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#Opinión: Criticar el vestido de Maria Juliana Ruíz es aceptable, destruirla no

Una cosa es cuestionarse qué representa a través del vestido (o no). Otra cosa es el matoneo puro y duro.

Por: Luz Lancheros @luxandlan

En plena era del #MeToo, se puede cuestionar el rol de las primeras damas: ¿Son mujeres trofeo? ¿Por qué tienen que ser adorno del marido? ¿Por qué se tienen que equiparar con monarquías que nunca tuvimos? De todas maneras, la historia misma nos ha mostrado que más allá de ese rol «ornamental», muchas de ellas, al igual que algunas reinas de antaño, tomaron el papel institucional muy en serio con su ropa. Jacqueline Kennedy hizo que las masas se volcaran hacia ella y el idilio que creó con su marido, también para que se identificaran con su rol de mujer moderna pero a su vez totalmente volcada hacia las artes. Nancy Reagan hizo lo mismo con su power suit en los años 80 (con su rojo icónico) y su campaña antidrogas y luego Michelle Obama, quien representó la diversidad y la apertura del gobierno de su marido y también visibilizó la fuerte industria creativa y cultural que representa la moda en su país (aparte de presentar a través del performance mediático sus campañas). Tutina misma estuvo comprometida en varias causas y también con su ropa dio mensajes contundentes.

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Sin embargo, esto no es suficiente para quienes se cuestionan el por qué lo más relevante de una primera dama puede ser su vestuario, olvidando que por María Antonieta se cayó un régimen de manera simbólica o que Imelda Marcos o Asma Al-Assad, e incluso la misma Gaviota en el cenit del gobierno de su ex marido, así como Melania Trump y su insensible chaqueta en la frontera representan grandes ejemplos (al igual que muchas reinas, mujeres en el poder como Merkel, Theresa May o la misma Margaret Thatcher) de cómo la moda puede causar conflictos alrededor de la política, de la representación y el poder, de cómo puede llegar a hacer cuestionar los gobiernos de turno. Al fin y al cabo, esta es un performance, donde el gobernante de turno debe aparecer de lado o superior a sus gobernados (como lo hacían los reyes del Antiguo Régimen), donde siempre se muestra con una imagen según conveniencia. Y esto pasa con su esposa o consorte (papel también válido si es cuestionado) , quien puede aprovechar esta posición de poder a pesar de las críticas – tal y como Rania de Jordania o la misma Farah Diba en sus tiempos- para hacer cambios en pro de sus congéneres.

Por eso es importante cuestionar cómo se viste la primera dama actual en sus presentaciones. Ver qué está comunicando tanto de manera simbólica como discursiva. ¿Quién es María Juliana Ruíz? ¿Qué está haciendo? ¿Debería hacer algo? ¿Por qué hasta ahora el país la conoce por sus desafortunadas presentaciones en público? ¿Podríamos conocerla por otra cosa?

María Juliana Ruíz tiene todo el derecho a renunciar a la moda de plano y oponerse a ella al estilo de Lina Moreno, o ser alguien que dé visibilidad a la industria creativa del país, con talentos de renombre. Es su opción. Pero tiene un poder de imagen y comunicación enorme para aprovechar proyectos, a través de su imagen, que pueden potenciar otro tipo de discursos que vayan más allá de si lo que se puso le queda mal . Eso en Washington no se vio y dio el efecto contrario (esa atención debió ir a su marido, pero solamente recayó en la burla) . Ahora, independientemente de su fitting o de su elección afortunada o desafortunada, porque hay cosas que resaltan a primera vista si hablamos de proporciones, lo que se debería cuestionar a través de su vestuario es su representatividad (¿qué puesto ocupa dentro del gobierno de su marido?), no que no sea lo suficientemente elegante, blanca, alta y delgada como para tener el glamour que la moda espera en su estado más tradicional.

Cuestionar aspectos básicos como el ajuste de un traje no es lo mismo a degradarla moralmente, hay que dejar eso claro, porque no se sabe cómo puede abanderar su papel desde el lenguaje no verbal. Ese tipo de «crítica de moda» que ha hecho carrera en Colombia, herencia de Joan Rivers y recogido por personajes nefastos como Juan Carlos Giraldo, donde no se critica un aspecto objetivo del look sino que se degrada a la persona en todo aspecto, debe desaparecer. María Juliana Ruíz no merece todo el slutshaming, bodyshaming y críticas destructivas de los que está siendo objeto. Y que, de paso,  dan pie para los pseudointelectuales que no han leído nada de historia cultural en los últimos 100 años digan que la moda es algo elitista, de gente vacía y bully, por demás. No, ella no merece eso. Merece un análisis más serio en cuanto a lo que representa o quiere comunicar, como lo han hecho Michelle, Kate Middleton y otras pares alrededor del mundo. Y eso es lo que hay que cuestionarle, a nivel simbólico y a nivel discursivo y de acción.

Sí, extrañamos a Tutina, que entendió lo que podía hacer con su ropa y a nivel comunicativo. No habrá otra como ella en años. Pero cada vez que aparezca la señora Ruíz, creo que no hay que atacarla no solo por lo que su marido representa, que ya es bastante, sino preguntarse, ya con ella, qué está haciendo, qué quiere o no hacer y qué muestra o no quiere mostrar con sus vestidos y su preparación. Ninguna cosa desmerece a la otra, más en tiempos donde una prenda habla más que mil palabras, pero donde los comportamientos de antaño siguen tan normalizados.

*Las opiniones de la columnista no representan a las del portal* 

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