Por Alexandra Gallegos A.
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El 2013 Woody Allen volvió más crítico que nunca con «Blue Jasmine» que ha sido–aunque parezca mentira– su película más taquillera en Estados Unidos, donde siempre se ha dicho –y él mismo se ha encargado de comentarlo– que nunca ha sido apreciado como se merece. La película se centra en la figura de una socialité que lo pierde todo cuando se descubre que su marido ha hecho su fortuna de manera fraudulenta. En corto, Allen nos habla de lo peor de la condición humana y realiza una crítica a esa «alta sociedad» compuesta por arribistas e hipócritas que han hecho su fortuna a costa de la desgracia de otros. Y se regocija con la desesperación de estos cuando conocen la gran diferencia entre tenerlo todo y no tener nada.
Se dice que Allen escribió «Blue Jasmine» pensando en Cate Blanchett, después de haberla visto en Broadway como Blanche DuBois en «Un tranvía llamado deseo», bajo la dirección de Liv Ullmann. Como bien dice el título, Jasmine es blue, triste, oscura, desesperada y depresiva, casi podrida por dentro, y con unos niveles de falsedad y esnobismo que a veces llevan a un extremo casi terrorífico la trama. Por ello es que cuesta imaginar a otra actriz interpretando a Jasmine. Blanchett tiene tanto «charme» natural que la podemos identificar con cualquier socialité neoyorquina que veranea en Los Hamptons, que se codea con los más poderosos, y cuya mayor aspiración en la vida es convertirse en la sombra de su marido. Una vida patética. Cate Blanchett tiene tanto talento que –pese a interpretar a este personaje en nada imitable ni inspirador, una mujer que sin duda está cumpliendo merecidamente su castigo aunque lleguemos a sentir lástima por ella– en ningún momento da la sensación de que el papel se le va de las manos.
A nivel mundial, la película encantó a unos y desagradó a otros. Para algunos se trata de la mejor creación de Allen desde «Match Point»; otro la calificaron incluso de «una pérdida de tiempo». Pero sí hay quórum en un aspecto. «Blue Jasmine» es totalmente de Cate Blanchett, ella «es» la película, y esto debiera traducirse en su primer Oscar como Mejor Actriz Protagónica, tal como fue reconocida en la última entrega de los Globos de Oro.
Glamour australiano
Cate Blanchett tiene el don natural de la elegancia, ese que se puede llegar a aprender pero que en ella resulta evidentemente innato. Sus llegadas a premiaciones y eventos, sus caminatas por la alfombra roja, son seguidas por miles de flashes. Los fotógrafos y las cámaras la adoran; los directores y diseñadores, también. Además quienes la conocen aseguran que inteligencia y sentido del humor tampoco le faltan, y por si fuera poco lleva más de 16 años de matrimonio, casi una «rareza» en el mundo del cine.
Si nos enfocamos en lo propiamente profesional, como actriz alguien la calificó como «acróbata de las emociones, capaz de saltar con un estilo impecable de la tragedia a la comedia». Y bueno, su extensa filmografía así lo acredita.
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Nació en mayo de 1969 en Australia, hija de padre norteamericano y madre australiana. Se graduó del National Institute of Dramatic Art de Australia en 1992, y prácticamente de inmediato comenzó a llamar la atención de la crítica especializada al participar en múltiples montajes de la Sydney Theatre Company. Entre 1993 y 1996 se dedicó al teatro y las series de televisión, debutando en el cine en 1997 en el filme «Camino al paraíso». Ese mismo año se casó con el dramaturgo Andrew Upton, con quien tiene tres hijos: Dashiell John, Roman Robert e Ignatius Martin. La agudeza de la que hablábamos queda demostrada en frases como ésta, cuando se le preguntó sobre el momento en que conoció a su marido: «¿No crees que en la mayoría de los casos, como las películas o el sexo, se trata de la oportunidad? Creo que con mi esposo ‘chocamos’ en lo que resultó ser el momento perfecto. Nos conocíamos de vista, socialmente, y lo que no conseguimos antes lo logramos en una noche de póker. No sé cómo pero terminamos besándonos y tres semanas más tarde me pidió que nos casáramos. Para algunos puede ser una falta de consecuencia, pero para mí es una saludable falta de consecuencia».
