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Por Karen Uribarri Guzmán
«Mi hijo se porta pésimo. Todos los días me llaman los profesores para quejarse porque es impulsivo y les falta el respeto a los mayores. En el colegio lo mandaron a una evaluación por déficit atencional», relató una paciente de la sicóloga clínica Karla Donoso, especialista en niños y jóvenes.
Donoso ve a diario el exceso de diagnóstico de estos casos, los que son precatalogados por los colegios y sus profesores. Este niño, justamente, no tenía déficit atencional y, tras dos meses de diagnóstico, se visualizó maltrato físico intrafamiliar y depresión infantil. Preocupante, ¿no?
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En el Manual de Diagnóstico y Estadísticas de Enfermedades Mentales (DSM, por sus siglas en inglés), el déficit atencional es definido como un patrón persistente de hiperactividad-impulsividad más frecuente y severo de lo habitualmente observado en individuos de un nivel de desarrollo comparable. Es decir, del mismo rango etáreo. Esta condición grupa a niños con inteligencia normal y destaca como una desviación significativa de la norma en tres síntomas cardinales: inatención, impulsividad e hiperactividad.
Existen tres tipos de déficit atencional, el hiperactivo impulsivo, el desatento y el combinado. Desde el DSM se solicita que existan al menos seis síntomas de la lista de inatención o seis o más síntomas de la lista de hiperactividad-impulsividad, que persista más de seis meses y que sean incongruentes con su nivel de desarrollo para que un paciente sea diagnosticado.
Sin embargo, más allá de lo técnico que puede encontrarse en el manual, es relevante evaluar cómo se desarrolla esto en el aula. «En general, considerando la gran cantidad de niños que existen en cada curso, es complejo solicitarle a un profesor que indague más allá de la sintomatología del alumno y no lo etiquete como ‘el niño problema’ o ‘el niño con déficit atencional’, que por lo demás es una categoría que genera problemas en el entorno social del menor», advirtió la sicóloga.
«Se hace absolutamente necesario que los profesores sostengan capacitaciones constantes acerca de esta temática. Muchas veces la misma sintomatología puede significar cosas distintas, pero por desconocimiento se cataloga y, del mismo modo, cuando es correctamente diagnosticado, es mal trabajado por los profesionales», añadió Donoso.
¿Hiperactividad o depresión?
En general, el mundo interno de los niños es sumamente desconocido por los adultos. Por ejemplo, en su mayoría las depresiones infantiles no se desarrollan igual que en un adulto, sino que, por el contrario, aparece mucha más sintomatología impulsiva y rabiosa.
«Puede ser que los niños sean hiperactivos por la alta carga de angustia que deben sobrellevar sobre sí mismos. Sin embargo, a raíz de la gran cantidad de sobrediagnósticos que existen con este trastorno, se asocia rápidamente que si un niño se mueve más de lo que los adultos consideramos esperable, entonces tiene déficit atencional y queremos medicarlo para que ‘se quede tranquilo'», afirmó Donoso.
Esto es muy complejo si consideramos que los niños de por sí están llenos de energía, y siempre quieren moverse y correr. Asimismo, los extensos horarios escolares casi no dejan espacio a actividades recreativas que les permitan gastar energía y se les solicita que pasen horas sentados poniendo atención, cuando la atención humana dura apenas unos 20 minutos.
Cabe preguntarse por qué los adultos necesitamos que los niños se queden en silencio y quietos durante horas, y no por qué mejor los adultos no adaptamos nuestro sistema al mundo infantil en áreas como estas para proponer un desarrollo más integral.
Además, existen muchos mitos que complican mucho más a los niños que sí poseen este trastorno y a los que son etiquetados con él. «El Trastorno de Déficit Atencional e Hiperactividad (TDAH) es un mito o, específicamente, que los niños diagnosticados de TDAH son normales, pero que los «etiquetan» como trastorno mental por la intolerancia de padres y docentes, por la ansiedad cultural y parental en torno a la crianza de los niños o por una inespecífica o indocumentada conspiración entre la comunidad médica y las compañías farmacéuticas» (Barkley et al., 2006).
De allí la importancia de un correcto diagnóstico. Para ello es importante diferenciar los síntomas normales para la edad del niño. Debe investigarse una posible toxicidad por medicaciones o drogas, problemas siquiátricos y problemas de inteligencia. Además de posibles factores ambientales, familiares y sociales, problemas médicos y del aprendizaje.
Con todo esto, antes de etiquetar a tu hijo como hiperactivo o con déficit atencional, acude a un experto en el tema para que sea tratado adecuadamente y acorde a lo que realmente le ocurre.
Manifestaciones de Trastorno de Déficit Atencional e Hiperactividad
*Hasta los 5 años:
La media de edad de inicio de los síntomas se sitúa entre los 4 y 5 años.
El diagnóstico en edad preescolar puede ser más difícil debido a que los síntomas son propios de la edad, siendo la intensidad, la frecuencia y la repercusión sobre el entorno lo que orientaría sobre un TDAH.
• Niños de fáciles rabietas, buscan constantemente la atención, no parecen tener noción de peligro, curiosidad insaciable y excesiva actividad motora.
• Comienzo temprano de la deambulación.
• Descritos por los padres como niños inquietos, como impulsados por un motor.
• Desarrollo motor precoz.
*En la edad escolar:
Los niños con TDAH tienen con mucha frecuencia problemas de aprendizaje por mala organización, mala memoria secuencial, déficit en actividades motrices finas y gruesas, y habilidades cognitivas improductivas.
Tienen una sensación crónica de fallar en todo, de no hacer nada bien y están acostumbrados a recibir críticas constantes, a pesar de intentar hacer las cosas bien.
Las niñas con TDAH muestran una menor presencia de trastornos del aprendizaje asociados y mejores habilidades en la capacidad lectora, hecho que influye en su infradiagnóstico.
Los niños son diagnosticados con más frecuencia de trastorno negativista desafiante, trastornos de conducta y depresión mayor. En el aula, presentan mayor índice de comportamientos disruptivos e hiperactividad.
*En la adolescencia:
Estos niños continúan experimentando dificultades académicas y conductuales, como delincuencia, bajo rendimiento escolar, baja autoestima y conducta agresiva. Asimismo, se ha manifestado que entre los 17 y 18 años los hombres tienden a presentar en mayor proporción los problemas de conducta anteriormente mencionados; y las mujeres tienden a la depresión (Lambert, 1988; Pierce y Campbell, 1991).
Declinan las habilidades prácticas para interactuar con el medio ambiente físico-social, lo que se ve asociado a un deterioro personal, social y escolar.