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Paciencia, la madre de todas las ciencias

Se nos enseñó a negociar con las llamadas “armas de mujer”, algunas de esas requeridas virtudes son más bien cuchillos de doble filo.

Durante muchos años, casi toda mi vida en realidad, pensé que paciencia era sinónimo de espera pura y dura. Mi abuela, en su infinita sabiduría de la vida, me repetía enfáticamente: “tienes que tener paciencia”. Me lo decía porque, ya de niña, no me gustaba esperar a que las cosas se ajustaran a la voluntad de otros para ir a por ellas. Me costaba esperar mi turno para hablar y me enfadaba rápido cuando alguien me daba órdenes de mala manera; y habrá pensado que iba a tener muchos problemas si no cultivaba mi paciencia. Y tenía razón.

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No logré nunca dejar de entender a la madre de todas las ciencias como una condición de desquiciante aplomo para aguantar lo inaguantable. Principalmente para soportar que otros dijeran y opinaran libremente, incluso para que decidieran, sobre todo lo que te rodeaba; y uno ahí cultivando la paciencia porque de lo contrario era un lío que, encima, te convertía en defectuosa por carecer de la gran virtud.

Había siempre que “esperar el momento” para dar la opinión, para plantear abiertamente un deseo o para llevarle la contra al patriarca.
Había que ser gran conocedora de los estados de ánimos del marido, el abuelo, el padre, el hermano; estar siempre atenta a todas las señales para no armar un “problema” por no tener paciencia y entender que ellos estaban en un momento difícil.

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Paciencia, para nosotras, siempre ha significado saber esperar infinitamente, y en silencio si es posible, el instante justo para plantearle al mundo lo que queremos.

No es que esté haciendo apología del grito o del golpe sobre la mesa. Para nada. Sino, sólo a ser como queremos ser sin miedo a ser disonante o inoportuna.

Como ya supondrán, no he conseguido llegar a ser una mujer muy paciente. He compensado este “defecto” con indiferencia (y gran simpatía, por supuesto). Evitando preocuparme demasiado por la imagen que se puedan hacer de mí los demás y no pretendiendo ser impoluta. Estoy dispuesta a la desaprobación porque, la verdad, trabajar el consenso – sin tener una gran paciencia- es tarea imposible.

Sí apuesto por cierta contención. Por el no a la lágrima fácil, por mantener la calma sin perder de vista el objetivo, por no caer en el juego de la histeria, por ejercer la paciencia para aceptar lo que no nos gusta tanto….lo intento.

Vi lo que era vivir siendo una mujer paciente, esperando momentos de buena disposición por parte de sus maridos y familiares para ejercer su voluntad en contra de lo que se esperaba de ellas y, francamente, no me apetece demasiado ser tan comprensiva, amable y complaciente.

No creo que sea un defecto pero, a mi juicio, es un mal negocio. Ahora, reconozco que con el pasar de los acontecimientos que van haciendo de ti lo que eres, es cierto que tener paciencia es útil. Es fructífero tener esos poderes casi mágicos que tienen muchas personas para callar, aguantar, soportar y silenciar lo que quieren en busca de conseguirlo más adelante ¿Cuándo? cuando sea posible, supongo.

Sabes qué pasa con esto, que casi nunca está todo tan alineado, según he podido comprobar, como para que la armonía se produzca de forma absoluta. Nunca ocurre que todos estén contentos, satisfechos y de acuerdo contigo. No digo que haya que pasarle por encima a todo el que esté a tu lado, pero creo que hay que asumir los daños colaterales de existir siéndote fiel a ti misma, aunque no seas un modelo de virtud.
Es casi imposible no transar, ceder o perder a veces, pero ha de ser justo así, unas veces tú, otras veces ellos.

Foto: Ignacia Valenzuela/MakeUp: Javiera Verdugo/ Modelo: Sabina.

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