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Karyn Coo: la reinvención de una marca

Hace tres años ganó Project Runway Latinoamérica, y su nombre rápidamente se hizo un espacio en la moda nacional. Vivió la experiencia de tener su propia tienda, lo pasó mal, y decidió darse el tiempo para crear y criar. Paró, respiró, observó y se reorganizó. Esta es la nueva Karyn Coo, reencantada con su trabajo.

Por Jessica Celis Aburto. Fotografías: Gonzalo Muñoz. Maquillaje: Paulina Peña para M.A.C. Vestuario: Karyn Coo.

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«Pienso en todo lo que viví en Project, y siento literalmente que fue un sueño. Todo muy bizarro. Me fui a vivir a un país por tres meses con 13 diseñadores que no conocía, vivir desafíos con gente de la moda que jamás pensé conocer, estar en una pasarela con focos y cámaras…. Fue vivir un sueño increíble», reflexiona Karyn Coo, sentada en la que es su casa-taller desde este año. Su teléfono no para de sonar, mientras en la pieza del lado su equipo de trabajo corta, cose y, de vez en cuando, le consulta algo.

Por una puerta entra su marido, Andrés Ghiorzo, cargando a Filippa, la niña que le cambió la vida hace un año. Parece una muñeca, de pelo casi blanco y ojos azules intensos y gigantes. Apenas ve a su mamá se alegra y aletea pidiendo brazos. Karyn la acoge con ternura, la acurruca y se la devuelve al padre para seguir con la entrevista. Así es su vida ahora, desde que decidió cerrar su tienda y acomodar su trabajo en su casa para pasar más tiempo con su hija, su marido –quien también participa de su proyecto– y poner el freno en una vorágine que la estaba consumiendo.

Trabaja con tres personas y Rosa –»Rosy»– como le dice ella, es su modista de cabecera y en quien confía plenamente. «Cuando llegué a Chile de vuelta tuve tres costureras que no me gustaron, así que empecé a buscar otras. Así llegó la Rosy. El día que la entrevisté le dije que se quedara en el taller, me hiciera una muestra de su trabajo y de ahí decidía si quedaba o no. Me dijo que no, que ella era modista y que si quería la dejaba y si no, no. Y se fue a su casa. ¡Me mandó a la cresta! (risas). La llamé por teléfono y le dije que empezara a trabajar, y veríamos qué pasaría. Me encantó. Con ella ya llevo trabajando dos años. Juntas hemos ido creando esto y tiene la camiseta súper puesta. Confía mucho en mí y quiere a mi proyecto tanto como yo. Eso es maravilloso».

¿Cómo ves hoy tu triunfo en el PRL?
Creo que hace 3 años no dimensioné lo que fue ganar. No estaba concentrada en ganar, sólo quería hacer bien mi pega, pasar los desafíos, lo veía como un juego, quería disfrutarlo. Me gusta vivir el momento. Ahora lo veo y no puedo creer en lo que estuve metida, lo que gané y sin mayor esfuerzo mental, porque nunca hice el esfuerzo de mentalizarme y decir ¡voy a ganar esto! Algo que sí le pasaba a otros compañeros.

De hecho creías que te iban a sacar muy pronto del programa…
Sí, de hecho me dijeron que llevara ropa para tres meses, y como pensé que me iría altiro, llevé para una semana.

¿Eso tenía que ver con tu autoestima en ese momento?
No, más bien soy súper simple y sencilla. Veía los hechos: no terminé la universidad, tenía sólo dos años de carrera encima ese 2011. Cuando me fui de la universidad fue cuando decidí entrar al programa. No tenía idea de cómo diseñar, cómo era pasar por una pasarela. Sabía la teoría, pero de ahí a la práctica hay un mundo de distancia. Por eso sabía que no iba a ganar, porque mis compañeros eran mucho más secos que yo. Algunos tenían 10 años de carrera, otros tenían tiendas entonces, ¿de qué estamos hablando? (risas). Soy realista.

