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La complejidad de las cosas más simples

¿Por qué me complico tanto la existencia?

No todas las cosas son tan complejas como a veces parecen. Pero tampoco son todas tan sencillas. A veces requieren un poco de valentía,  y sobre todo querer, querer con muchas ganas aquello que nos hace levantarnos diario.

Mi trabajo, mi relación, mi familia, mis amigos y mi entorno en general, me exigen toda una lista de cosas que día con día debo evaluar y poner en perspectiva para ofrecer lo mejor de mí. Suena fácil ¿no? Entonces, ¿por qué a veces me cuesta tanto trabajo?

El problema del comportamiento humano —creo— es que cada vez se hace más estratégico, analiza todo y fluye menos. Yo, entre el montón.

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Soy de las que piensan demasiado, en todos los escenarios posibles. No sé si sea un problema de control, tal vez, incluso pánico. Pero es bastante agotador.

Crecí con la creencia de que todo tenía una forma correcta de ser, y eso no hizo más que llenarme de culpas cada vez que me dejaba llevar por mi instinto. Llegué a pensar que la intuición era un truco. Que eso de “piensa mal y acertarás” era una ley… hasta que empecé a “pensar bien”. Y también le atiné muchas veces.

Hacerme del rogar, perder la iniciativa, hacerme la fuerte, y todas esas reglas que llenan mi feed de noticias diario del tipo: 10 cosas para saber si tienes la relación perfecta, 15 cosas que te dirán si eres una mujer sexy… inteligente… independiente… bla, bla, no hicieron más que cuestionarme: ¿estaré mal yo?

He aprendido que toda regla tiene, no una, muchísimas excepciones. Que mientras más pienso en lo que puede pasarme si hago esto o aquello, más me limito y me complico. Que todas esas listas que me tratan de decir lo que tengo que hacer para obtener lo que quiero, son una invitación bien disfrazada a dejar de ser yo y empezar a creer en lo que todo el mundo cree. Porque así les ha funcionado.

La complejidad de las cosas más simples de mi vida surge, precisamente, cuando las analizo demasiado, cuando me adjudico la fatalidad pensando, suponiendo y sugiriendo lo que puede resultar.

Seguramente mi experiencia me ha llenado de alertas y temores. Pero también está la parte en la que toda mi ideología y cultura se han adueñado de mi curiosidad, construyendo muros a los que mi necesidad de descubrir no ha podido entrar.

Nadie me dijo que mancharme la ropa de tierra y comerme las crayolas iba a hacerme sentir tan bien. Tampoco que los días de pinta en la escuela iban a ser tan divertidos. Nadie me dijo que el sexo juega un papel importantísimo en una relación, ni de la sensación tan aliviadora que genera llorar horas enteras en tu cama y mentar madres cuando estás enojada. Y la lista es enorme.

Entonces la simplicidad de la vida no se trata de romper las reglas, actuar por impulso o ser irresponsable, solo se resume en la libertad de poder descubrir y permitirme experimentarlo. No hay una edad límite, no hay un código para eso. Eres tú con el mundo. And that’s it.

Gracias por ser, estar y compartir.

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