Muchas veces hacemos demasiadas concesiones cuando se tratan de los errores de nuestros seres queridos. Los dejamos llegar muy lejos por el amor que les tenemos.
Ponemos pretextos a sus comportamientos, y van hiriendo hasta el punto que nos acostumbramos a ese dolor. Nos da miedo ponerles un límite por no lastimar sus sentimientos, pero dejamos los nuestros a un lado.
¿En qué momento son ellos primero que nuestro propio amor? Nos han hecho creer que los lazos sanguíneos son contratos que sin decidir firmar nos hacen quedarnos atados a quienes nos hacen daño.
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Pero la familia no lo hace el título, son las acciones que se construyen día a día. La teoría dice que tendríamos que tener familiares funcionales que nos ayuden a ser mejores.
Lamentablemente, no siempre esto es así. Las familias pueden ser quienes más lastiman, las que dejan las heridas más grandes, y los demonios del pasado más difíciles de vencer.
Quienes no han vivido estas situaciones pueden tener más dificultades de entender cuando cortes o decides dar un paso atrás de algún familiar. El argumento del parentesco siempre saldrá a la luz en las conversaciones de otros.
Pero al final ellos no están viviendo tu situación y jamás podrán comprender qué es ser lastimado por las personas que tuvieron que resguardarte del dolor.
Por eso es necesario delimitar las relaciones según te convenga a ti y a tu cordura. Muchos podrán criticar, pero jamás tendrías por qué sentirte culpable por ponerte a ti en primer lugar.
Siempre tratando de perdonar a quienes hicieron esas heridas en tu corazón porque es la única forma de cerrarlas. Y al mismo tiempo, decidiendo lo que mejor te convenga.