La semana pasada, mientras escribía una reflexión sobre el Día Internacional por los Derechos Animales, recordé aquella práctica integral basada en el amor por nuestros hermanos animales: el veganismo.
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Por lo regular, hablar sobre veganismo resulta complicado, sea por prejuicios sociales y estereotipos, falta de información y/o consciencia… Ustedes digan.
Vivimos en una sociedad cegada por el consumismo, por las industrias, por las marcas, por los estándares y las etiquetas, tanto que nos cuesta trabajo abrimos propuestas opuestas. Al no comprender las prácticas de los demás, nuestra reacción lógica es rechazarlas.
Cada vez son más los veganos comparten su estilo de vida y los beneficios de vivir en paz con la Naturaleza. Algunos lo hacen de la mejor manera, hablando desde el ejemplo, mientras otros juzgan, buscan imponer sus prácticas, se sienten superiores a los demás — algo que, de entrada, resulta contrario a un ideal vegano que se basa en el amor y la compasión hacia todos los seres.
Dentro del movimiento vegano existen diferentes propuestas, todas con un objetivo común, el respeto a los animales.
- Alimentación vegana o vegetarianismo estricto: aquella persona que evita consumir carne y cualquier otro producto de origen animal, sea lácteos, huevos, miel.
- Veganismo ético: aquella persona que extiende la filosofía a todas las áreas de la vida; de alimentación a vestimenta, accesorios, utensilios, decoraciones, perfumes… Se evita el uso de cualquier producto de origen animal o que dañe a los animales.
- Veganismo ambiental: aquella persona que renuncia al consumo de productos de origen animal por el impacto ambiental y los efectos de las cadenas de producción insostenibles.
En lo personal, considero que el veganismo es todo un estilo de vida que nace de una visión distinta de nuestro entorno, generado a partir de la consciencia. Cuando vives a oscuras, sin saber el origen de las cosas, que tal cosmético ha sido desarrollado a costa del sufrimiento de miles de animales, lo compras — más si es tendencia.
Cuando abrimos los ojos, y tomamos decisiones de manera consciente, nos liberamos de la industria, del consumismo y elegimos el amor hacia todos los seres. Una persona que piensa de esta forma, comparte el amor, no la violencia; lleva un estilo de vida ético, no la prepotencia.
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Sin tener alguna etiqueta, podemos compartir este estilo de vida con nuestra familia, nuestra comunidad, a partir del ejemplo. Sin imponer, sin predicar, sin juzgar. A través del amor y la compasión podemos contagiar a cada vez más personas, invitarlas a ser el cambio que queremos ver en el mundo.
La clave está en la coherencia de nuestras acciones, basadas en el amor y la compasión, así como el respeto hacia los demás seres.