¿Has capitalizado bien esa tremenda puerta que se te abrió?
Sí. Creo que lo hecho muy bien, y no sólo por mí trabajo, sino gracias a la gente que he tenido al lado. He tenido la suerte de rodearme con personas que me quieren, de mi familia, de tener un marido que me ama y me apoya en todos mis proyectos. He tenido la suerte de tener muchas personas que han confiado en mí.

¿Cómo has ido encontrando tu camino como diseñadora?
Creo que aún no lo encuentro. No comparto lo que dicen algunos diseñadores cuando hablan de su trabajo, definiendo que «tienen un estilo». Me carga eso. Creo que un diseñador tiene que saber ir cambiando. Claro que hay un sello, porque todo sale de una cabeza.

Tener un sello, pero estar abierto a estilos diferentes…
Exacto. Por ejemplo ahora; por primera vez para la nueva colección de verano estoy usando colores en detalles chicos. No soy nada de colores ni estampados, pero tuve ganas de cambiar un poco. Hice un top amarillo con una falda blanca con puntos azules que me encanta y la amo (risas). Y todo ese amor al color empezó cuando comencé a pintarme la boca roja (risas). Ahí creo que mi cabeza empezó a descubrir el color, a usarlo, sentirlo y sentirme cómoda con él.

O sea estás abierta a una transformación de lo que ya conocemos en tu trabajo.
Absolutamente, y me encanta, porque es la forma de mostrar cosas nuevas. Está bueno sentir una evolución y no quedarme pegada. Creo que muchos diseñadores se quedan pegados, eso de ver un diseño y saber de quién es.
Iván Grubessich nos dijo exactamente lo mismo, sobre la generación de diseñadores que están en los 30 y 40, y también sobre Rubén Campos y Luciano Bráncoli…Está en lo cierto. Rubén Campos es el mejor ejemplo de eso. Sí, es un gran diseñador y sus diseños son increíbles, pero lleva 20 años haciendo lo mismo.

El mismo Grubessich dijo que su explicación era que a muchos les pasa eso porque están atrapados en la vorágine de sacar y sacar colecciones o ropa, y no se dan el tiempo de parar, observar y pensar en lo que están haciendo. No se dan el espacio creativo para el oficio.
Estoy totalmente de acuerdo, y perdona que hable de mí, pero me pasó un poco el año pasado. Tenía mi tienda y el concepto es súper estresante; todas las semanas tienes que ir sacando cosas nuevas porque las clientas tienen una rotación aproximada de unas tres semanas o una vez al mes, entonces tienes que tener cosas nuevas para que te siga comprando. Ese estrés lo viví, y pasa que entras a copiar mucho de Internet y tonteras que son de fácil venta. Me di cuenta que no me estaba sentando a diseñar lo que realmente me gustaba. No estaba mirando lo que se estaba llevando, lo que venía de la calle, porque ahora toda la moda viene de la calle. Antes se dictaba algo y todos hacían lo mismo. Ahora tú te puedes inspirar viendo un árbol, tomar una foto y digitalizarla y estamparla. Cuando nació mi hija dije «no quiero más esto». No quise más estar preocupada de estar sacando ropa para pagar el arriendo…

Hace dos meses la llamó Aurora Conejeros para ofrecerle un perchero en su tienda, lo que implicaba volver a tener ropa dispuesta para una clientela abierta. No tomó la decisión altiro. «Vi los pro y contra. Y eran más pro que contras, así que acepté. Le dije a la Aurora que entraba feliz, pero no quería preocuparme si la vendedora no estaba. Sólo de que mi perchero esté lindo, con diseños muy buenos. Llegó un momento, cuando estaba con la tienda, que diseñaba cosas que ni siquiera yo me quería poner, entonces ahí me cuestioné. ¡Obviamente lo que hago es algo que quiero usar! Marcela, quien es mi mano derecha, es la que se preocupa de lo que hay en la tienda ahora. Mi tiempo lo necesito para crear y para hacer otras cosas, y estoy feliz con el resultado, porque se nota que hay cabeza, que hay una búsqueda textil. Todo lo que está colgado en el perchero es algo que sí me gustaría tener. Hago 100 cosas al mismo tiempo, pero me gusta lo que estoy sintiendo, que no es el nudo en la garganta con el que vivía».

