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Paulina García: “El teatro acá tiene como condición vivir agonizando”

Esta semana “Gloria”, el filme que le dio el Oso de Plata en el festival de cine de Berlín, debuta en las salas de cine nacionales. Apasionada, aguda y reflexiva, puede ser seria y la reina de la fiesta a la vez. La actriz y directora teatral revela su lado más íntimo mediante un test hecho a su medida, y repasa el difícil momento que vive la escena local tras el inminente cierre del Teatro La Memoria y el incierto futuro del Teatro del Puente. ¿Uno de sus sueños? Ir a China e India.

 

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Por Jessica Celis A. Fotografía: Gonzalo Muñoz.

Acaba de terminar la temporada de «Cerca de Moscú», su último montaje teatral como directora y que tuvo la gracia de ser gratuito y presentado en lugares patrimoniales del país. Este jueves espera el estreno de «Gloria» en Chile, el filme de Sebastián Lelio que le valió el Oso de Plata en Berlín, mientras prepara un montaje con Marco Antonio de la Parra y la nueva temporada de «Los Archivos del Cardenal».

Sin duda, Paulina García (52) o «Paly» –seudónimo familiar con el que la reconocen sus cercanos– vive un momento pleno, un muy buen reflejo de sus casi 30 años como actriz y directora teatral. «El premio me encuentra en un momento en que soy grande, en que he hecho una trayectoria sólida más por consecuencia que por éxitos, y siento que estoy alineada entre lo que quiero y hago, y más o menos lo que gano. No me puedo quejar, no gano toda la plata que necesito para pagar las deudas, pero uno nunca logra eso, siempre quiere más (risas). En este momento también me siento más asumida con las contradicciones e incoherencias de mi vida», reflexiona.

La actriz –que debutó en 1984 en la teleserie «Los Títeres»– vive días ajetreados y mediáticos, muy lejanos a ese debut televisivo, y que hoy aclara por qué no continuó. «El no estar en teleseries no fue una decisión que tomé, sino que sucedió. No fue algo que decidí porque había un puño que levantar, sino porque la vida y mis intereses fueron enfocándose hacia horizontes distintos. Yo me perfilé en lo que he hecho (actuación, dirección teatral, docencia y dramaturgia) entre los 80 y 90. En esos años, lo que había en televisión para los actores eran las teleseries, era como lo mejor que te podía pasar para sobrevivir y pagar tu arriendo; a mí no se me dio y lo logré de otra manera. Con mi marido hicimos una especie de holding comercial (risas), resolvimos las cosas como pudimos, y dentro de eso la docencia fue muy importante para solucionar esa parte».

Y casi del mismo modo llega «Gloria», algo que, una vez más en su vida, sólo sucedió. «Me hicieron una película como un guante. No leí nada. Un día me llamaron y me dijeron que querían trabajar conmigo», cuenta.

¿Y si hubieras dicho que no?

No podría haber pasado eso porque, ¿cómo me voy a negar a alguien que me dice que quiere hacer una película conmigo? Después de eso pasaron dos años hasta que comenzamos concretamente. El trabajo con Sebastián Lelio es como el de una atleta ciega que corre amarrada a un lazarillo, entregada. Esa es mi sensación. Corrí rápido como esa atleta, pero con un guía claro y decidido.

El premio en Berlín es bien impactante. Con él en la mano, ¿cómo te enfrentas a tu trayectoria?

Siento que he tenido una trayectoria plena, he hecho lo que quería hacer, y cuando las cosas han caminado por lados más oscuros no lo clasifico como malo, porque no tiendo a clasificar las cosas en buenas o malas, sino como que fluyen o no. Y ese es un principio básico para mí.

Aunque ahora alcanzas una gran visibilidad por este reconocimiento cinematográfico, el teatro ha sido tu gran casa durante años. ¿Qué análisis haces de lo ocurrido con el Teatro La Memoria y el del Puente?

Nunca ha habido una iniciativa gubernamental que resuelva el problema del teatro y los teatristas nacionales (dueños de salas). Ahora, debido a lo que pasa, el Ministro de Cultura junto a la alcaldesa de Santiago decidieron resolverle el problema puntual al del Puente, pero ha habido una cascada de salas que han cerrado últimamente. En los últimos 23 años no ha habido intención de apoyo; claramente en un país que lucha por salir de la pobreza, si no hay cultura, difícilmente vamos a salir de ella. La cultura viene resolver muchas realidades que son urgentes. Son políticas públicas las que hay que atender: formación, difusión y subsidio. Esos tres puntos son la Santísima Trinidad que debe cumplirse. Hay fondos y premios que ayudan a resolver problemas, sí, pero lo otro es lo fundamental.

