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Benjamín Vicuña: “El amor puede ser tu salvación o tu condena”

Hace 15 años tomó un pasaje laboral sin punto de retorno. Este 2015 sumará 4 producciones en el cuerpo, y su último filme, “La memoria del agua”, de Matías Bize, ha sido sin duda su ejercicio emocional y actoral más intenso. Y también el que lo llevó a lugares dónde jamás pensó estar.

Por Jessica Celis Aburto.

Hace años que la vida de Benjamín Vicuña gira entre la vorágine de su trabajo ultra demandante y expuesto, y su vida familiar. Esta última es el tronco que lo acomoda y contiene entre libretos, ensayos y filmaciones. Y este año ha tenido que saber moverse entre ella y la demanda de sus 4 trabajos que han visto la luz: «El bosque de Karadima», «Sitiados», «Entre caníbales» y «La memoria del agua».

Es justo este último trabajo el que nos reúne con el actor. Son las 20 horas de un frío sábado de agosto cuando aparece a hacer su check-in en un impresionante hotel del barrio Lastarria, listo para la entrevista por la película del director Matías Bize, quien aparece junto a él. Su manager y el equipo de prensa que los acompañan también lo flanquean con amabilidad. La misma que él ostenta, aunque ese día se levantó a las 6 de la mañana para tomar el avión que lo trajo a Chile.

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Se confiesa cansado, pero no pierde la sonrisa ni la buena disposición. Lleva 15 años en esta dinámica, desde que su protagónico en la teleserie «Piel canela» lo lanzó a un terreno mediático y laboral sin retorno, y que hoy lo tiene a punto de estrenar en los cines nacionales «La memoria del agua» (este jueves 27), un filme que trata sobre el amor de una pareja luego de la muerte de un hijo. Dirigida por Matías Bize, su coprotagonista es la española Elena Anaya, la misma de «La piel que habito», de Pedro Almodóvar. Pide una bebida light y sonríe. «Démosle», dice.

Tantos años de trabajo imparable y entrevistas a cuestas. ¿Cómo lo haces para enfrentarlas cuando ya se han convertido en rutina?

Entiendo que la promoción es parte fundamental de mi trabajo y éste termina en el público, cuando la gente lo ve, y en ese sentido las entrevistas son un puente para comunicar la experiencia, el punto de vista. Me las tomo con mucho profesionalismo y seriedad, como corresponden.

¿Te preparas?

Trato que cada una tenga colores diferentes y de seleccionar los medios, porque he aprendido que hay un tipo de prensa que ya no sirve, porque no convoca a una sala de cine o teatro.

¿Hay prensa que no ha tenido la mejor disposición contigo al indagar en tus asuntos personales?
No. Pero hay programas de farándula que ya no sirven ni siquiera para invitar a una conferencia de prensa, y menos de una película de estas características, porque no te suma en lo más mínimo ni a mí ni a la película.

Llamaste a Matías Bize para decirle que estabas disponible para ser parte de «La memoria del agua» porque querías aportar a ella. ¿Cuál fue tu sensación cuando la terminaste y la viste lista?

Me enteré que estaban haciendo esta película y sentí la necesidad de ser parte de ella desde cualquier lugar; quería hacerlo, compartir mi experiencia. Desde una posición muy humilde le plantee la posibilidad de trabajar como actor, o como fuera. Si tenía que hacer un casting lo haría, y se empezó a gestar la posibilidad. Primero leí el guión y fue algo que me movilizó muchísimo, confirmé la necesidad de ser parte de ella, de querer contar esta historia por la trascendencia y el impacto que va a generar en muchas personas. Fue un proceso bello, intenso, luminoso.

¿Cuánto tiempo estuviste sumergido en ese mundo?

Cuatro o cinco meses. Fue de una belleza conmovedora y la película habla por sí sola. Es sublime. Es un ejercicio sobre la condición humana, sobre cómo el ser humano se aferra a la vida, cómo el amor puede ser tu salvación o también tu condena. Es una historia intimista que habla sobre una pareja que pierde a su hijo y sigue luchando, pese al dolor.

¿El dolor en algún momento te sobrepasó por lo que viviste, o te arrepentiste de hacerla?

No, porque fui muy bien llevado por Matías, un tremendo director con una experiencia gigante y muy sensible. También me preparé sicológicamente con mi terapeuta, con toda la contención posible, y también con mi formación como actor, entendiendo cuáles son los límites y que estoy contando una historia. No hice una biografía. Con todas esas herramientas sabíamos lo que estábamos haciendo, no hubo ningún ejercicio masoquista ni mucho menos, sino que fue de una libertad bellísima.

¿Una especie de catarsis?

En parte sí, por supuesto.

