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Mostovoi, entre el pan y la palabra de Dios

Olvidemos por un momento las posibilidades de la diabetes y comamos, felices, que el mundo es un cuernito dulce remojado en café con leche.

Si nos ceñimos a la Biblia, el pan debe ser parte esencial de la dieta humana: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que salga de la boca de Dios”, dice Mateo 4:4 —traducción Reina-Valera. Dichoso pan: está al mismo nivel de lo que dice el Altísimo. Es bastante cierto; el pan dulce es un placer que bien hecho llena de regocijo, de paz; algo hay en su textura esponjosa y en sus madrazos de azúcar que nos hace sentir de vuelta en el hogar familiar.

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Viajo con alguna frecuencia a Cholula, Puebla, y puedo decir que es un pueblito agradable de calles feas pero buenos comederos: entre el Ocho Treinta, La Berenjena, Jazzatlán, El Limonero y El Fusible —sumemos el café El Cascabel, para redondear—, he sido alimentado con felicidad allí. Cada quien hace algo —las tlayudas del Ocho Treinta; la pizza de La Berenjena; el cus-cús de El Limonero, la pasta de Jazzatlán, la baguette de El Fusible y el café, negro o con leche, de El Cascabel— y lo hace muy bien, así que un fin de semana allí no es un fin de semana perdido en lo gastronómico. Eso sí: de lo que conozco de Cholula, que no es mucho pero tampoco es despreciable, nadie hace pan como en Mostovoi.

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Está a media cuadra de la 10 Oriente, entre 5 de Mayo y la 2 Norte. Abre de miércoles a domingo; es un café calentito y acogedor que usualmente tiene la mitad de las mesas llenas. El placer, con todo, no está en su café, sino en su pan: una variedad de cuernitos dulces y salados que sorprenden tantito, al probarlos la primera vez, y generan el incontenible deseo de volver.

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De los cuernitos dulces, el campeón es el de chocolate –un chocolate un poquito amargo, nada que ver con la edulcorada exageración del Carlos V— y mermelada de naranja, encarnada en unas tiritas de cáscara de naranja que le dan un sabor dulce, sí, pero no exento de cierta acidez y amable amargura. Entre los salados hay mayor polémica, pero el que considero ganador —no sin controversia— es el de jitomate y queso, una cosa que cabe en la palma de la mano, suave y ligeramente crujiente. Este debe probarse, preferentemente, recién salido del horno: la forma en que el tomate impregna al queso y ambos a la boca es única. No es el relleno la única virtud de los cuernitos de Mostovoi: el pan que cálidamente les da alojo tiene un delicado equilibrio entre lo crujiente —apoyado por los granos  que decoran su exterior— y lo suave. Morderlos es, me imagino, lo más cercano que puede haber a morder una nube ligera.

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No son estos los únicos cuernitos de Mostovoi que valen la pena: todos, absolutamente, merecen una probada. Así, hay cuernitos de espinaca —¡vaya acertado atrevimiento!—, chocolate —un giro positivo a la ortodoxia del cuernito con chocolate— y Nutella. Otros cuantos más merecen también ser probados. El café es bueno, más que potable, pero no alcanza la amarga brillantez de El Cascabel; cosa buena es entregarse al placer de pasar por unos cuernitos de Mostovoi, aguantar unas cuadras más y comprar el café en El Cascabel: esos diez minutitos de caminata se verán recompensados por unos carbohidratos justos y bien distribuidos.

Yo, por mi parte, me declaro panero —que no panista— ferviente y convencido: olvidemos por un momento las posibilidades de la diabetes y comamos, felices, que el mundo es un cuernito dulce remojado en café con leche.

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