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En defensa del sexo reconciliatorio

Del pleito al sexo y algunos riesgos que vale la pena correr.

El combo sexo más reconciliación goza de popularidad y mala fama. Los psicólogos recomiendan no recurrir a él. Casi nadie les hace caso.

Es cierto que el sexo reconciliatorio puede convertirse en un mecanismo de maquillar verdades. Pero algunas de ellas piden a gritos una manita de gato. A veces la verdad se va de fiesta, se viste y se maquilla, aunque al día siguiente tenga que vérselas con la resaca.

Claro que se corre el riesgo de caer en una trampa montada por una misma: en la cama y en esas circunstancias, la conexión es ilusoria y puede que, después del orgasmo, el panorama recupere su aspecto de posguerra. “El problema sigue ahí, y no conviene esconderlo sino enfrentarlo”, argumentan los especialistas.

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Hay uno en particular, llamado Seth Meyers, que recomienda reflexionar, detenernos en mitad del pleito, preguntarnos si estamos teniendo sexo por los motivos correctos. ¿Cuáles son los motivos correctos para tener sexo?

El otro día, no me acuerdo en dónde, leí la afirmación “Los hombres prefieren resolver los problemas en la alcoba; las mujeres, hablando en el sillón.” Como si hombre y mujer fueran tipos invariables.

Digan lo que digan quienes dicen saber, después de la contienda todo es más intenso y más emocionante. La práctica del sexo reconciliatorio podría clasificarse como vampirismo emocional, esa tendencia a alimentarse de sensaciones más o menos dolorosas.

Si hay miedo o enojo o ganas de llorar, que el sexo lo convierta todo en una representación del entendimiento. Ya habrá tiempo para las palabras. El sexo sin conmoción ni sobresaltos es mal sexo. Y no me refiero a la ferocidad sino a la incitación que se traslada del cuerpo a la mente y de regreso. Tensión dramática a la medida de las carencias personales.

No se trata de no discutir nunca sino de discutir mejor, de que la controversia se vuelva sustanciosa y ofrezca un desenlace que por lo menos valga la pena recordar. Después de todo, esa actitud vampírica puede ser entendida como una variante de la entrega, como una elección del propio abismo. Y no es lo mismo un abismo que mi propio abismo.

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