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Resistencia a curar la depresión

Cuando se tiene el miedo al cambio, a dejar de ser lo que me acostumbré.

No se puede ser una niña triste, una adolescente triste y ahora una adulta triste, escuché decir a una terapeuta. También he crecido con la idea de que la genialidad no está en las personas felices. Vaya, muchos buenos libros se escribieron, o magníficas obras se pintaron, por artistas muy poco entusiastas por la vida.

Dar un giro a la situación de depresión parece asunto sencillo, ¿quién no desea salir del callejón sin salida, del túnel sin luz nítida al final? Yo. Porque siento que mi identidad se iría al mismo tiempo que mejore mi estado anímico, como se irían las accidentadas manchas al lavar las prendas con agua y jabón, manchas con formas y colores con las que llegaste a encariñarte; porque también se acostumbra uno a sentirse miserable al vapor de un infierno bien conocido. La tristeza como pan de cada día.

He visto cómo cambian las personas, para bien por supuesto, cuando toman pastillas recetadas y son felices milagrosamente, vaciadas de encanto y funcionales para la realidad. Desde mi ignorancia estoy denotando que hay miedo a ser feliz, pero eso es poco relevante aún. Se puede aceptar estar deprimida y al mismo tiempo creer que existe valentía en resistirse a la idea de la medicación y de la terapia. La fuerza de negarse es la más barata de las ilusiones, pero los psicólogos tampoco se ponen de acuerdo con las personas que yo más admiro en el mundo.

Supongo no seré la primera ni la última que batalla en dejarse ayudar, que se resiste a tratar su depresión y que antepone decenas de prejuicios. No digo que esté en lo correcto, pero no es fácil ceder en ponerse en manos de los profesionales, que es finalmente lo que tendré que hacer.

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