No hay dolor más grande que perder a un hijo. Una parte de tu corazón jamás podrá reponerse, ni construirse nuevamente. Simplemente, es un dolor irreparable con el que se debe vivir.
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«Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero eso presupone que la raíz del duelo es finita (Cassandra Clare).»
La vida continúa aunque por momentos sientas que todo se ha parado, y no hay forma de seguir tu camino. En un espiral interminable de dolor, y la única forma de avanzar es encontrar la fortaleza que hay en tu interior.
No hay batalla que se te ponga enfrente que no puedas lidiar. Todo dolor se puede transformar en enseñanzas que terminará contagiando a otros y rigiendo tu vida desde la sabiduría.
Asimismo, la gente con la que convivimos; nuestros padres, hijos, hermanos, amigos, son un préstamo que la vida nos otorga. Sus sonrisas son una caricia de algo más grande que no podemos entender, pero que al tenerlas sólo podemos agradecer.
Los hijos que ya no están fueron ángeles que cambiaron nuestras vidas, aunque el lapso fuese demasiado corto. Porque no importa a qué edad se hayan ido, siempre parecerá insuficiente.
Quienes han perdido a un hijo y han logrado continuar, son guerreros de la vida. Sólo ellos entienden su dolor, y su forma de lidiar con él.
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Los libros, la terapia, la red de apoyo que tenemos a nuestro alrededor, todo es un balsámico que sirve para no perder la razón de tanto dolor. Lamentablemente, el duelo es individual y es un proceso que asusta a cualquiera.
Quien ha perdido a un hijo sabe qué es despedirse del amor verdadero, y no encontrarás un alma más fuerte que esa.