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Mi primera vez en un motel

Nunca había ido a un motel, por varias razones. Primero, nunca tuve la necesidad, pues siempre gocé de privacidad para las prácticas amatorias y no tenía que buscar lugares de escape. Segundo, no me inspiraba confianza. Pensar en estar en una cama con sábanas en donde muchas parejas han hecho lo mismo que yo me dispondría a hacer me resultaba repugnante. Perdónenme, pero el detergente llega hasta cierto límite. Yo creo que las fibras se van quedando con restos y huellas que se acumulan. Pero mis razones parecían no convencer a nadie. Siempre he recibido tonos de asombro cuando decía “yo nunca he ido a un motel”. “¿En serio?” Y tenía que justificarme, porque al parecer, uno puede tener ya su experiencia en el cuento, pero si no has ido a un motel, entonces eres solo una principiante.

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Así que este fin de semana, en que con mi novio estábamos de aniversario, pensé primero en invitarlo a comer, pero después de darle algunas vueltas, me lancé a la vida y lo decidí: iríamos a un motel, pero a uno que yo elegiría, a uno pituco, que inspirara confianza y que fuera entretenido (uno nunca sabe cuando necesitará de “ayudas”).

No revelaré el nombre para que no parezca publicidad pero puedo decir que era temático. Yo quería una pieza específica pero la verdad es que perdía toda atracción cuando el precio para reservarla duplicaba el precio del arriendo. Decidí ir sin reserva a lo que me tocara, total, todas las piezas son choras y habiendo tantas opciones en el mercado, no creía que estaría lleno.

Me equivoqué. Llegamos al local por la puerta trasera (que en realidad era la puerta principal) y había una serie de espacios para autos pero tapados con cortinas. “Que enigmático” pensé. ¿Cuántas parejas necesitan realmente pasar piola en estos lugares? Yo iba con mi novio, pero varios deben ir con su amante, o con profesionales “de la noshe”. Figuras importantes que tienen sus llegadas estrechas y que si llegasen a ser descubiertos, se les arruina la vida. Fue entretenido pensar en quiénes estaban en los otros autos, bloqueados por una mampara de coirón.

Esperamos un buen rato. Un buen buen rato. “¿No reservaste?” me preguntaron, “no poh” contesté. “Ahhh… con razón”. Al parecer me había condoreado, pero el doble del precio no lo pago por muchas ganas que tenga. Al cabo de una hora nos hicieron pasar, dejando las llaves en el auto. Recorrimos laberintos hasta llegar a nuestra pieza. La verdad es que parece que iba con las expectativas un poco altas porque era pequeña. Era linda, pero la foto daba para mucho. Una cama, un jacuzzi, ducha, baño, terraza, todo en 20 a 25 m2. Bueno, la verdad es que no se necesita más. Una cama limpia era todo lo que pedía.

Prendimos el jacuzzi y abrimos la botella de champaña. Un clásico. Excepto porque el jacuzzi amenazante casi nos quemó nuestras zonas más delicadas, y lo llenamos tanto que al prender los hidromasajes, mojé entero a mi novio y lo dejé estilando. Matapasiones total. En fin, al cabo de un rato el jacuzzi estaba listo, copas servidas y podíamos empezar de cero. Nunca logramos acomodarnos bien, y después de un rato, el calor nos terminó aturdiendo.

Nos dirigimos a la cama, muy tradicionalmente y comenzó la verdadera acción. “Para qué describir lo que hicimos en la alfombra, si basta con resumir que le besé hasta la sombra, y un poco más…” Igual uno se pone más hot y se desinhibe, puedes gritar y nadie escucha. Es más, si no gritas es porque no estás. Tienes espejos y puedes practicar vouyerismo contigo misma, ser la porno star de tu película.

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Una vez finalizados y más que satisfechos, prendimos la tele, vimos playboy channel y la versión xxx de “Girls of the playboy mansion” que debería llamarse “Girl on girl mansion”. Así como el calor del jacuzzi, ver pechugas bamboleando y saltando por tanto rato y en tal cantidad, aturde también. Mi pololo estaba turnio.

Cuando ya nos teníamos que ir (antes de la 1 am) llamamos para que nos vinieran a buscar (todo con instrucciones, a prueba de tontos) y volvimos al laberinto. Me fijé que había algunas piezas recién entregadas, donde una auxiliar sacaba las sábanas. Y mientras la niña abría puertas, decía fuerte: “Pasando”. Increíble como respetan la privacidad. ¿Cuántas historias sabrán, cuántos secretos guardan? Me imaginé políticos, gente “bien”, tipos con traumas. Muchos maridos que a su mujer no la tocan ni con el pétalo de una rosa, pero que se van con la mistress y ahogan sus deseos más sórdidos.

Nos preguntaron si estábamos en autos separados. Que rico decir que no.

El auto nos esperaba en otra salida. Mi novio salía con una sonrisa de oreja a oreja, con cara de satisfacción no solo por la experiencia, sino por tener el honor de haber sido mi primera experiencia. “Ya no soy virgen” pensé. Le entregué mi flor a un motel.

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