Ha pasado por múltiples directores. Además, ella misma dirige desde el 2008 las obras de la Sydney Theatre Company escritas por su esposo, el dramaturgo Andrew Upton. Pero al ser consultada sobre su experiencia de trabajar con Woody Allen en «Blue Jazmine», no se quedó corta de elogios. «Lo encontré próximo, generoso, y muy honesto. Puede ser brutal cuando la gente es honesta, pero me gusta mucho más eso, saber si algo no está funcionando, porque se puede hacer algo, intentarlo de nuevo, y no que te digan ‘no importa, vamos a arreglarlo en el postproducción’. No hay ningún mensaje añadido en una película de él. Además, uno nunca llega a conocer realmente a Woody Allen; él no es el tipo de persona al que puedes llamar a su puerta y decirle ‘tengo una idea realmente interesante’. Con él sólo tienes que tener la esperanza que haya escrito tu nombre en un pequeño trozo de papel en algún lugar, y que algún día va a llamar y te dirá ‘tengo un guión que quiero que leas'». Se casaron justo tres semanas antes que ella partiera a Inglaterra a filmar su primer papel importante en el cine, «Elizabeth» (1998), por el que ganó numerosos premios, incluyendo el Globo de Oro a Mejor Actriz Dramática. El 2001 fue particularmente intenso, con protagónicos en «Bandidos» y «Charlotte Gray», y su primera aparición como la reina elfa Galadriel en la saga «El señor de los anillos». El 2004 interpretó a la actriz Katharine Hepburn en la película de Martin Scorsese «Aviador», por el que recibió el Oscar a Mejor Actriz de Reparto. El 2007 regresó al papel que la convirtió en estrella en «Elizabeth: La edad de oro», por la que fue nuevamente nominada al Oscar. El 2008 ella y su esposo se convirtieron en directora artística y dramaturgo, respectivamente, de la Sydney Theatre Company, elección que además tuvo que ver con la decisión de pasar más tiempo con sus hijos y de vivir en Australia, específicamente en Hunters Hills, Sidney.
La belleza según Cate
«No se trata sólo de las mujeres del cine; jóvenes de 18 años se sienten presionadas a ponerse inyecciones en el rostro como ‘prevención’… Creo que el cuerpo de alguien refleja su vida; las líneas en el rostro son como las canciones de su experiencia. ¿Por qué erradicar eso? Es más, la muerte no será diferente o más fácil sólo porque lograste verte algunos años más joven con un rostro sin movilidad», declaró cuando fue consultada por la fiebre del Bótox entre muchas de sus colegas de Hollywood. «Por supuesto que me preocupa envejecer, todos somos temerosos de la muerte, no nos engañemos. Simplemente no estoy entrando en pánico porque mis líneas de expresión se hacen más profundas. ¿Quién quiere un rostro sin historia, sin el reflejo del sentido del humor?», agregó.
Lo cierto es que es una de las celebrities con mayor «aura» y destaca siempre, ya sea por su trasluciente piel o por su enigmático poder de atracción, capaz de despertar admiración tanto en hombres como mujeres (de hecho el 2011 encabezó un ránking de las mujeres australianas más admiradas e influyentes, por delante de Naomi Watts y Nicole Kidman).
Para Cate la belleza es «un concepto zen, una reducción de algo o alguien a su quintaesencia… Encuentro que las cosas que son bellas, como objetos, personas o ideas, no pueden vivir como otra cosa que lo que son, y la belleza reside en eso. Personalmente creo que soy más auténtica tal y como soy ahora que hace 10 años. Y creo que incluso estoy mejor físicamente ahora que antes», declaró a revista Vogue hace un tiempo.
Reconoce su devoción a los productos de belleza made in Australia SK-II, firma a la que ahora presta su imagen pero que conoció a través de una amiga maquilladora hace más de diez años; sus cortes de pelo siempre crean una estela de seguidoras fieles, y el año pasado fue elegida por Armanipara ser el rostro de su nueva fragancia, «Sí». «Ha sido un privilegio para mí ser elegida. El señor Armani es un maestro. Tiene una gracia especial, una pasión intensa. Siempre lo admiré. Es maravilloso y siempre está evolucionando. Me gustaría tener sólo una pizca de sus condiciones».