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Dos mujeres, una familia: “Un núcleo de amor no tiene que ver con el sexo de sus componentes”

Conoce la historia de Carla Molina y Cristine Edmond, dos mujeres lesbianas que luchan por su amor, su hijita Chloé y la no discriminación hacia las familias homoparentales.

 

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Por Pilar Huilcaleo Mateluna. Fotografías: Marco Leal.

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En un bello parque en Montreal, Carla Molina y Cristine Emond columpian a su hijita, Chloé. Se abrazan y se besan. De pronto, viene una niñita y le pregunta a Cristine: «¿Tú eres la mamá de ella?». Le responde que sí. La pequeña se queda mirando a Carla y le dice: «¿Y tú también eres su mamá?». Y Carla responde: «Sí, yo también». La niña piensa un momento, mira a la pareja y comenta: «Ella tiene dos mamás. ¡Qué suerte!, yo sólo tengo una».

Hoy, Carla Molina (chilena, pintora, 41 años) y Cristine Emond, su esposa (canadiense, artista visual, 31 años), pasean a la pequeña Chloé por la Plaza Brasil en Santiago de Chile. Se sacan fotos y se admiran de los avances de nuestro país en temas de respeto por la diversidad. Carla es la más sorprendida, porque hacía seis años que no pisaba el país y dice: «Esto ha sido un gran cambio».

«La familia es un núcleo de amor para hacer crecer a un ser humano y no tiene que ver con el sexo de sus componentes. Acá, al parecer, se ha entendido que una familia no es necesariamente un papá y una mamá. Puede ser que uno se críe con abuelos, o sólo con el papá o sólo con la mamá. Por ejemplo, Cristine y yo nos criamos con nuestros padrastros, que fueron como padres, y hay gente que ha sido criada por sus tías. Padres son los que crían. Muchas veces puede que haya papá y mamá, pero no hay familia, porque ellos viven trabajando, y tal vez te dan todo tipo de comodidades, pero no te dan amor ni atención ni cuidado, y al final te crías en la calle o con la nana», reflexiona Carla.

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Para Carla Molina Holmes, la vida se volvió cuesta arriba en Chile. Su look intenso de cabelleras rojas, pintas alejadas del vestir más clásico y, sobre todo, su militancia lésbica le costó cara. Le costó el autoexilio.

Todo comenzó por su restaurante, siguió con amenazas y terminó en un intento de suicidio.

Tenía un restaurante que parecía un museo, se llamaba Frida Khalo. Obviamente, era friendly gay y cada noche un grupo importante de personas de todos los pelajes y estilos se juntaban a probar lo sabroso de la comida mexicana. Según cuenta Carla, tenía varios tenedores en un reconocido suplemento local. El éxito de su local sería redondo cuando lograra el permiso de alcoholes, el que nunca llegó. Fueron dos años de lucha constante; «por ser mujer y ser lesbiana», acusa, nunca le concedieron permiso alguno.

La pintora chilena fue una activa militante de la causa lésbica: hacía talleres en el Mums y asistía a grupos. En una marcha contra el maltrato a la mujer, ella portaba un cartel que decía: «Soy artista y lesbiana». Entre el gentío, se encontró con unos chicos skinhead con quienes comenzó a conversar. Ellos le confesaron: «Nosotros tenemos mucha bronca contra los hombres que golpean a las mujeres, queremos matarlos. Y a los gay también». Carla asombrada les mostró su cartel y les preguntó: «Bueno, entonces, ¿a mí que me harían?». Y ellos me respondieron: «Aquí, nada, pero si te pillamos en la calle te matamos».

Fue la gota que rebalsó el vaso. El Frida sin permiso, amenazada de muerte y con muchos problemas más encima, Carla intentó suicidarse a causa de la depresión. Sin embargo, tuvo la suerte de pedir ayuda. «Yo había participado en el Encuentro Internacional de Mujeres de América y el Caribe. Metí el caso en las redes de mis amigas lesbianas y tuve mucho apoyo. Ahí decidí irme. Desde todos lados me apoyaron mucho; de hecho, en el Mums me dieron cartas para avalar mi situación». Fue así como primero fue a Argentina, luego a México y, finalmente, pidió asilo por opción sexual en Canadá.

Hace seis años que no venía a Chile, porque no podía salir de Canadá. «Al pedir el asilo, el trámite es largo. Yo llegué con una ola de gente y se demoraron tres años en abrir el caso. Pero del 100% de casos de asilo por opción sexual, con suerte el 7% fue aceptado; yo soy una de ellas. Mi caso lo vio un juez y sólo por el acoso que sufrí con mi restaurante, el juez sintió que era suficiente. Ni siquiera tuve que hablar de la amenaza de los skinheads», explica la pintora.

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Era verano y todo el mundo disfrutaba de las terrazas en Montreal. Carla llevaba viviendo algunos meses allí y no había hecho migas con nadie: no hablaba ni inglés ni francés. Así, la cosa era compleja. De pronto, vio un grupo de chicas que llevaban unas poleras que decían: «Coral las Nanas». Fijó su vista en ellas y, de pronto, se unió al grupo una rubia con pinta de niñito: era Cristine. Por esa razón, Carla decidió entrar al grupo. Para audicionar cantó Bésame Mucho y con un aplauso entró sin mucho talento al grupo. «La verdad es que se trata de una instancia social para conocer chicas, en vez de ir al bar», reconoce Cristine.

Ires y venires marcaron esos tiempos. Ambas seducidas por el arte en común, por un mundo completo que las dos admiraban, la amistad era la base de su romance. Cristine dice que le daba miedo el exceso de pasión de Carla, su ímpetu, pero llegó el momento en que hubo que definirse. Carla es la primera pareja oficial de Cristine y con la que tuvo que superar miedos. «Yo soy tranquila y ella, tan intensa», explica con su español con acento francés.

Se fueron a vivir juntas por un problema doméstico. Carla compartía departamento y la convivencia con su roomate era un infierno. Fue tanto, que decidió irse de allí y buscó un departamento a una cuadra del de Cristine; pero cuando se estaba mudando, Cristine le propuso irse juntas, mejor.

Llegado ese punto, Cristine quiso compartir con Carla uno de sus más grandes proyectos. «Me contó que desde siempre ella había querido tener un hijo, no le importaba si era con un hombre, una mujer o sola», recuerda Carla. De hecho, Cristine ya había comenzado el proceso para convertirse en madre y se había inscrito para ello.

Carla revela: «Yo nunca pensé que iba a tener hijos, porque acá, como lesbiana, nunca uno se imagina eso. Cuando Cristine me preguntó: ‘¿Quieres tener un hijo conmigo?’, yo lloré, emocionada. ¡Claro que lo deseaba!».

Se casaron: Carla de vestido y Cristine de pantalón. Las familias viajaron de todos lados y la mamá de Carla hizo la torta clásica de mazapán de su familia. Como la tradición manda.

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