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La velita encendida

Ese posible candidato con el que todavía no estamos muy seguras y al que le damos largas con tal de tenerlo en nómina. Juegos femeninos que oscilan entre la crueldad y el deseo.

Hace poco me acordé de la frase “tiene encendida la velita” y me puse a pensar en su profundísimo significado: el eterno quiero, pero no quiero, suelto, pero no suelto que le aplicamos a algún pobre incauto respecto a la correspondencia de nuestros afectos. Es decir, es un posible candidato con el que todavía no estamos muy seguras y al que le damos largas con tal de tenerlo en nómina.

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Suena a uno de esos juegos femeninos que oscilan entre la crueldad y el deseo y que, casi siempre, nos hacen ver como una perras malaentraña. Sin embargo, ¿qué pasa cuando el juego también aplica para nosotras? ¿Qué haces cuando tú eres la velita de alguien más?

Cuando iba en la universidad me enamoré perdidamente de un músico: romántico, bohemio, revolucionario de escuela privada, the whole package. Durante meses, como que sí pero no, como que sí, pero no. Y, después de darle muchas vueltas al asunto, comprendí que, de alguna manera, estaba pagando el pinche karma por haberle aplicado el tratamiento de la velita a alguien más.

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Los días se me iban entre el desasosiego y la felicidad loca. Era como replicar mi cliclo menstrual al infinito. Un buen día, me cansé porque ni modo que un zarrapastroso de esa categoría me trajera como su “in case of emergency” y me despedí diciendo alguna cosa que me pareció profundamente intelectual onda “no quiero que seas mi Waterloo”. A la fecha, seguimos siendo amigos y durante alguna temporada medio que los dos guardábamos la esperanza hasta que por fin apagamos la veladora porque, en ambos casos, hay un incendio que nos consume.

El asunto es que mantener la vela encendida, tener un bateador emergente, un extra por si las dudas, es un arma de doble filo, porque nunca sabes cuándo te toca a ti, cuando vas a vivir el desaguisado. Quizá, sólo quizá, en lugar de conformarse con la tenue luz de una pírrica vela, valga la pena encender una fogata inmensa con el pobre incauto, quemarse de amor y dejar de preguntarse de una vez por todas si como que sí o como que no.

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