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Bitácora de una estadía lejos de casa (Parte 1)

Fran Fariña nos cuenta su aventura por México en busca del amor.

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Dos meses estuve lejos de mi ciudad natal, Santiago. Gracias a un regalo de navidad de mi papá, pude viajar a ver a mi, en ese entonces, pololo y vivir una de las vacaciones más maravillosas de mi vida. Si bien la realidad ha cambiado un poco- a buen entendedor pocas palabras- hoy los recuerdos son increíbles, pese a lo difícil que se hace convivir y a la distancia que estaba de mi cama.

Lunes 28 de enero de 2008.
Estoy en el aeropuerto muerta de calor esperando a que la fila avance. Mientras, mi papá y mi mejor amiga esperan a que haga el check in para luego acompañarme a Policía Internacional y emprender un viaje de dos meses a Ciudad de México. Ustedes se preguntarán por qué me voy de una ciudad llena de estrés a una que es conocida por tener aún más fama de caótica y peligrosa. La respuesta es muy simple: enamoramiento.

Llegó mi turno, me acerco al mesón, paso mis documentos y el azafato me sale con la gracia de que mi vuelo está cancelado. Linda la cosa, pero antes de que me ponga a alegar, porque yo soy seca para ello, me advierte que está todo en orden y que me iré en otro vuelo directo sin escalas, mucho mejor que lo que había comprado. En verdad decir que lo había comprado yo es un poco fresco de mi parte. El pasaje y estadía en la ciudad azteca fue un regalo de mi papi para la navidad 2007. Razón por la cual entiendo, pero no justifico, la cara de idiotita de mi lindo padre en el aeropuerto. Así es, mi papá me regala el pasaje, me hace muy feliz, pero las ganas de agarrarme y meterme al auto de vuelta no se las sacaba nadie. Pero no lo hizo y estoy muy agradecida por haberse contenido. Lo que sí mi mejor amiga, según lo que ella me contó después, se ganó el gran sermón de vuelta a casa, ya que mi papá le dijo “claro, yo el tonto le mando el filete listo al gato que se debe estar afilando los bigotes por allá”. Todo lo que es estar indignado.

Todo okey. Pasé por los trámites de Policía Internacional y ya estoy parada justo afuera de la puerta 27 esperando para entrar al avión que me llevará a ver a mi pololo que no veo desde hace tres meses. La gente avanza, entramos al avión, encuentro mi puesto y me siento. Pasan diez minutos y despegamos. Al rato ya me puse inquieta. Me paro, me siento, camino al baño, me devuelvo. Pido un vaso de jugo, pido otro. Prendo la pantallita que tiene el avión, juego “Quién quiere ser millonario”, soy pésima. Apago la pequeña tele. La prendo, escucho música, me aburro. La vuelvo a prender, escojo una película, no me gustó. Me bajó el jugo, quiero ir al baño, me paro y vuelvo a mi puesto. Llevo recién tres horas de vuelo.

Ya sobrevuelo Ciudad de México. Es enorme y sólo pienso en que quiero bajarme. Es de noche, pues me subí al avión pasada la una de la tarde. Veo locales de Macdonal’s, millones de luces que se mueven y una ciudad que nunca termina para ningún lado. Suena un pitito que me advierte que debo ponerme el cinturón de seguridad, pues estoy próxima a aterrizar y comenzar uno de los mejores veranos de mi vida.

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El avión se detiene y hay una par de personas que aplauden, chilenos por supuesto, ya que sienten que el piloto lo hizo increíble. En realidad a mí eso no me interesa, sólo pienso en salir de aquí, agarrar mis maletas y verlo. Antes que todo, saco mi cosmetiquero de la cartera, me arreglo el caracho después de ocho horas de vuelo, agarro todas mis cosas y me apuro en ponerme a la fila para bajar de ese maldito lugar.

Pongo un pie en Ciudad de México, una de las más habitadas del mundo y conocida por ser una zona peligrosa, donde hay secuestros a la orden del día y donde la seguridad deja mucho que desear. Estoy desesperada y aceleradísima. Mi maleta se demora demasiado, pero apenas la veo, la tomo y corro a ponerme a la fila de Policía Internacional. Después, me preparo para pasar por la Aduana. Hay una puerta que da a la salida, lo veo por primera vez después de tres meses. Ahora sí que estoy apurada y más encima tengo que apretar un botón que si me sale verde paso, pero si es rojo, me tienen que abrir la maleta y verificar que no llevo nada extraño. Cierro los ojos y ruego porque me salga verde. Y así fue.

Creo que antes de abrazarlo ya estoy llorando, no es muy difícil que eso me pase, mi hermano mayor me dice que lo hago por todo, pero en este momento la emoción es mucha, ni siquiera me doy cuenta que se me cae la cartera, la maleta y hasta el pasaporte. Le doy el beso más largo que he dado en la vida, él también llora.

Vino a buscarme con un amigo que conoció allá por cosas de trabajo. Nos subimos a su auto y pasamos a una taquería. Por supuesto no eran como los que yo me preparo en Chile. Tienen cebolla, cilantro, ají, carne o pollo y listo. Cuando viene el mozo le pregunto ¿Y no tienen palta? a lo que me responde con la palabra que escucho durante toda mi estadía en México: “¿Mande?”. Aquí se dice aguacate, me advierte mi pololo. “¿Tiene aguacate?”, pregunto. No señorita, aquí lo servimos así. Al final, me comí solo la masa con pollo y una salsa que le pedí, pero una salsa que no es para tacos, es para ensaladas. Sí, soy complicada. ¿Y qué?

Mi pololo es Ingeniero en Sonido y músico, por eso viajó a México, pues tuvo las ganas de ir a probar suerte a esta inmensa ciudad. No tiene fecha de vuelta, supongo que se quedará ahí hasta que cumpla lo que espera o quiera sentar su negocio en Chile, ojalá no pase mucho tiempo antes de eso. No es simple estar de polola a distancia. Si ya somos hinchas cuando lo tenemos cerca, cuando tenemos a nuestro hombre lejos, somos peores. Sobretodo yo, que soy ultra de piel.

Llegamos a su departamento en Polanco. Según me cuenta, es una de las mejores zonas de la ciudad. Me muestra el pequeño refrigerador que hay en la cocina y veo que me ha comprado todo lo que me gusta, light por supuesto. Estamos cansados. Yo por mi parte he viajado todo el día y él, entre el trabajo y la espera, también lo está, por lo que sólo pensaba en acostarse. Obvio que tenemos el regaloneo más tierno de la historia antes de quedarnos dormidos. En ese momento pienso que el reencuentro es lo mejor de haberlo tenido lejos.

Continuará…

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