¿Qué es lo primero que te dicen cuando estás nerviosa o preocupada? Que respires y que lo hagas profundamente. En realidad, esta recomendación tiene bastante sentido; la respiración es esencial para la salud del cuerpo y la mente.
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La verdad, es que en el día a día no solemos prestar mucha atención a cómo respiramos. Es algo que hacemos automáticamente y damos por sentado que nuestro cuerpo hará bien el trabajo.
Respirar es mucho más que meter aire en los pulmones. Cuando inspiramos, oxigenamos todo los tejidos y órganos del cuerpo y cuando espiramos, eliminamos el dióxido de carbono para seguir el proceso de purificación constante.
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El tipo de respiración superficial y rápida es común, pero para nada sana. Cuando respiramos superficialmente, sólo usamos el pecho y solemos cortar la cantidad de aire que inspiramos sin darnos cuenta de que lo hacemos.
La ansiedad y el estrés tienen mucho que ver en este tema. Uno de los síntomas más usuales de los trastornos ansiosos es la respiración superficial; al sentirnos angustiados, tensionamos la mandíbula y la tráquea, restringimos la entrada de aire y no usamos el diafragma al inspirar.
En la respiración profunda, también conocida como ventral o abdominal, se involucra el diafragma en la inspiración y espiración, y esto permite una mejor oxigenación del cuerpo y del cerebro.
Si respiramos siempre de manera superficial, es probable que nos sintamos más cansadas, fatigadas, desconcentradas y ansiosas. Más a largo plazo, puede afectar a la memoria y a otras funciones del cuerpo como la circulación y el sistema metabólico.
De hecho, la respiración superficial también puede influir en el peso y en la calidad del sueño. Al alterar el metabolismo, la quema de grasas y calorías es más lenta.
En el caso del sueño, respirar de esta forma no ayuda al descanso y tampoco permite que se recobren las energías al 100% para enfrentar un nuevo día.