Te pregunto a ti, no desde tu personaje. ¿Cómo se sigue tras la pérdida de un hijo?

Eso es absolutamente personal, no existen formas ni fórmulas para llevar adelante el dolor.
Te lo pregunto porque siempre quisiste aportar, y me imagino que hay algo que tú quieres decir de manera personal.

Hay gente que quizás ha perdido un hijo y no está preparada para ver la película. ¿Qué les dirías a ellos? ¿Por qué tendrían que verla?

Es difícil. Insisto. No voy a dar consejos por la prensa ni voy a escribir manuales de autoayuda porque no soy nadie. Soy sencillamente un hombre, un hijo, un padre, un actor, que trato de acercarme lo más posible a mis personajes, y en ese sentido mi personaje y esta película hablan por sí solos. La invitación es que vean este tremendo ejercicio sobre la humanidad, sobre el amor. El amor de padre, el de pareja, sobre la aprensión hacia la muerte. Por eso hago películas; si no escribiría libros o daría charlas o sería arquitecto. Hago películas porque es mi forma abstracta de comunicar mi visión del mundo y mi verdad. Ahí está la respuesta a tu pregunta.

Tocas un punto importante para nosotros, los occidentales, que en general tomamos una distancia enorme con la muerte. Es casi un tema tabú….

La muerte es parte de la vida, y hay que convivir con eso. Hasta donde se pueda hay que tratar de asimilarla, aunque es difícil de entenderla. Pero es tan difícil de entender como la vida o como el milagro de la vida o el nacimiento de un hijo. Es todo un misterio; entonces, lo que hay que hacer es tratar de vivir, estar acá, vivir el presente, disfrutar este regalo.

¿Hay un antes y un después tras filmar «La memoria del agua»?

Sí, por supuesto. Es un regalo de la vida poder hacer esta película y este personaje. Salgo con el privilegio de conocer a Matías Bize, un director con una sensibilidad única, con un punto de vista sobre el cine y estas historias íntimas como el amor. Salgo con un guión de Matías y Julio Rojas, que es exquisito y un lujo para trabajar. Me quedo también con mi madurez como actor para enfrentar este tipo de personajes y una historia adulta, contundente, movilizadora, luego de 15 años trabajando. Recibí esta película como un desafío hermoso, intenso y bello, y estoy feliz de sentir que asumí el riesgo y conocí profundidades que nunca pensé que conocía en mi oficio.

¿Cuáles?

Tiene que ver con la actuación, con las emociones. Con Matías llegué a lugares que pensé que no existían. Son aguas profundas que a veces se dejan de ver, en las que no ves ni tus manos, y es por ahí donde uno puede sentir. Y sentimos cosas tremendas, emocionalmente hablando. Eso está en la película y el público lo va a vivir. Como actor es eso lo que te hace sentir vivo y saber que estás evolucionando, creciendo.

¿Qué pensaste cuando supiste que tu coprotagonista era Elena Anaya?

Un lujo. De los compañeros sólo se puede aprender, y me encanta. Parte de la elección de un proyecto es por los compañeros con que estoy. Uno debe y tiene que aprender de ellos en el día a día, y Elena es una actriz fenomenal, con un oficio y tremenda trayectoria. Lo que hizo en esta película es fascinante, aprendí mucho de ella.

Su trabajo fue muy cercano e intenso. ¿Con qué te quedaste de ella?
Con su seriedad. Ella incomoda al texto, a las escenas, a las situaciones, al director. Es una mujer muy inteligente al servicio de la película y la historia. Eso hace que enriquezca el diálogo y crezca.

Para el alma

¿Hay alguna escena en particular que recuerdes o rescates por alguna razón?

Sí. Hay una muy linda, en la que se cumple un año de la muerte del hijo, y empieza a nevar. Mi personaje y el de Elena lo reciben como una señal muy potente, y hay una secuencia hermosa donde ellos se dan una oportunidad más para vivir el amor tras esta señal. Si eres escéptico, piensas «bueno, sí, esto es meteorología». Pero cuando le das un terreno importante a la mística en el amor, las señales toman otro sentido.

¿Tú crees en las señales?

Por supuesto, mucho.

¿Qué es el amor para ti hoy?

Todo. Lo que te pone de pie en la mañana. El amor hacia tus hijos, hacia tus padres, hacia la vida, hacia tu oficio; es el impulso, la pasión, es esa cosa inexplicable y profunda que te hace tomar decisiones, movilizarte, ser, definirte. Es todo.

También embarrarla…

(Risas) Sí, es todo. Pero es lo que en el fondo nos hace sentir vivos.

Hemos hablado de pura pega. Quiero saber qué haces en tus ratos libres. ¿Tienes? ¿Qué te encanta, además de tu trabajo y tu familia?

