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Seis chilenas entre 18 y 30 años nos cuentan de sus experiencias sexuales

Hay generaciones que hablan abiertamente de sus preferencias, posiciones o frecuencia, pero al escuchar alrededor nos dimos cuenta que hay muchas cosas que no sabemos de nuestra propia sexualidad, sobre todo en relación a la edad de inicio y término “de los encuentros”. Decidimos ir a la fuente y conocer cómo y cuándo tiramos las chilenas.

Por: Jessica Celis Aburto.

Una de las conclusiones entregadas por el estudio «Salud sexual en Chile: una aproximación descriptiva al comportamiento y satisfacción sexual de los chilenos», del Centro de Estudios Sociales Experimentales Oxford-U. de Santiago (CESS) del año pasado, es que las chilenas con mejor satisfacción sexual son las del rango entre 18 y 30 años. Bueno, no cuesta mucho entender el por qué: pocas preocupaciones, primeros trabajos remunerados, energía inagotable, mente libre… Sí, despiertan envidia estas chilenas. Pero también dejó en evidencia que la vida sexual empieza más temprano, dependiendo del rango etáreo de la encuestada en cuestión. Así tenemos que aquellas que tienen entre 18 y 30 años, comenzaron en promedio a los 16,38 años; las de 31 a 45, a los 17,72; quienes tienen entre 46 y 55 años, a los 18,89, y claro, el grupo de 56 años y más, fueron las más recatadas, «esperando» –o aguantando– hasta los 23,93 años.
Con este panorama en mano, buscamos mujeres que quisieran hablar, sin pelos en la lengua, de su propia sexualidad.

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Claudia Martínez, 18 años, estudiante de Medicina.
Mi primera relación sexual fue a los 14 años. Fue una buena experiencia porque para los dos fue algo nuevo y espontáneo. No planificamos nada, pero ambos tomamos las precauciones necesarias antes de tener relaciones. Creo que tener sexo tempranamente deja la puerta abierta para tener una relación más estable, ya que tanto el hombre como la mujer sienten satisfacción en ella y no hay necesidad de buscar distintas parejas.
La mayoría de la mujeres de mi edad ya han tenido relaciones sexuales, y se mantienen activas porque el sexo es algo que ya no se respeta tanto.

María José P. 23 años, estudiante cuarto año de Sicología.
Tuve mi primera relación sexual a los 16 años. En el ámbito sentimental fue una buena experiencia, pero en el físico, ¡horrible! Me dolió mucho, no lo disfruté y me causó una especie de rechazo, ya que nunca había visto un pene de verdad y de tan cerca (risas). Él era mi primer pololo, estaba enamorada, y lo hice con él porque tenías ganas de conocer y entrar en la vida sexual.

Nunca tuve educación sexual, ni de mis padres ni del colegio, salvo por una o dos veces que mi profesora de biología dijo que ocupáramos condón, pero nada más. Cuando empecé mi vida sexual no fue prioridad cuidarme con ningún método: confié en la experiencia que tenía la otra persona. Un poco antes de tener mi primera relación sexual hablé del tema con algunas amigas, y con una en específico que ya había tenido relaciones, pero no fue mucho lo que aprendí. Con el tiempo me fui informando cada vez más, empecé a ir a la matrona y a probar distintos métodos anticonceptivos. También comencé a tener educación sexual con respecto a temas más amplios, como los orgasmos, posiciones sexuales y la satisfacción del sexo.

He tenido 3 parejas con quienes no involucré sentimientos, porque no los conocía o porque después del acto sexual no hubo interés de ninguno de los dos por el otro y no nos vimos más. No me quedé pensando en ellos ni nada por el estilo, sólo disfruté el momento: fue rico, y se acabó. En una relación estable el sexo para mí es el acto en donde puedes canalizar todas las cosas buenas hacia la otra persona: el deseo físico, el amor, el extrañarse, el unir no sólo el cuerpo sino el alma. Es algo que le da impulso a la relación.
Las mujeres de mi generación están un poco reprimidas. Si bien ahora es más normal hablar de sexo, siguen teniendo muchos tabúes. Creo que les falta más, atreverse a cosas nuevas, normalizar el sexo. Siento que a veces se puede comparar con la comida: uno conversa abiertamente de lo que más le gusta comer, si lo sabe cocinar o cómo lo cocina. Lo mismo debería ser con el sexo. Todas sabemos cómo se hace, pero nadie habla mucho de eso, como si no existiera.