¿Y qué responsabilidad crees que tienen los medios de comunicación?

No han cumplido su labor al respecto, y han dado muy poca ayuda en el sentido de que ponen puros problemas, siempre se lavan las manos diciendo que no hay cultura por decisiones editoriales. El público no sabe ver teatro porque si no tiene formación, ¿cómo va a saber dónde, qué quiere ver, cuánto está disponible a desembolsar por ver cultura? Si hubiese campañas públicas culturales que trasciendan a todo el país, estoy segura que todos los medios lo cubrirían. Y la formación es clave: tú ves los avisos en el diario con la cartelera teatral v/s la de cine. Todos los estrenos cinematográficos tienen un párrafo destacado que explica de qué se trata, pero los de teatro, nada; con suerte una o dos obras son destacadas a la semana. En la actualidad el público y los actores estamos a la deriva.

Santiago a Mil es una iniciativa inmensa, pero que genera amantes y detractores. Hace unos días el presidente del Sindicato de Actores dijo que encubre la realidad de los teatristas locales, ¿qué piensas al respecto?

Efectivamente Santiago a Mil es un arma de doble filo, porque es una maravillosa plaza, una iniciativa que hace que el teatro tenga un norte claro; saber que uno puede estar una vez al año ahí es re-importante. Desde que existe, algo pasó con la categoría de los montajes y la puesta en escena, que significó una mejora, ya que quieres participar, es muy importante para los artistas. Sin duda es la mejor fiesta que existe en Chile dentro del año y que irradia hacia el resto de los meses. Santiago a Mil ha tratado de llegar al resto del país con los pocos recursosque tiene, y eso es muy rescatable. Por otro lado tiene iniciativas como Teatro Hoy u otros ciclos durante el año, entonces no se le puede pedir que cubra todas las áreas. En ese sentido, da la idea de que el teatro está magníficamente en el país a propósito de todo lo que he nombrado, pero las otras salas obviamente tienen otra realidad, porque funcionan con el ticket cortado. Ninguna sala con los precios que se cobra actualmente, que llega hasta $8.000 la más cara, logra financiarse. El gasto de una sala supera los tres millones de pesos mensuales, entonces, sin subsidio, es imposible. No es un problema de lo que haga o no haga Santiago a Mil, sino de las políticas públicas que no han sido efectivas ni han tenido la intención de apoyar.

¿Ha hecho lo suficiente el gremio actoral?

Creo que no hay gremio más porfiado y catete que el de los actores. Durante años hicimos teatro sin ni uno y nunca dejamos de hacerlo, ni en dictadura y bajo las peores condiciones: hubo persecución, presos y desparecidos; se quemaron teatros y carpas; cerraron el sindicato y lo volvimos a abrir. Tenemos una fuerza importante, aún cuando no contamos con los recursos que genera, por ejemplo, la Sociedad de Músicos chilenos. Asimismo Chileactores, que vela por los derechos de autor, hace un tremendo trabajo. Siento que el Estado está en deuda con los actores y los teatristas, que son porfiados como nadie. Fíjate en la gran cantidad de teatros cuyos dueños son actores, no ingenieros ni gente de negocios: La Memoria, Lastarria, Mori, La Comedia, Teatro Camino, Ictus, De la Aurora… Los que han desaparecido también han sido de actores.

Por otra parte, hay personas que critican la existencia de muchos montajes crípticos, experimentales o de difícil lectura…

Quizás hay montajes que al público le son difíciles de digerir, pero eso también es formación. Siento que una obra no se invalida o pierde legitimidad porque tiene cierta complejidad en su compresión y lectura. Las obras se validan por otras cosas. No es todo «si la entendiste, bien y si no, no vale». Creo que ese criterio es súper peligroso y es una granada en las manos para toda sociedad que quiera tener cultura. Es necesaria la creación de punta, innovadora, que pase por una situación crítica o de difícil digestión: eso es completamente necesario porque es un proceso. Si hubieran campañas públicas, la gente entendería que lo que uno crea es parte de un proceso, que no es totalitario ni definitivo. En una obra no se acaba ni comienza nada, simplemente está moviéndose a un lugar. En general creo que en Chile hay un espectro teatral muy sano, evolutivo, y que ha logrado una supervivencia insólita, porque el teatro acá tiene como condición estructural vivir agonizando. El otro día una amiga me dijo que el teatro se había quedado mirando el ombligo y yo pensé, ¿qué espectáculos ha visto? Me dijo que era porque no mezclábamos disciplinas. Pero eso lo hacen siempre unos cuantos, y para hacerlo se requiere una iniciativa, una inquietud. Creo que el teatro sí mezcla disciplinas: trabajamos con el gesto, el cuerpo, la música…

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