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El “efecto Cenicienta”: entre el mito del cuento y la realidad del abuso a niños con padrastros

El llamado efecto Cenicienta plantea que los niños con padrastros corren más riesgos de maltrato. Sin embargo, investigaciones recientes demuestran que no todo depende de la biología: factores sociales, económicos y de edad son claves para entender el fenómeno.

Estudios revelaron el comportamiento de padrastros y madrastras.
Efecto cenicienta Estudios revelaron el comportamiento de padrastros y madrastras. (Adrian Myers/Adie Bush)

En los cuentos, Cenicienta fue víctima del maltrato de su madrastra. En la ciencia, su nombre dio origen a una teoría inquietante: el “efecto Cenicienta”, un término que describe cómo los niños que crecen con padrastros o madrastras pueden estar más expuestos a situaciones de abuso o negligencia en comparación con los hijos biológicos. Pero ¿qué dicen realmente los estudios y qué matices existen detrás de esta idea?

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¿De dónde nace el término?

El concepto fue popularizado en los años 80 y 90 por los psicólogos evolutivos Martin Daly y Margo Wilson, quienes estudiaron casos de homicidio infantil en Reino Unido y Estados Unidos. Sus resultados sacudieron a la comunidad académica: descubrieron que los niños menores de tres años que vivían con un padrastro tenían siete veces más probabilidades de sufrir abuso confirmado en comparación con los que vivían con sus dos padres biológicos.

Además, en un estudio del Reino Unido entre 1977 y 1990, se encontró que los padrastros eran 100 veces más propensos a matar a sus hijastros que los padres biológicos. Estas cifras encendieron alarmas y dieron fuerza a la idea de que los vínculos biológicos juegan un rol decisivo en la protección infantil.

Lo que dicen los estudios recientes

Con el paso de los años, nuevas investigaciones han puesto sobre la mesa matices importantes. Un equipo de la Universidad de East Anglia (Reino Unido) amplió la mirada y concluyó que no es solo la falta de lazo biológico lo que explica los riesgos, sino también factores como la juventud del padrastro. Padres y padrastros más jóvenes, sin importar el vínculo genético, presentaban una mayor probabilidad de maltrato.

Otro análisis, realizado con 500 mil casos reportados al FBI entre 1991 y 2019, descubrió que las parejas no casadas mostraban más probabilidades de infligir lesiones graves, pero los padrastros como tal no diferían significativamente de los padres biológicos en este aspecto.

En Australia, un estudio señaló que los hijastros menores de cinco años tenían entre 2 y 15 veces más probabilidades de morir por lesiones accidentales, posiblemente por menor supervisión. Sin embargo, la Universidad de Adelaide encontró que el verdadero peso recaía en factores como el género masculino del niño, la movilidad constante de la familia o problemas de alcoholismo en la madre.

El contexto también importa

La historia también ofrece pistas. En regiones de Alemania y Quebec, entre los siglos XVII y XIX, se observó que el efecto Cenicienta aparecía sobre todo en entornos de escasos recursos, donde la competencia por la supervivencia era más fuerte.

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Más aún, un estudio con 400 mil registros de niños en Utah, EE. UU., halló que los hijastros no tenían mayor riesgo de mortalidad tras la llegada de un padrastro. De hecho, sobrevivían más que sus medio-hermanos, lo que cuestiona la universalidad del efecto.

¿Qué significa todo esto?

El efecto Cenicienta no es un destino inevitable. Si bien las estadísticas iniciales mostraron riesgos elevados, los estudios más recientes revelan que el problema es más complejo: intervienen la edad de los cuidadores, el nivel socioeconómico, las dinámicas familiares y las condiciones sociales.

Lo que sí queda claro es que los niños en familias ensambladas necesitan más apoyo, atención y acompañamiento, no porque los padrastros o madrastras sean intrínsecamente peligrosos, sino porque estas familias enfrentan desafíos adicionales que pueden aumentar la vulnerabilidad.

El lado luminoso de la historia

Si algo muestran las investigaciones modernas, es que muchas familias ensambladas logran construir entornos seguros, amorosos y resilientes. El cuidado y la protección no siempre dependen de la biología, sino de la capacidad de generar confianza, empatía y compromiso.

El desafío está en romper estigmas: no todos los padrastros son “el villano del cuento”. Reconocer los riesgos ayuda a prevenir, pero también a valorar que el amor y la responsabilidad pueden ir mucho más allá de los lazos de sangre.

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