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“Crónicas de una Güera”, por Ignacia Allamand

La actriz Ignacia Allamand nos cuenta de sus viajes y anécdotas en esta columna que es la primera de las “Crónicas Güeras” para Nueva Mujer ¡No te la pierdas!

Partimos con la Cumbia -mi quiltra viajera- de paseo a Miami a visitar a la familia. Mucha gente tiene una visión ochentera, estilo Tony Montana, ultra consumista y frívola de esta ciudad, pero en mi experiencia, es que es uno de los mejores lugares del mundo cuando lo conoces de verdad. Y sí, sigue teniendo ese ADN gringo que no permite, por ejemplo, llevar a tu mascota libremente a la playa, pero es una ciudad multicultural, con comida increíble, limpia, viva y despierta a cualquier hora (¿es Miami un NY con buen clima?). La ciudad está llena de parques y paseos, lugares para andar en bicicleta, botes, lanchas, motos de agua y playa. Mucha PLAYA. Las noches son intensas, se baila sin parar de viernes a viernes y se escuchan acentos de toda América Latina hasta altas horas de la madrugada.

Puedes pasear por Brickell -el centro diplomático y financiero-, plagado de restaurantes, hoteles, tiendas de lujo y hasta un canal. O por Wynwood, el “desconocido” epicentro hipster de la cerveza artesanal, grafittis y galerías que explotan durante el Art Basel, esa la gigante feria de arte contemporáneo que se toma la ciudad, reuniendo a la creme de la creme del arte Hispanoamericano y global. Avergüenza a otras exhibiciones donde no se permite el desparpajo. Quizás es porque Miami tiene todo lo bueno de América Latina, con toda la infraestructura de Estados Unidos.

En nuestro caso, la intención no era otra más que pasear con Mica, la prima Westy de la Cumbia, por el borde del agua y ojalá leer e ir a la playa. Básicamente, comer, amar y hasta rezar… Il dolce farniente.

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Mi obsesión lectora me tiene, por lo general, leyendo al menos dos libros a la vez, y desde que descubrí los audiolibros, escuchando otro par (pero eso es para otra columna). Me puedo demorar meses en terminarlos, pero siempre divido mi atención en dos para tener donde elegir según el estado de ánimo. Y sí, la lectura cambia dependiendo del mood. A veces un libro genial nos puede parecer una basura, simplemente por estar ‘atravesados’. En mi caso, ni el “Breve manual del perfecto aventurero” -un libro de 1920- ni el adictivo “La vida secreta de la mente”, de un neurocientífico genial, cumplían con los requisitos básicos para ser un libro playero. ¿Qué es un libro playero? Una gran pregunta… difícil de responder.

En vacaciones -especialmente en aviones o trenes o en cualquier cosa que me transporte-, me gusta leer algo que permita interrumpir la lectura en cualquier momento para dormir, meterme al agua, comer y después retomar sin tener que leer para atrás.

En el aeropuerto Benito Juárez de CDMX hay una librería. No una sección de libros y revistas tipo gift shop, sino una real librería, una de verdad. Y como ya es casi ritual cuando paso por ahí, entré a ver novedades. Mi intención era encontrar algo para el viaje, ojalá basado en hechos reales o un best seller tipo Gone Girl… Y de repente me acordé: Open, de Andre Agassi. Se me había aparecido por lo menos tres veces en las últimas semanas, a pesar de ser una autobiografía editada el 2009. Además, está en mi interminable lista de pendientes desde que mi hermana declaró que era el único libro que se había leído en toda su vida. Esto, por supuesto, no es verdad. Ha leído más libros (en el colegio…creo). Lo que puede ser cierto es que éste sea el primero que leyó “voluntariamente”, hasta el final y disfrutándolo.

Los otros encuentros con el libro sucedieron de forma totalmente aleatoria. Estaba en el living de un departamento al que fui a buscar un encargo, también alguien lo subió a Instagram y, finalmente, un chofer de Uber lo tenía sobre el asiento del copiloto, “no puedo parar de leerlo, señorita” me dijo.

En tiempos donde todo el mundo parece conocer los efectos de la retrogradación de Mercurio, sumado a mi propio ego e ínfulas de trabajo personal constante, sería imposible que esa tríada no me llevara a pensar que algo me está tratando de decir. Hay veces en que los libros te buscan a ti, tienen algo que decirte y una simplemente tiene que escuchar.

Se lo pido a la vendedora y me mira con cara de “improbable”, pero para nuestra sorpresa queda… UNA copia. No sé porque los seres humanos sentimos satisfacción cuando queda el ultimo ejemplar de lo que buscamos. Es como si estuviera destinado a ser nuestro.

Mientras se aleja a buscarlo pienso que tal vez debería esperar a llegar a Miami y comprarlo en inglés y leerlo en el idioma original, pero cuando lo tengo en la mano, con la foto de Agassi mirándome -él: simpático y redondo y pelado- no me aguanto y lo llevo.

El libro atrapa desde el primer momento. Agassi es honesto y casi brusco en su relato. Me impresiona que recuerde tan lucidamente su infancia, sus primeros entrenamientos y toooooodooooos los partidos. Siempre me ha sorprendido la capacidad que tiene los deportistas para revivir exactamente cada jugada. La forma en que transmite sus emociones rápidamente te hace sentir ahí, en medio de la acción. Es adictivo leer sobre sus eternos enemigos, derrotas y romances, su matrimonio con Brooke Shields, su relación con su entorno íntimo y familia. Las buenas autobiografías son las que te transforman en una adicta aunque al inicio no te interese el tema. Y esta cautiva aunque no tengas idea de lo que es un match point. Yo disfruté como describe el paso del tiempo en su propio cuerpo exigido mas allá de lo “humano” y en su punto de vista al vivir grandes cambios de la historia (es uno de los tenistas con una de las carreras mas largas del mundo). Agassi no tiene pudores a la hora de exponer su vanidad, su rebeldía -sin causa, a veces-, sus miedos y traumas.

El libro duró menos que las vacaciones. Me lo devoré. Y ahora que queda la mitad del verano … me atrevo a recomendar esta historia sobre perseverancia y contradicciones. Ideal para sentir el vértigo del  de las pelota cruzando la red… pero con el mar de fondo acompañando este viaje.

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