Patricia A. 30 años, profesora de Historia y Ciencias Sociales y estudiante de Sicología.
Mi primera relación sexual fue media horrorosa. Él también era virgen y la ansiedad y los nervios de ambos hicieron de la situación algo incómodo, torpe y doloroso. Fue a escondidas mientras su mamá no estaba, lo que exacerbó los nervios y el apuro para concretar el acto. Ocurrió sin nada de romanticismo, placer o erotismo, todo lo contrario. Más encima casi nos pillaron. No me pude mover como en una hora, porque estaba sin ropa y con dolor.

Lo hice con él porque en ese entonces era mi primer pololo, mi primera relación seria. Tenía 21, y mucha curiosidad de incursionar en el tema; de mis amigas, todas ya habían tenido relaciones muchos años antes. Sentía que era el momento, además que como era mi primer amor, a esa altura estaba totalmente idealizado: él era con quien dar ese paso.

Fui educada bajo el seno de una familia un tanto conservadora. Mi madre siempre me transmitió, y hasta el día de hoy lo hace, que una no puede acostarse con cualquiera, que la cosa no puede ser tan fácil. Crecí con ese mensaje. Ella siempre fue bastante directa para hablar de sexo, y tuve también la suerte de tener muchas primas mayores que siempre me aconsejaron. Cuando sentí la inquietud de tener sexo también busqué información por fuera, en Internet y con mis amigas más aventajadas.

Creo que mi generación está en una especie de tránsito, entre aquellas mujeres que son nuestras madres, que guardaron respetuosamente su vida sexual sólo para su marido, y la generación actual, que ha liberalizado completamente su vida sexual. Fuimos criadas por mujeres que nos transmitieron que uno no debe «regalarse» a cualquiera, pero fuimos también partícipes de la liberalización de la vida social en sus múltiples facetas, entre ellas el sexo, y eso evidentemente produce ciertas disonancias cognitivas. Somos una generación de mujeres con una comprensión media dicotómica del sexo.

Andrea N, 33 años, abogada.
Mi primera relación sexual la tuve a los 18 años, con mi primer pololo. Fue muy cuidada, consciente, querida y tranquila. Muy sano todo, ¡y lo pasé regio enseguida! Quise hacerlo porque quería experimentar y con él se daban muchas cosas: cariño, respeto, confianza y comodidad. En el colegio nunca tuve educación sexual. Siempre hablé todo con mis viejos, desde chica.

Para mí el sexo es una entrega mutua de energía. Lo disfruto mucho, me hace excelente. Es una instancia en que soy yo misma, y logro vivir el momento plenamente. ¡Me encanta! ¡Es muy importante! Creo que junto con el amor, son los motores de la vida.

En las mujeres de mi generación hay de todo. Muchas experimentando su sexualidad libremente recién ahora, algunas muy reprimidas, y otras que parecieran tener el sexo como ejercicio. A mí me encanta, pero no con cualquiera, porque es una instancia muy íntima. Me tiene que pasar algo profundo para tener sexo…, si no, no fluyo.
He tenido 7 compañeros sexuales, y a todos los recuerdo con absoluto amor y libertad.
Es muy enriquecedor vivir la experiencia de tener sexo con chicos de otras nacionalidades: los acentos, las formas, los olores. Es distinto, pero al final, ¡siempre sublime!

Paz A. 44, asistente social
Hasta los 37 años viví con mis padres, muy controladores, a los que tenía en mi cabeza cuando me acostaba con alguien, sobre todo a mi papá. Perdí la virginidad a los 20, con un pololo. Fue en el agua, en algún río de la Séptima Región. Sufría de vaginismo y sequedad vaginal, y por eso elegimos hacerlo ahí. Mi pololo no pudo penetrarme, tenía la sequedad en mi cabeza. Fue frustrante para los dos. A mí se me sumaba la culpa de no poder responder y el fracaso de no poder disfrutar de algo tan natural. Sentía que algo pasaba conmigo que no estaba bien. Fue la primera vez que me enamoré…., y hasta ahora, la única.

