Estamos viviendo épocas complicadas. Una pandemia paralizó al mundo entero; gente perdió a sus seres queridos sin poder decir adiós, la economía se paralizó, y el futuro de todos se ha vuelto incierto.
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La salud de todos peligra, los trabajos intentan sobrevivir, y las noticias son capaces de formarnos un nudo en el estómago por la ansiedad. El final no se alcanza a ver, y la nueva normalidad está cambiando todo lo que conocíamos.
Por supuesto, en algún momento nos vamos a sentir asustados, deprimidos, ansiosos, y sin ganas de seguir luchando. Parece que conforme pasa el tiempo las batallas se hacen más grandes, y nuestras fuerzas no siempre parecen ser suficientes.

Sin embargo, aunque todos estos sentimientos son válidos, es importante recordar: todo pasa. El encierro terminará, la crisis económica acabará como en el pasado ha sucedido, podremos abrazar a la gente que amamos y respirar el aire que nos espera afuera.
Quienes se quedaron sin trabajo conseguirán otro, y aquellos que perdieron a alguien comenzarán a sanar. No hay ha existido situación en la cual el ser humano no se haya adaptado, y eso mismo sucederá con nosotros.
Aunque los cambios dan miedo, nos acostumbramos de forma más rápida de lo que creemos. Terminamos sufriendo más por la ansiedad del futuro, que por el cambio en sí.

Cuando esto acabe sabremos la fortaleza de un abrazo, sabremos apreciar los besos en las mejillas, y la belleza en lo cotidiano. Seremos más conscientes de nuestra fortaleza, del poder de nuestra adaptación y de la resiliencia que hemos desarrollado.
No existe obstáculo del cual no podamos aprender una lección.