Colombia

Opinión: por cada Karina García, hay una Paloma Nicole sacrificándose por su ‘narco-belleza’

Si bien el caso ocurrió en México, el estándar es cercano en un país que ha visto cómo ‘la belleza de sus mujeres’ se convierte en moneda de cambio a nivel internacional.

Paloma Nicole y la narco cultura de la belleza.
Paloma Nicole: víctima de la cultura donde el ideal es Karina García

Podría decirse, al comienzo de esta columna, que las mujeres tienen derecho a moldear su belleza como quieran. Desde las Barbies Humanas, pasando por la artista Orlane, hasta precisamente las ‘buchonas’ tanto de México como Colombia, el capital de la belleza ha sido convertido en toda una industria que sirve en algunos casos para movilidad social. El problema es que en el caso del narco, y en el caso de dos países del Sur Global, como México y Colombia, están atravesados por dinámicas de poder que no están en la narrativa de las mujeres, aunque pareciera que sí.

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No cuando hay estándares dictatoriales que acaban con la vida de una niña de 14 años en medio de una cultura que le dice que si no se opera no vale nada.

Vengo de esa cultura, que de una u otra manera, atraviesa los complejos y dilemas de toda la región. Una que tiene rezagos coloniales, en la que la limpieza, pero sobre todo la presentación personal, compensaban el hecho de ser más oscuro que el colonizador.

Rexona no nos abandona, bendito sea Dios. Pero eso también, viene en el caso de las mujeres, con una fuerte presión: si no disciplinas tu cuerpo no vas a gustarles a los hombres. No vas a ser bien mirada por esas mujeres que te criaron para que consigas a alguien y seas exitosa. No vas a encajar en el molde impuesto donde puedes obtenerlo todo al precio que sea.


Y más en dos países que con nula movilidad social vieron en el narco y su cultura una forma de expresarse y de ascender socialmente, en sus propios términos. Así eso siga esclavizando a sus mujeres (aunque todas somos esclavas de estándares variados). Y así eso les dé su único valor.

He estudiado la narco cultura, al menos en Colombia, para darme cuenta de cómo hay moldes que en la era digital se replican, pero sobre todo se normalizan. En Medellín, una de las ciudades más afectadas por el turismo sexual y a la que vienen los gringos acosadores y misóginos (passport bros) creyendo que van a recolonizar esta parte del continente, los estándares del narco no han cesado.

Aunque sería injusto con esa ciudad, ya que en Colombia, sobre todo sus ciudades pequeñas e intermedias, estos también se han transformado. Pero se envuelven en otros empaques: camionetas lujosas, narices respingadas. Pelos lisos, caras hechas. Quienes hacen parte de ese estándar, de esa aspiración, son calcadas unas a otras. Prueba de esto es Karina García, a quien señalan ahora de normalizar la prostitución y la narco-cultura.

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Pero ella es solo la punta de lanza de cómo ese capital de la belleza se ha enseñado como moneda de cambio. El precio: un cuerpo que se debe seguir moldeando hasta el paroxismo. Más en el país “de las mujeres más lindas del mundo”, donde tenemos reinados hasta de la panela.

Donde ingenuamente creemos que destacamos sobre esas “europeas insípidas” para cual, como cualquier Malinche, terminar de sirvientas sumisas de un tipo alto y blanco de ojos azules que probablemente era un perdedor en su país de origen, pero al que tratamos como un rey sin merecerlo.

Muy colonial, un retroceso total. Sobre todo disfrazado de “alto valor” y “altos estándares”, donde estas mujeres invierten para merecerlo todo. Y así, enseñan el patrón donde fingen tener el poder, pero en realidad lo tiene la persona que financia un estilo de vida que solo se acaba hasta que el cuerpo aguante y el aburrimiento del susodicho aflore.

Sí, a pesar de comerciar con el capital de la belleza, en el caso de la narco-cultura y los passport bros, ellos siguen teniendo el poder.

Ojalá este fuera un alegato de una mujer soltera llegando a los cuarentas que tiene “envidia” (porque es lo que van a decir) de esas mujeres. Pero es aún más doloroso y peligroso cuando pasan cosas como las de Paloma Nicole, y que lastimosamente no son nuevas. Menos en países como los nuestros.

Cirugía sí: pero con responsabilidad y buenas prácticas

Apenas supe lo de Paloma Nicole, no solo pensé en todo lo que acabo de escribir. En el cómo, al estilo de ‘La hermanastra fea’ nos someten desde tan niñas a estándares imposibles que jamás alcanzaremos a través de infinitas torturas.

Pero, pensé también en el doble estándar. Ese que permite que operen a menores de edad por cirugías estéticas, pero que no permite que los niños comiencen tratamientos si son trans. Es lo mismo: en ambos casos, debe existir una compañía responsable. Una guía. Y sobre todo, que la persona en cuestión pueda decidir sobre su cuerpo cuando tenga el razonamiento suficiente, la salud adecuada. Y que esté rodeada de buenas prácticas.

Desde Colombia, por ejemplo, la periodista Lorena Beltrán ha tenido una larga lucha contra los cirujanos y profesionales que no cuentan con los títulos suficientes para operar mujeres y que tienen malas prácticas . Que por demás han promocionado famosas irresponsables. Gente que ha tenido en sus manos deformidades, problemas de salud irreversibles. Hasta muertes. Beltrán se ha enfrentado con todo, y ha hecho pedagogía.

Pero, por lo que se ve, no es suficiente. Las mujeres siguen operándose hasta en lugares clandestinos, sin los certificados adecuados. Hay profesionales que siguen promocionando títulos y prácticas para los que no están capacitados. De hecho, según la Secretaría de Salud de Antioquia, el 80% de las muertes ocurrieron en Medellín.

Ahora bien, esta no es una postura contra quienes se hacen cirugías estéticas. De una u otra manera, elegimos cómo nos editamos ante el mundo. El punto es conocer el estándar. Cómo opera. Cuáles son sus lógicas aspiracionales y de poder. Y cómo pensar en otras vías para poder mirarnos a nosotros mismos y en nuestra autoimagen como mujeres deseables y exitosas.

Deseos universales: que se lo digan a las coreanas, tan salvajes como nosotros en aquello de ‘mejorarse’ a través de la belleza, pero con una sociedad ampliamente discriminatoria, dura y perfeccionista. En nuestro caso, con cuerpos aún cada vez más jóvenes yendo a los quirófanos sin necesidad, sin un atisbo de responsabilidad. Sin un atisbo de cuestionar una cultura restrictiva, dictatorial, y en donde sí, el bisturí nos da una narrativa. Pero una tan ficticia donde aún no tenemos nuestra última palabra, sino la de la mirada de otros.

Y eso no vale la vida de una niña.

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