«DEJÉ TODO POR AMOR»

Recién tiene 25 años, y parece que ha vivido mucho más. Su nombre ha ganado un espacio importante en el mundo del diseño en poco tiempo, y en lo personal está casada y tiene una hija, un patrón que no es común en la sociedad actual en mujeres de su edad.

¿Lo buscaste o simplemente se dio?
Me siento una mujer demasiado afortunada. Tengo mucha suerte y soy agradecida de la vida. A mi marido lo conocí en un viaje de fin de semana que hice con unas amigas a Buenos Aires. Fuimos a carretear y me enamoré perdidamente. Lo conocí por una amiga en común. Lo vi una noche, me volví a Santiago, me buscó por Facebook, conversamos, a la semana me vino a ver y a los 4 meses me casé. En ese momento decidí salirme de la universidad e irme a Buenos Aires a vivir con él. Dejé todo por amor. Ni lo pensé. Luego entré a Project, algo que tampoco pensé. Creo que si lo hubiera pensado no lo habría hecho. Mi hija Filippa tampoco fue planeada. Me quedé esperando guagua en el peor momento. Jamás pensé en ser mamá a esta edad. Estaba full camino a la cima de mi carrera, y lo que menos quería era formar una familia y bajar un peldaño en ese espacio. Pero ahora que la tengo es lo mejor que me pudo pasar. Es tan increíble el amor que siento hacia ella que también me ha dejado seguir haciendo todo lo que quiero hacer, sólo que arreglándomelas de otra forma. Tuve que cerrar la tienda y abrir el taller en mi casa. Ella se acomodó a mi vida. Descubrí que para trabajar no es una piedra en el camino tener una guagua, menos casarte y tener dos perros (risas).

Luego de vivir dos años y medio en Argentina se vinieron a vivir a Chile porque sufrieron un robo muy violento. «El susto fue grande. No teníamos calidad de vida porque ni siquiera podíamos sacar a pasear al perro tranquilos», relata.

Naciste y viviste 4 años en Temuco. ¿Tienes algún vínculo especial con el sur? ¿Te sientes provinciana?
(Abre los ojos y se pone las manos juntas a la altura del corazón) Tengo un amor al sur que no puedo evitar… Es cosa que mires mi casa: está llena de plantas (risas)… En el sur está totalmente el vínculo familiar. Siempre tengo los recuerdos de estar en el campo, de las rucas de madera, de la naturaleza. Me importa ella, la cuido. No puedo vivir sin animales tampoco, y eso lo heredé de mi mamá, quien nos enseñó eso. Ella es suiza y los suizos tienen como forma de vida cuidar la naturaleza y los animales, y eso, unido a su vida en el sur, me lo transmitió completamente.

¿Crees que esa parte de tu vida ha sido determinante en tus diseños?
De todas maneras. Sigo yendo al sur todos los años, y este fue el primero de mi vida en que no pude ir y hasta hoy le digo a mi marido que siento que partí mal el año, porque me faltó mi sur. Tenemos una casa arriba de un cerro en Pucón, que está totalmente aislada de todo y donde convivo con las gallinas, los caballos y el volcán.

Dentro de tu trabajo, la línea de novias se ha vuelto muy importante. ¿Quiénes son tus clientas?
A mis novias las quiero mucho. Y las elijo con pinzas. No le hago un vestido a cualquiera. Me llegan varias. La primera entrevista es crucial porque sabes si la novia habla tu mismo lenguaje y código.

¿Qué novia no tiene cabida?
La que es indecisa o muy nerviosa. Yo soy súper relajada, y si viene alguien con ese nerviosismo medio histérico no me hace bien. No las echo, pero siempre pasa algo que el vestido no se hace. Es como una cosa de piel que la persona también debe sentir de vuelta. Para mí no hay nada mejor que mi novia se relaje esos meses en los que trabajamos, y que de verdad esté tranquila porque yo le estoy haciendo su vestido.

