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Cindy Crawford: la belleza que rompió todos los mitos

Estratégicamente situada en el Distrito del Lujo del Parque Arauco, la tienda de relojes Omega trae a su embajadora Cindy Crawford, ejemplo de que las mujeres no sólo podemos ser increíbles a los 47, sino que sobre todo podemos desarrollarnos perfectamente en todos los ámbitos.

 

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Por Pilar Huilcaleo M. Fotografías: gentileza Relojes Omega.

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Podríamos asegurar que cambió la forma de concebir la belleza americana y que reinó por más de una década sobre las pasarelas engalanando más de mil portadas de las más importantes del orbe. Podríamos además presentarla como la perfecta combinación de elegancia y sensualidad, y que a sus 47 años su belleza sigue intacta, tan perturbadora como cuando tenía 20. Aún así nos quedaríamos cortos para tratar de dimensionar el impacto de Cindy Crawford a lo largo de su carrera.

Y es que Cynthia Ann, oriunda de las profundidades de DeKalb, Illinois, y quien fue descubierta por un fotógrafo a los 16 años y lanzada a la fama gracias al concurso Elite Model, es mucho más que una ex veterana de las pasarelas. Hoy es una marca en sí misma, un ejemplo vivo de que la belleza, bien administrada y estratégicamente planeada, puede conquistar al mundo por siempre. Y más: es la viva imagen de que los paradigmas más clásicos que rodean al mundo de la moda y la belleza son muchas veces un mito.

DE SUFRIR BULLYING A VOLAR EN EL CONCORDE

Repasar la historia Cindy es comprender que siempre, tras un consolidado éxito, hay un largo camino de desafíos. Y esta, por cierto, no fue la excepción. La modelo a la que hubo que retirar de una publicidad en las carreteras de Noruega ­–porque se comprobó que su belleza distraía a los conductores e incidió en el aumento de accidentes– no tuvo un comienzo fácil. Su 1.76 m de estatura y sus 56 kg de peso no eran bien mirados por sus compañeras de colegio, quienes se burlaban de ella, e incluso, una vez que intentaba abrirse camino en el difícil espacio de la moda, le jugaban bromas muy dolorosas. Confesó a la revista Vogue que cuando comenzaba a hacer castings para tiendas de su ciudad de origen, «algunas chicas de la escuela se enteraron y me llamaron diciéndome que trabajaban para una tienda local de mi ciudad y que querían que fuese su modelo. Cuando me presenté en la entrevista, la mujer me dijo que no sabía nada al respecto. Me sentí muy humillada. Cuando salí de la tienda vi a cuatro chicas mayores señalándome y riéndose». Las niñas malas de su colegio no fueron las únicas en negar su potencial. El lunar que tiene sobre la comisura de los labios, y que es su marca personal, en sus primeros trabajos como modelo era maquillado, porque ser considerado un defecto.

Pero Cindy dejó que el destino hablara, confiada en que las cosas fluirían de mejor modo cada vez. Y es que esta supermodelo es conocida por su carácter tranquilo y afable, muy diferente a la explosiva Naomi Campbell o a la camaleónica Linda Evangelista. Ella era de las que llevaba un libro y se quedaba leyendo en una esquina, mientras el mundo bullía a su alrededor. Es más, muchas veces lamentó no ser «más salvaje», en concordancia con sus otras colegas, al punto que su inclinación intelectual la llevó a estudiar una temporada de ingeniería química en la Universidad, antes de decidirse a probar suerte en Nueva York.

El tiempo, sin embargo, le trajo recaudos impensados. Era el final de la década de los ’80 y principio de los ’90 cuando una camada de bellezas levantó la era de las supermodelos. Claudia Schiffer, Elle MacPherson, Linda Evangelista y Naomi Campbell junto a la chica del lunar sensual se tomaron las portadas. «La razón de la popularidad de las supermodelos de esa época se debió a que las actrices querían ser tomadas en serio, entonces se vestían muy sencillas, no querían ser fotografiadas ni aparecer en campañas de cosméticos. Las modelos ocupamos su lugar y dijimos: ‘¡Nosotras queremos ser glamorosas, queremos ser fotografiadas!’. Diseñadores como Versace quedaron encantados con la idea y, además, fue el inicio de la moda en televisión, que era algo que no existía hasta entonces. Por ahora es difícil que ese momento se repita, porque el mundo está obsesionado con las celebridades. Ha sido terrible para la nueva generación de modelos, porque en los últimos cinco años no han podido ocupar las portadas de las revistas», confesó a la revista Caras el 2009.

La década de los ’90, época dorada de las supermodelos, cambió la lógica de las pasarelas hasta ese instante. Atrás quedaron las niñas anodinas sin nombre, que sólo eran una percha humana para los diseños de alta costura. Este grupo de bellezas, siendo altísimas y delgadas, ostentaban curvas y se alejaban del canon clásico de belleza. Es más, la Crawford renovó el ideario de belleza americana: su reinado gritaba ¡las castañas también somos hermosas! Su generación le imprimió personalidad a cada exposición, a veces incluso convirtió a las pasarelas en una guerra de egos y en el hervidero de las noticias del corazón. La moda y la prensa rosa iban de la mano, los diseñadores pagaban una fortuna por tenerlas en sus pasarelas, Versace las hacía viajar en el Concorde y siempre tenían su nombre en primera clase.

Pero como todo imperio, el de las supermodelos decayó. El exceso y la actitud de diva de algunas mino el reinado. «Los diseñadores no quieren volver a pagar los precios que nos pagaban ni dar tanto poder a sus modelos (…). Finalmente, pensaron que no malcriarían a las nuevas modelos como lo habían hecho con nosotras», explica la mismísima Crawford al analizar la situación actual del modelaje.

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