Para USA era una mamá joven. Para Chile, vieja.
PUBLICIDAD
Tuve mi primer hijo a los 35 años. En ese entonces chequeaba mis ecografías en un hospital de la Universidad de Columbia en Manhattan. A la semana 16 de embarazo, me ofrecieron hacer la prueba del líquido amniótico, también conocida como “amniocentesis”. Este examen consiste en sacar una muestra de líquido amniótico de tu guata y analizar su información cromosómica. Si lo normal es que un embrión tenga 46 cromosomas en total, una mitad obtenida por el padre y otra de la madre, los bebés con síndrome de down tienen 47. Hasta ahora es la única prueba que descarta con certeza este trastorno.
Tanto en Usa como en Europa, el test es recomendado para las mujeres mayores de 35 y es parte de las políticas públicas. Si bien no es obligatorio, es muy común hacérselo. En el viejo y nuevo continente, como todos sabemos, existe el aborto. Los casos de síndrome de down, al igual que graves malformaciones como espina o hidrocefalia, califican como aborto terapéutico. ¿Qué significa esto en la práctica? Que la mujer que elige abortar lo puede hacer en un hospital público, sin costos, y no en una clínica privada donde se interrumpen embarazos “normales” ya avanzados.