bola de nieve de estrés y furia que cada día crece como sus límites y su población: de forma exponencial. Cuando se es nuevo en una urbe, al principio piensas que no te va a afectar, que vivir sola es lo que esperabas. Y que no vas a dejar que el ritmo de la ciudad acabe con tu buen humor. Ante todo: paciencia y serenidad.
Sin embargo, ayer pasó de nuevo. Me enojé demasiado y terminé contestándole mal a alguien que no lo merecía. Otra vez en la misma semana. Así que comencé a pensar sobre cuándo habían comenzado esos lapsus de furia incontrolable y sin sentido, y ahí estaba: desde que me mudé a la ciudad. Que ni siquiera fue hace tanto como para que poco a poco mi carácter me haya ido degenerando en un chihuahua. Sí, uno de esos perros pequeños cuya furia no parece caber en sus pequeños cuerpecitos cuando alguien los hace enojar, que es casi siempre y a cada segundo. Y por cierto, sin demasiado esfuerzo.
El estrés y la ciudad
Las ciudades son casi sinónimo de estrés, a menos que, por obra del destino, vivas a una cuadra de tu trabajo, la escuela y los lugares que tus amigos suelen frecuentar. O sea, vivir sin estrés es tan difícil como convencer a tu mamá de que tu colección de lencería es sólo porque te encanta la ropa interior bonita. De hecho, en algunos lugares del mundo las palabras estrés y ciudad ya se consideran sinónimos.
Seguro pensarás: Me puedo enojar si quiero, al fin es mi hígado y lo echo a perder si quiero. Pero, ¿en verdad quieres echarlo a perder, gritarle a tus conocidos, arruinar amistades y pagar años de terapia porque la ciudad te estresa? Eso pensé. Yo tampoco.
Controlar el enojo
Aunque la ciudad te haya hecho una persona mucho más enojona que antes, no puedes simplemente dejarte llevar por la ira. No hablo de contenerlo, sino de simplemente no dejarte llevar. Mi papá me decía que el que se enoja pierde. Creo que más bien el que se deja llevar por ese sentimiento es el que pierde. Es normal sentir enojo, sin embargo dejarnos llevar por ese lado más animal de furia no lo es. Y lo que es peor, suele crear más furia a su alrededor.
Hay que canalizar el enojo: recuerda que te esperan en casa y no te dejes llevar por la ira.
PUBLICIDAD
Respira
Según Lifehacker, lo primero es tratar de calmarse. Tú sabes como se siente la furia: tus músculos se tensan, tu respiración se dificulta: te está faltando oxígeno. Antes de dejarte llevar por la emoción, detente. Respira.
Lo siguiente que puedes hacer es preguntarte si realmente estás enojado o te estás dejando llevar por un mar de hormonas, y con quién. Tercero, ¿Vale la pena enojarse por ello?
Quizás sea mejor convertir esa furia a motivación. O sea, en vez de molestarte porque alguien chocó contigo en la calle, usa esa energía para caminar más rápido a tu destino.
Si aún así sientes que no puedes controlarte, establece distancia entre tú y la persona que te causó esa emoción. No discutas ni te pongas a pensar obsesivamente en lo que te causó la molestia. Si lo necesitas tómate un momento aparte antes de decir algo de lo que pudieras arrepentirte. Concéntrate mejor en otra cosa, como hablar con un amigo o un GIF divertido de Relay. Crea una interferencia para tu enojo. Una pelea se trata sólo de eso, más que la situación que la llevó a esto.
Si todo esto falla, recuerda al chihuahua lleno de furia. Te ves casi igual, así que relájate que se te van a salir los ojos.