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El mal llamado juego previo

Antes del clímax.

Entre los jóvenes chilenos es muy frecuente que antes de ir a una fiesta o un “carrete” se junten en alguna casa, bar o restaurante, a tomarse “algo”, conversar y compartir. Este momento es conocido por muchos como “la previa”. En “la previa” siempre se está pendiente de lo que viene después, que al parecer es lo más importante. Aunque la conversación y este momento de compartir más íntimamente con los amigos sea muy bueno, no se logra disfrutar lo suficiente, porque no se está ahí completamente. No se logra vivir ese momento presente, ese aquí y ahora, porque la cabeza y las energías están puestas en el carrete que viene después.

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Cada cierto tiempo se interrumpe la conversación para mirar la hora y unos apuran a otros porque hay que irse luego. La previa es vivida como una especie de trámite. Esta etapa previa no es el carrete en sí, es sólo la parte anterior de la cual se podría prescindir. Hay muchas veces en que por falta de tiempo o simplemente de ganas, se llega directamente al “carrete”. Algo similar ocurre en el sexo, y podríamos caer en la pregunta de qué es primero; el huevo o la gallina o en este caso nombrar al momento de estimulación previo a la penetración como juego previo; como algo que puede estar presente o no en un encuentro sexual, pero que no es el encuentro en sí.

Todo esto teniendo como supuesto que el lenguaje genera realidad, como lo plantea Echeverría entre otros, en la ontología del lenguaje. Si lo nombramos y de este modo lo pensamos como juego previo, podemos prescindir de él. Al ser tan profundamente coitocéntricos, la estimulación anterior a la penetración es considerada como algo que puede estar o no. Muchas veces la pensamos como un lujo, que puede estar presente algunas veces, pero no la pensamos, nombramos ni vivimos como algo esencial. Dentro de este coitocentrismo, los que llevamos la delantera somos los hombres. Somos sustantivamente más básicos, simples, rápidos y genitales que las mujeres.

Estadísticamente, los hombres necesitan entre 2 y 3 minutos de estimulación en promedio para llegar al orgasmo. Las mujeres, por su parte, necesitan de 20 a 30 minutos. Aunque otros estudios revelan que lo logran en 2,8 minutos a través de la autoestimulación o masturbación.

El placer es un proceso y en general los tiempos, ritmos, necesidades y sensibilidades de las mujeres son distintas a las de los hombres, que logran conectarse y disfrutar de ese proceso sin estar tan monotemática y repetitivamente centradas en el coito y el orgasmo, como lo hace su contraparte. Es más, la mujer necesita de ese proceso. No por nada el hombre, cuando es niño, juega con herramientas. Esto nos lleva a buscar resultados en nuestras mentes concretas y prácticas, dejando de lado el proceso y entrándonos en la gran meta:

“el viejo mete y saca”, como diría Alex en “La naranja mecánica”, pero sobre todo en el orgasmo. Éste ha pasado a ser una obligación más para la mujer. Esta es la forma en que concretamente le demuestra a su hombre que ha disfrutado del coito y que él es su maestro y muchas mujeres no ponen lo suficiente de su parte tampoco, primero porque no tienen idea de qué les gusta y de cómo necesitan ser estimuladas y simplemente yacen ahí, esperando que el macho, que nace sabiendo, adivine y sepa exactamente qué hacer, dándole toda la responsabilidad de su propio orgasmo a su pareja. En este momento quiero hacer cita de la llamada de atención que hace Fanny Muldman junto a Ximena Torres Cautivo, en el libro “Manual de educación sexual para embarazadores”:

“¡Atención, señores! Un hombre que ha logrado mantener una erección y penetrar a una mujer durante varios minutos sin que ella alcance el clímax, debe sentirse liberado de culpa. No es usted el inoperante; es ella la que tiene el problema, aunque el sentimiento de frustración suyo sea igual o peor que el de la mujer”.

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