En un clásico estudio titulado Kissing laterality and handedness, se observó que, al besar, aproximadamente el 80 % de las parejas inclinaban su cabeza hacia la derecha. Para llegar a estos resultados, los investigadores observaron a 124 parejas en situaciones naturales de despedida, como aeropuertos y estaciones de tren, capturando momentos reales y espontáneos de afecto. El equipo registró de forma discreta la dirección hacia la cual cada persona inclinaba la cabeza al besar.
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Para eliminar la influencia del movimiento del compañero, pidieron a los participantes que besaran la imagen simétrica de una cabeza humana (similar a un maniquí), y se halló que cerca del 77 % de los participantes giraban la cabeza a la derecha incluso al “besar” un rostro artificial. Esta doble aproximación, natural y experimental, permitió identificar con más precisión si la inclinación era un reflejo aprendido, social o instintivo.

Investigaciones posteriores reforzaron esa tendencia: en un estudio que tomó muestras de parejas en diferentes culturas, se comprobó una preferencia destacada por inclinarse hacia la derecha. En resumen, el sesgo no parece ser una mera costumbre social, sino algo más profundo, relacionado con nuestra biología.
Orígenes prenatales y sesgos motores
Una de las hipótesis más antiguas plantea que este sesgo hacia la derecha se origina incluso antes de nacer. En las últimas semanas de gestación fetal, se ha observado una tendencia a girar la cabeza hacia la derecha. Esa postura temprana podría “preconfigurar” preferencias motrices que, ya en la vida adulta, se manifiestan también al besar.
Otra teoría apunta a un sesgo motor, es decir que el cuerpo tiende, de manera natural, a moverse hacia la derecha en ciertas acciones coordinadas, y el beso sería una de esas ejecuciones finas.

¿Tiene que ver con ser diestro o zurdo?
Los investigadores encontraron que la dirección del beso no estaba relacionada con la preferencia manual (diestros o zurdos), lo cual descartó la hipótesis inicial de que las personas imitan el movimiento de la mano dominante al mover la cabeza.
Este hallazgo refuerza la idea de que el giro hacia la derecha es una respuesta automática, posiblemente programada neurológicamente, más que una elección consciente o aprendida por costumbre cultural.
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Algunos autores han señalado que en parejas cuya inclinación natural opone direcciones (uno tiende a la derecha y el otro a la izquierda), uno de ellos podría “ceder” y girar la cabeza para evitar choque de narices o mal ajuste espacial, de modo que el beso fluya con armonía.

Más que una curiosidad: un gesto de conexión
Cuando dos personas se acercan en un beso, ocurre una especie de “sintonía corporal” automática, en la que el que inicia el beso ya inclina hacia su lado favorito y el otro, para acomodarse y evitar choque de facciones, suele acompañar ese movimiento. Ese pequeño ajuste crea una armonía visual y táctil en el momento del contacto.
Aunque el sesgo derecho parece tener raíces más motoras que sentimentales, no hay que minimizar su carga simbólica, porque inclinarse para besar podría implicar entrega y apertura corporal hacia el otro. Saber que ese gesto ocurre mayoritariamente hacia la derecha añade un ingrediente de misterio y fascinación a lo cotidiano.
¿Y quienes besan hacia la izquierda?
Claro que existen quienes inclinan la cabeza hacia la izquierda. Eso no les resta romanticismo ni intensidad. La ciencia indica que un porcentaje menor, alrededor del 20–25 %, gira a la izquierda o no tiene una inclinación fija.
Besar al lado opuesto podría sentirse menos fluido, al menos al principio, porque requiere un ajuste corporal distinto, pero también puede tener su gracia si ambas personas se coordinen.
El lado al que te inclinas para besar
Así que, la próxima vez que estés cerca de alguien a quien quieres besar, puedes observar este detalle casi imperceptible, el lado al que giras tu cabeza. El 80 % que gira a la derecha no lo hace por moda ni por seguir imágenes románticas cinematográficas, lo hace porque, de algún modo, esa inclinación ya vive en nosotros, como un susurro corporal que acompaña nuestros gestos de ternura.