Mi primer orgasmo fue a los 30 años, con mucho esfuerzo y varios intentos, y recién a los 34 recuerdo haber sentido el placer más vivo. A los 37 años me fui a vivir sola y empecé un proceso de individualización, de separarme de mis padres, de saber quién era y qué quería. En ese momento empecé a sentir verdadero placer en mis encuentros sexuales. He tenido andantes, amantes, touch and go… Pero pareja no tengo desde que me fui a vivir sola.
Estuve en colegio de monjas hasta 8° Básico, luego en uno laico y después en un liceo municipal. No tengo recuerdos de una educación sexual integral, que abarcara todo lo que somos, nuestra afectividad especialmente. Más bien recibí información acerca de la biología y reproducción. Me he ido informando con el paso de los años, viviendo la vida, compartiendo con amigas y amigos, y leyendo.

El sexo para mí es un espacio por sobre todo de placer; si hay amor, mejor, si no, también es bueno y necesario. Es algo de lo que me cuesta mucho prescindir. Necesito canalizar mi líbido en el acto sexual, con mi cuerpo, en el contacto corporal con otro, en los besos, caricias, juegos y penetración.

Las mujeres de mi generación estamos saliendo de los límites impuestos y autoimpuestos, dejando prejuicios sobre todo con nosotras mismas. ¡Nos reprimimos mucho! Nos falta libertad para expresar nuestros deseos, sobre todo sexuales. Chile es un país en que nos importa en demasía la opinión del resto.
He tenido 44 compañeros sexuales, uno por cada año de mi vida, ¡no es tanto…! (risas).

Vita G. 67 años, artista plástica
Mi primera experiencia sexual fue a los 21 años. Aún cuando para la época fue tarde, había decidido desde muy joven que tendría mi primera experiencia a los 21 años, con un determinado tipo de hombre, y así fue. Ese hombre luego de unos años se convirtió en mi esposo, y lo es hasta el día de hoy. Con él he vivido todas las experiencias que una larga unión puede tener, encuentros y desencuentros, y ha sido una aventura de toda una vida.

Mi educación sexual comenzó a través de la literatura, y fue alrededor de los 14 años. Recuerdo muy especialmente libros como «La Comarca del Jardín», de Oscar Castro; «El niño que enloqueció de amor», de Eduardo Barrios, y la literatura más internacional con autores como Stefan Zweig en «Carta a una desconocida»; Tolstoi y su «Anna Karenina»; Marguerite Duras con «El Amante»; Anäis Nin y sus diarios, y Henry Müller y sus «Trópicos…». Muy especialmente destaco a DH. Lawrence y sus hermosos libros, que leía a escondidas y con sentimiento de culpa. En ellos descubrí lo que presentía era el amor, la pasión y la locura de estar enamorada. Fue ese estilo de amor el que siempre busqué y creo que rara vez experimenté, porque era una ficción que siempre superó la realidad. De la parte «técnica» del asunto nadie me dijo algo al respecto, y la verdad es que nunca me interesó. Lo mío volaba por otros derroteros, más románticos, más sutiles, más de ensueño.

El sexo para mí fue importante, porque principalmente lo relaciono con la estética de los cuerpos jóvenes, el despliegue físico y el tiempo. Actualmente el sexo es algo que no tiene que ver principalmente con la penetración. El sexo de hoy es piel, cariño, contención, un relato construido a lo largo de la vida.

Algunas de mis amigas se esfuerzan por continuar como si fueran jóvenes, usando todo tipo de cremas y artilugios para conseguir algo tan efímero como un orgasmo físico, y creo que así no dan con la verdadera fuente del placer, que es más imaginación que sudor.
Compañeros a lo largo de mi vida, la verdad es que creo que podría enumerar sólo 3, porque cualquier otra relación no dejó ni siquiera huella nominativa.

 

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