¿Con qué telas y materiales rayas?
Como que siempre han sido los mismos. Las sedas me vuelven loca en todos sus tipos de gramaje, color y formas. Con las novias siempre trabajo con seda. Si hay alguna que quiere hacer su vestido conmigo, y resulta que el vestido quedó increíble pero se sale un poco del presupuesto, prefiero bajar mi presupuesto a reemplazarlo por otro material más barato. Siempre uso telas nobles porque son otra cosa. Un vestido puede ser muy simple, pero las telas nobles y sus caídas hacen la diferencia. En mi línea Pret a Porter de la tienda uso mucho lino; me encanta. También algodón, como el peruano, que es el que estoy trabajando ahora.

¿Cómo ves el nicho de la moda en el que te estás moviendo actualmente?
Creo que ha avanzado mucho. La principal carencia es el tema textil, porque no hay telas y eso es una lata. No puede ser que te lleves 80 metros de un estampado y no lo encuentres más, y que tengas que cambiar toda la colección. Al final terminas teniendo un patchwork. Eso es un papelón. Encontrar telas naturales es casi un milagro, y si hay son muy caras, lo que sube el precio del diseño. Por otro lado, lo bueno es que están saliendo nuevos diseñadores, nuevas técnicas.

¿Y qué piensas de las chilenas en materia de moda?
Lo primero que se me viene a la cabeza es que falta identidad. Pero creo que vamos camino a… Lo que está bueno es que siento que las tiendas tratan de ayudar a la chilena a vestirse cuando sacan un catálogo y te dicen cómo combinar las prendas, make up, se preocupan del outfit completo. Es una buena información de cómo crear un look entero, pero nos falta el estilo. Siempre he dicho que si sigues la moda al pie de la letra, a los 6 meses ya no existe, pero si tienes tu propio estilo y compras cosas de temporada que están a la moda, es mucho más inteligente.

¿A quiénes admiras y por qué?
Sigo mucho a Chanel por su permanencia, constancia y vanguardia a pesar de los años; Rodarte por su femineidad; Balmain por su manejo de la Alta Costura a la que le da una vuelta moderna y muy cool.

Emulando a Tim Gunn, ¿cuáles serían tus básicos?
Tener mínimo 5 camisas blancas de algodón de diferentes diseños y telas, con cuello y botón. En base a ellas te puedes armar un look completo. Hay que tener unos jeans rectos anchos; una chaqueta de cuero negra; una camisa de jeans (el denim tiene que estar en todas las prendas) y muchos accesorios. Ojalá que la ropa sea lo más simple posible. Uno tiene que comprar ropa inteligente que sabes que la puedes usar al menos de 4 formas diferentes.

¿Qué no encontraremos nunca en tu ropero?
Color (risas). Aunque el otro día me compré una especie de polera roja, así que no cuenta (risas)…

¿Y hay alguna moda o prenda que encuentres espantosa?
Es que creo que todo depende de cómo la uses.

¿No es la prenda en sí la mala?
Exacto, es todo un conjunto. Lo importante es ser fiel a tu estilo.

¿Qué hubieses hecho si no hubieses ganado el PRL?
No pienso en eso, y tampoco tenía un plan en ese momento.

EL TALLER DE CUENTOS DEL ABUELO

Su abuelo materno –Eugenio Muller– era arquitecto y fue, según confiesa, uno de los grandes motores que la acercó al arte y la creatividad. «Él era un genio con las manos. Hacía esculturas, marionetas. Tenía un taller y vivía 6 meses en Chile y 6 en Suiza, porque se tenía que escapar del frío de allá por problemas de salud. Me acuerdo que lo primero que hacía cuando iba a verlo era meterme en su taller. Te mueres como era. Estaba lleno de cosas, de figuras alemanas, de lápices, plumones, todo ordenado. Lleno de colores. Me acuerdo que tenía una lupa gigante, esculturas de la cabeza de su perro. Para mi cumpleaños siempre me mandaba un fax, que todavía guardo, y me escribía algo con un dibujo como caricatura. Era seco. Él fue una gran inspiración. Siempre fui de buscar y escarbar, y tengo la imagen de ir al taller de mi abuelo sólo a mirar lo que había. Y creo que mi amor por el diseño nació cuando encontré un baúl de mi mamá lleno de telas antiguas de mi bisabuela, que las traía desde Filipinas. Las tengo ahí guardadas porque me da pena usarlas».

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