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Rodolfo Carter, alcalde de La Florida: “La política es CON llorar”

En su casa tiene un lindo televisor de muchas pulgadas , que apenas enciende. Llega tarde, agotado, derecho a la cama. Menos mal que alguien lo espera: su fiel perro Harry, un Border Collie. Pero no se queja. Siente que toda su vida se preparó para esto: cuidar de la gente. Un “UDI morenito” como bromea irónicamente, es la máxima autoridad de una de las comunas más emblemáticas de Chile, y se involucra con pasión. Tanta, que a veces duele.

 

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Por Angélica Salas. Fotografías: Marco Leal .

Esta semana cumple 42. Le encanta celebrar, porque es de las pocas veces en el año que tiene para compartir con sus seres queridos. Casi no tiene tiempo: el lunes pasado estaba literalmente con el agua hasta el cuello, dado el temporal que azotó con especial dureza su comuna. Y él estuvo ahí, con la que llama «su familia», cuidándola, como siente que le ha sido mandado.

«Muchos piensan que La Florida está en manos de este gallo raro, morenito, que proviene de una población y está en la UDI, pero que tiene un discurso que no es propiamente el clásico de derecha», comenta.

Nació en Valparaíso, y llegó a Santiago, a vivir a La Florida, a los 3 años. Por mucho tiempo no entendió el fuerte vínculo que unía a sus padres con el puerto. La encontraba una ciudad vieja, un poco sucia, «con olor a gato», con gente escuchando tango… «Y las vueltas de la vida… Mi padre murió, y empecé a añorar Valparaíso, a volver cada vez más; le encontré el encanto y hasta aprendí a cantar tango. En Buenos Aires pude ir a una tanguería de verdad y terminé en el escenario. Cada vez que hay alguna actividad del adulto mayor, les canto».

Le gustan también Pearl Jam, U2 y Los Beatles, pero es más romántico el tango, del que le agrada esa mezcla entre música y poesía. Además del fuerte vínculo que esta música tiene con sus abuelos y con el padre que ya no está. Carter es irlandés, y los orígenes de su linaje en Chile datan de hace casi 150 años, cuando arribaron para cultivar el trigo de la Octava Región. «Te podría contar una historia glamorosa, como que descendemos de alguna nobleza o algo así, pero no: muchos huyeron y llegaron a Estados Unidos, eran analfabetos y muy pobres, y algunos vinieron a América del Sur para tratar de rearmar sus vidas. Mi tatarabuelo fue el primero. A mi bisabuelo lo echaron de la familia por casarse con una chilena, y de ahí vengo yo».

Hace poco le dijeron que se lo nota lo irlandés en que «donde hay una mocha estai’ metío». Algo de eso hay. Se apasiona con la injusticia. «El abuso de poder para mí es irritante. También me tocó vivirlo. Eso de que aquel que tiene más oportunidades en la vida se ‘sienta’ sobre quien tiene menos, me provoca una reacción muy visceral».
Afortunadamente, sólo una vez llegó a los empujones. Un compañero de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica se refería a chiquillas de determinadas comunas como las «chulas» a las que podía ir «a comerse» sin reparos. Carter lo enfrentó: no tolera la falta de respeto a las mujeres.

Y pensar que se pudo haber quedado en Washington. Se ganó el año 2001 una beca y estuvo 6 meses allá. «Me fui con un inglés muy rudimentario… ¡Hice el ridículo en incontables ocasiones! Fueron unos meses vertiginosos, porque me tocó trabajar en el cambio de mando de George Bush. Siempre tendré en el debe qué hubiera pasado si me hubiese quedado allá… Me gustó eso que tienen los americanos del sentido de la libertad, uno es dueño de su propia vida: llegas tan lejos como tantas veces te sacaste la cresta para conseguirlo».

NI DE AQUÍ, NI DE ALLÁ

Carter tiene algún grado de conflicto con la clase política, tanto de su sector como de la oposición. De su lado siempre ha sido considerado un afuerino: porque para ser alcalde de La Florida, había que ser «hijo de», tener mucha plata o salir en la tele; esos eran los criterios con los que la derecha siempre había elegido a los candidatos, estima él.

«Era impensable que un concejal como yo, a pesar de haber obtenido la primera mayoría, fuera candidato. Si Jorge Gajardo no hubiera renunciado a la Alcaldía, jamás me habrían postulado. Muchos en la UDI y RN dijeron ‘déjenlo jugar no más, si total no va a poder’. Buscaron nombres de reemplazo y trataron de sacarme. Pero llegué a ser alcalde. Hoy «descubrieron» que soy un gran tipo. Pero a mí no se me ha olvidado. No por rencor, sino simplemente porque tengo claro de dónde vengo, y que por mucho que me soben el lomo, sigo siendo el mismo hijo de una familia de esfuerzo».

Respecto a sus adversarios, cree que la izquierda tiende a caricaturizar cuando no le gusta alguien. «Tratan de presentarme como ‘el Labbé’ de La Florida. Esto de que me caricaturicen no es que no me importe; duele. Ojalá no existiera, no disfruto con este tipo de cosas. Sé que hay un cálculo político para hacer algo así, para tratar de ganarte. Pero tengo claro que la gente lo que quiere es al gallo que estuvo siempre: con las cámaras, y sin las cámaras. En las noticias buenas, pero especialmente en las noticias malas. Y cuando la gente humilde me ofrece comida, que pase a sus casas, o cuando ya se han ido las cámaras me aplaude al salir, yo digo ‘ya, echémonos la cruz al hombro, vale la pena’. Allamand dijo hace unos años atrás una frase que es fatal y que todos repiten como loro: ‘La política es sin llorar’. Y no. Yo creo que es con llorar, con caerse, con pedir perdón. No le tengo miedo a ser persona, en todos los ámbitos».

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