(Risas) Lo que pasa es que tengo momentos de mucho trabajo –como ahora– y otros en que tengo tiempo para el ocio, para disfrutar a mis hijos, para viajar, que es algo que me gusta mucho. Siempre viajé, era como mi obsesión en el sentido de que cuando empecé a trabajar mi objetivo era ahorrar y viajar. Tuve la virtud de conocer lugares increíbles, Asia, Oceanía, el Oriente. He estado en lugares muy bonitos, de verdad. Hoy de grande trato de viajar porque te da perspectiva, y soy un afortunado de poder hacerlo. El estar ligero de equipaje, conocer lugares increíbles, culturas, historias, formas de ver el mundo y dioses distintos, es clave.

¿Eres creyente, católico?

Sí, tengo formación católica.

¿Y qué otras cosas te gusta hacer? ¿Coleccionar chapitas, robarte los ceniceros de los restaurantes, por ejemplo?

(Risas) Me gusta nadar, lo hago bastante. Hago harto deporte. Corro y juego fútbol acá y en Argentina. Siento que el deporte me equilibra. Y me gustan mucho los caballos. En Chile vivo cerca de un lugar donde hay caballos y me gusta compartir esa pasión con mis hijos. Son tan nobles, hermosos, y me dan tanta paz, que son un imán para mí.

Y en los asuntos domésticos, de la casa. ¿Ayudas o pasas?

(Risas) Por supuesto que ayudo…, la crianza es durísima.

¿Aportas en todo?

Por supuesto. Me considero un papá moderno. Somos una generación que reaccionó a una anterior ausente, por decirlo de alguna manera. En ese sentido tengo mucho apego con mis cabros. Los disfruto, los vivo. Conversamos mucho, jugamos, nos tocamos. Son niños súper estimulados desde lo artístico, lo creativo, desde la felicidad. Me tomo muy a pecho mi paternidad.

Y en la casa, ¿una barrida, una lavada de loza, el aseo del baño?

(Risas) Sííí, claro (titubea)…, sí…

Te van a leer todos, no puedes mentir

Mira, no me obsesiona mucho la limpieza (risas). Soy más bien relajado, pero siempre se reparten los roles…

Dime uno. ¿Cocinar?

Sí, me tiro mis pastas.

¿Y quien lava la loza?

¡La podemos amontonar un rato…! (risas)

¿Dónde te veremos el 2016?

No lo tengo claro. Este segundo semestre mi gran apuesta es «La memoria del agua», mi gran apuesta emocional. Veremos qué pasa el otro año. Ojalá sea cerca de Chile, porque la verdad es que echo mucho de menos, me encanta. Estar en Chile me hace bien al alma.

En primera persona

«El bosque de Karadima»: Una verdad dolorosa y necesaria. Un espejo de la sociedad. Muestra lo difícil que es mirarse a la cara, pero rescata el decirse la verdad, por dolorosa que sea.
«Sitiados»: Tiene que ver con la memoria de nuestra identidad como chilenos, del encuentro entre dos mundos. Viví una experiencia hermosa como actor en medio de la naturaleza. Es un proyecto que atesoro muchísimo.

«Entre caníbales»: Es lo difícil y cruel que puede ser la política; lo bueno, lo malo y lo feo. Fue un aprender de Juan José Campanella, un tremendo director y ganador de un Oscar. Es un tremendo proyecto y ventana para Latinoamérica.

«La política se hace en el día a día»

A propósito de «Entre caníbales», ¿cómo es tu relación con la realidad política chilena, ahora que vives fuera?
Me importa, siempre me ha importado, pero veo un desencanto profundo, con más preguntas que certezas. Veo cierta indignación e incredulidad con varios temas, pero aún creyendo que la política es la forma de cambiar las cosas en democracia; por lo tanto, debemos creer en ella, de lo contrario arranca la anarquía o el hastío, y eso no conduce a nada. Hay que creer y confiar en el recambio, pero necesitamos buenos políticos. Tenemos que involucrarnos porque la política se hace en el día a día, no sólo en el Congreso.

Hay temas o causas que te motivan de forma especial…

Sí, soy Embajador de Unicef, y el tema de los niños, la primera infancia y la educación, para mí son muy importantes. La igualdad de herramientas, de afecto, de cariño, de contención por parte del Estado hacia el sector más vulnerable, es algo que veo como una necesidad urgente. Lo mismo que la educación secundaria. Son temas que nos preocupan a todos y por eso vemos a mucha gente movilizada. Lamentablemente los cambios han sido más lentos de lo que esperábamos. Hay voluntad política, pero las reformas han sido difíciles de llevar adelante, y en ese sentido es una tremenda desilusión.

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