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Emily Dickinson: La misteriosa poetiza que se escondió del mundo

Una de las mejores poetisas de la literatura del siglo XIX que jugó con la dualidad del amor y la soledad.

Por Karen Hernández

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Originaria de Amherst, Massachusetts, Emily Dickinson era una mujer atípica que optó por estudiar y cultivarse en vez de cumplir con los estándares de género de aquel entonces. Su familia era sumamenete puritana y religiosa por lo que su espíritu libre no encajó con su filosofía de vida.

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Dickinson destacó por su inteligencia, sabía de astronomía, biología y botánica pero lo que más la hizo destacar fue su  sensibilidad poética y su capacidad por lograr una romántica dualidad entre la luz y la oscuridad, la vida y la muerte. Sus autores favoritos eran William Shakespeare, el poeta John Keats y las hermanas Brönte.

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A los 30 años Emily se alejó de todo aquello que la mantuvo presa, aunque irónicamente, tomó la decisión de aislarse del exterior en una casa donde sólo se dedicó a escribir. Mucho se dijo sobre su situación sentimental, la cual la llevó a escribir los poemas tan de misterioso significado que escribía. Estos, bien pudieron haber sido por su amor no correspondido con el redactor del periódico Republicano Springfield, Samuel Bowles, o el escritor Thomas Higginson, quien a pesar de reconocer su talento, le aconsejó que no debía publicar sus obras ya que iban en contra de los ideales de la época.

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Aunque en vida sólo publicó siete poemas, tras su muerte se encontraron 2.000 más que desmuestran el talento y la forma impecable de romper esquemas, posicionándola como una de las mujeres más importantes de la literatura. «Porque no pude detenerme ante la muerte» es sin duda su poema más famoso, una meditación sobre la esperanza y la inmortalidad.

Porque no pude detenerme ante la muerte

Porque no pude detenerme ante la muerte,
amablemente ella se detuvo ante mí;
el carruaje solo nos encerraba a nosotros
y a la inmortalidad.

Condujimos lentamente, ella no sabe de apuros;
y por su cortesía debí abandonar mis labores e incluso mis ratos de ocio.

Pasamos por la escuela donde jugaban los niños
Sus lecciones apenas concluidas;
pasamos frente a los campos de pastoreo
y ante el sol que se ponía,

Nos detuvimos ante una casa que parecía
una hinchazón de la tierra;
su techo, solo visible,
su cornisa, apenas un montículo.

Desde entonces han pasado siglos;
pero cada uno parece más corto
que el día en que anuncié por vez primera
que las cabezas de los caballos
apuntaban hacia la eternidad.

 

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